El escritor y poeta español
Rafael Alberti Merello nació en el Puerto de Santa María, España, el 16 de diciembre de 1902 y murió el
28 de octubre de 1999. Reconocido como poeta miembro de la Generación del 27, está
considerado uno de los mayores literatos españoles de la llamada Edad de Plata
de la literatura española, cuenta en su haber con numerosos premios y
reconocimientos. Murió a los 96 años.
Tras la Guerra Civil Española
se exilió debido a su militancia en el Partido Comunista de España. A su vuelta
a España, tras el fin de la dictadura franquista, fue nombrado Hijo Predilecto
de Andalucía en 1983 y Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cádiz
en 1985. Publicó sus memorias bajo el título de La arboleda perdida.
Sus padres pertenecían a
familias de origen italiano asentadas en la región y dedicadas al negocio
vinícola. Las frecuentes ausencias del padre por razones de trabajo le
permitieron crecer libre de toda tutela, correteando por las dunas y las
salinas a orillas del mar en compañía de su fiel perra Centella. Una infancia
despreocupada, abierta al sol y a la luz, que se ensombrecerá cuando tenga que
ingresar en el colegio San Luis Gonzaga de El Puerto, dirigido por los jesuitas
de una forma estrictamente tradicional.
Alberti se asfixiaba en las
aulas de aquel establecimiento donde la enseñanza no era algo vivo y
estimulante sino un conjunto de rígidas y monótonas normas a las que había que
someterse. Se interesaba por la historia y el dibujo, pero parecía totalmente
negado para las demás materias y era incapaz de soportar la disciplina del
centro. A las faltas de asistencia siguieron las reprimendas por parte de los
profesores y de su propia familia. Quien muchos años después recibiría el
Premio Cervantes de Literatura no acabó el cuarto año de bachillerato y en 1916
fue expulsado por mala conducta.
En 1917 la familia Alberti
se trasladó a Madrid, donde el padre veía la posibilidad de acrecentar sus
negocios. Rafael había decidido seguir su vocación de pintor, y el
descubrimiento del Museo del Prado fue para él decisivo. Los dibujos que hace
en esta época el adolescente Alberti demuestran ya su talento para captar la
estética del vanguardismo más avanzado, hasta el punto de que no tardará en
conseguir que algunas de sus obras sean expuestas, primero en el Salón de Otoño
y luego en el Ateneo de Madrid.
No obstante, cuando la
carrera del nuevo artista empieza a despuntar, un acontecimiento triste le
abrirá las puertas de otra forma de creación. Una noche de 1920, ante el
cadáver de su padre, Alberti escribió sus primeros versos. El poeta había
despertado y ya nada detendría el torrente de su voz.
Una afección pulmonar le
llevó a guardar obligado reposo en un pequeño hotel de la sierra de Guadarrama.
Allí, entre los pinos y los
límpidos montes, comenzará a trabajar en lo que luego será su primer libro,
Marinero en tierra, muy influido por los cancioneros musicales españoles de los
siglos XV y XVI. Comprende entonces que los versos le llenan más que la
pintura, y en adelante ya nunca volverá a dudar sobre su auténtica vocación.
Al descubrimiento de la
poesía sigue el encuentro con los poetas. De regreso a Madrid se rodeará de sus
nuevos amigos de la
Residencia de Estudiantes. Conoce a Federico García Lorca,
Pedro Salinas, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego y otros jóvenes
autores que van a constituir el más brillante grupo poético del siglo. Cuando
en 1925 su Marinero en tierra reciba el Premio Nacional de Literatura, el que
algunos conocidos llamaban "delgado pintorcillo medio tuberculoso que
distrae sus horas haciendo versos" se convierte en una figura descollante
de la lírica.
De aquel grupo de poetas
hechizados por el surrealismo, que escribían entre risas juveniles versos
intencionadamente disparatados o sublimes, surgió en 1927 la idea de rendir
homenaje, con ocasión del tricentenario de su muerte, al maestro del barroco
español Luis de Góngora, olvidado por la cultura oficial.
Con el entusiasmo que les
caracterizaba organizaron un sinfín de actos que culminaron en el Ateneo de
Sevilla, donde Salinas, Lorca y el propio Alberti, entre otros, recitaron sus
poemas en honor del insigne cordobés. Aquella hermosa iniciativa reforzó sus
lazos de amistad y supuso la definitiva consolidación de la llamada Generación
del 27, protagonista de la segunda edad de oro de la poesía española.
En los años siguientes
Rafael Alberti atraviesa una profunda crisis existencial. A su precaria salud
se unirá la falta de recursos económicos y la pérdida de la fe. La evolución de
este conflicto interior puede rastrearse en sus libros, desde los versos
futuristas e innovadores de Cal y canto hasta las insondables tinieblas de
Sobre los ángeles.
El poeta muestra de pronto
su rostro más pesimista y asegura encontrarse "sin luz para siempre".
Su alegría desbordante y su ilusionada visión del mundo quedan atrás, dejando
paso a un espíritu torturado y doliente que se interroga sobre su misión y su
lugar en el mundo. Se trata de una prueba de fuego de la que renacerá con más
fuerza, provisto de nuevas convicciones y nuevos ideales.
En adelante, la pluma de
Alberti se propondrá sacudir la conciencia dormida de un país que está a punto
de vivir uno de los episodios más sangrientos de su historia: la Guerra Civil. Ha
llegado el momento del compromiso político, que el poeta asume sin reservas,
con toda la vehemencia de que es capaz. Participa activamente en las revueltas
estudiantiles, apoya el advenimiento de la República y se afilia al Partido Comunista, lo
que le acarreará graves enemistades. Para Alberti, la poesía se ha convertido
en una forma de cambiar el mundo, en un arma necesaria para el combate.
En 1930 conocerá a María
Teresa León, la mujer que más honda huella dejó en él y con la que compartió
los momentos más importantes de su vida. Dotada de claridad política y talento
literario, esta infatigable luchadora por la igualdad femenina dispersó con su
fuerza y su valentía todas las dudas del poeta. Con ella fundó la revista
revolucionaria Octubre y viajó por primera vez a la Unión Soviética
para asistir a una reunión de escritores antifascistas.
El dramático estallido de la Guerra Civil en 1936
reforzó si cabe su compromiso con el pueblo. Enfundado en el mono azul de los
milicianos, colaboró en salvar de los bombardeos los cuadros del Museo del
Prado, acogió a intelectuales de todo el mundo que se unían a la lucha en favor
de la República
y llamó a la resistencia en el Madrid asediado, recitando versos urgentes que
desde la capital del país llegaron a los campos de batalla más lejanos.
Al terminar la contienda,
como tantos españoles que se veían abocados a un incierto destino, Rafael
Alberti y María Teresa León abandonaron su patria y se trasladaron a París.
Allí residieron hasta que el gobierno de Pétain, que les consideraba peligrosos
militantes comunistas, les retiró el permiso de trabajo. Ante la amenaza de las
tropas alemanas, en 1940 decidieron cruzar el Atlántico rumbo a Chile,
acompañados por su amigo Pablo Neruda.
El exilio de Rafael Alberti
fue largo. No regresó a España hasta 1977, después de haber vivido en Buenos
Aires y Roma. Esperó a que el general Franco estuviese muerto para
reencontrarse con algunos viejos amigos y descubrir que en su tierra no sólo le
recordaban, sino que las nuevas generaciones leían ávidamente su poesía. Su
corazón no albergaba rencor: "Me fui con el puño cerrado y vuelvo con la
mano abierta". El mismo año de su llegada el Congreso de los Diputados le
abrió sus puertas, tras haber sido elegido por las listas del Partido
Comunista, pero no tardó en renunciar al escaño porque ante todo quería estar
en contacto con el pueblo al que había cantado tantas veces.
Perplejo y regocijado,
asistió a recitales, conferencias y homenajes multitudinarios en los que se
ensalzaba su figura de poeta comprometido con la causa de la libertad. Fue
distinguido con todos los premios literarios que un escritor vivo puede recibir
en España, pero renunció al Príncipe de Asturias por sus convicciones
republicanas. En la madrugada del 28 de octubre de 1999 murió plácidamente en
su casa de El Puerto de Santa María, junto a las playas de su infancia, y en
aquel mar que le pertenecía fueron esparcidas sus cenizas de marinero que hubo
de vivir anclado en la tierra.
Sus primeras poesías
quedaron recogidas bajo el título de Marinero en tierra, libro que obtuvo el
Premio Nacional de Literatura (1924-25), otorgado por un jurado que integraban
Antonio Machado, Menéndez Pidal y Gabriel Miró. A Marinero en tierra siguieron La Amante (1925) y El alba de
alhelí (1925-26).
En estos sus primeros
libros, Rafael Alberti se revela como un virtuoso de la forma con influjos de
Gil Vicente, los anónimos del Cancionero y Romancero españoles, Garcilaso,
Góngora, Lope, Bécquer, Baudelaire, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. La
suya es una poesía "popular" -como explicó Juan Ramón Jiménez-,
"pero sin acarreo fácil; personalísima; de tradición española, pero sin
retorno innecesario; nueva; fresca y acabada a la vez; rendida, ágil, graciosa,
parpadeante: andalucísima".
La etapa neogongorista y
humorista de Cal y canto(1926-1927) marca la transición de este autor a la fase
surrealista de Sobre los ángeles (1927-1928). Ésta última supone en su obra la
irrupción violenta del verso libre y de un lenguaje simbólico y onírico, rotas
ya las ataduras con la tradición anterior. Los ángeles aparecen como
representaciones de las fuerzas del espíritu, íntimamente relacionadas con los
ángeles del Antiguo Testamento.
A partir de entonces su obra
deriva al tono político al afiliarse nuestro poeta al partido comunista. Esta
actitud le lleva a considerar su obra anterior como un cielo cerrado y una
contribución irremediable a la poesía burguesa. "Antes -escribió Alberti-
mi poesía estaba al servicio de mí mismo y unos pocos. Hoy no. Lo que me
impulsa a ello es la misma razón que mueve a los obreros y a los campesinos: o
sea una razón revolucionaria."
La poesía de Alberti cobra
así cada vez más un tono irónico y desgarrado con frecuentes caídas en el
prosaísmo y el mal gusto. Así los poemas burlescosYo era un tonto y lo que he
visto me ha hecho dos tontos (1929), Sermones y moradas (1929-1930) y la elegía
cívica Con los zapatos puestos tengo que morir(1930). A partir de 1931 abordó
el teatro, estrenandoEl hombre deshabitado y El adefesio. Recorrió luego con su
esposa María Teresa León varios países de Europa, pensionado por la Junta de Ampliación de
Estudios, para estudiar las nuevas tendencias del teatro. En 1933 escribió
Consignas y Un fantasma recorre Europa, y en 1935, 13 bandas y 48 estrellas.
Tras la guerra civil, ya en
el exilio, publicó en Buenos Aires A la pintura: Poema del color y la línea
(1945) y un volumen que abarca la casi totalidad de su obra lírica,Poesía. La
última voz de Alberti de esa época (reincidente en el primer tono neopopular)
se nos aparece henchida de nostalgia por la patria, como se aprecia
especialmente en Retornos de lo vivo lejano(1952). Otros títulos de esta etapa
son Baladas y canciones del Paraná (1953), Abierto a todas horas(1964), Roma,
peligro para caminantes (1968), Los ocho nombres de Picasso (1970) y Canciones
del alto valle del Aniene (1972).
Después de su regreso a
España en 1977, su producción poética continuó con la misma intensidad,
prolongándose sin fisuras hasta muy avanzada edad. De entre los muy numerosos
libros publicados cabe mencionar Fustigada luz (1980), Lo que canté y dije de
Picasso (1981), Versos sueltos de cada día (1982),Golfo de sombras (1986), Accidente. Poemas del hospital (1987) y
Canciones de Altair (1988). En los años ochenta publicó una continuación a su
autobiografía, iniciada en 1942, La arboleda perdida. Memorias.
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