Nació en Puerto Padre, Las Tunas,
el 19 de agosto de 1951. Estudió percusión y piano en
la Escuela Nacional de Arte y completó estudios posteriormente
con Juan Elósegui, Federico Smith y Leo Brouwer. Integró
el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC; fue pianista y arreglista
del grupo de Pablo Milanés; acompañó a Silvio Rodríguez, Chico
Buarque y al cuarteto brasileño MPB4.
Fundó y dirigió su propio grupo, que en
diferentes momentos estuvo integrado por José Carlos Acosta, saxofón,
tenor y soprano; Feliciano Arango, bajo eléctrico; Emilio del Monte, paila
y drums; Rodolfo Valdés Terry, tumbadora y bongó. Según Leonardo Acosta, el
mérito de Emiliano, musicalmente hablando, comienza con el hecho de que logró
un estilo propio, orgánico y coherente, a partir de las raíces
afrocubanas,
El jazz, la música Brasileña, el piano
clásico y romántico y las influencias muy particulares de ciertos pianistas. El primero en Cuba que
asimiló la lección de Evans fue Chucho Valdés.
Entre los pianistas norteamericanos que
siguen el camino trazado por Bill Evans los primeros son McCoy
Tyner, Herbie Hancock, Chick Corea y Keith Jarrett. De estos, fue McCoy
Tyner, de afinidad indiscutible con los ritmos afro-latinos, quien ejerció la
mayor influencia sobre Emiliano Salvador.
Emiliano se interesó particularmente por la
innovaciones armónicas de Thelonious Monk, y por cierto fue el primer
pianista cubano en hacerlo. Del movimiento del free-jazz, supo aquilatar los valores de
otro pianista, Cecil Taylor, quien combinaba los hallazgos de Monk con el
pianismo de compositores como Béla Bártok y con un sentido muy libre
de la improvisación.
De los pianistas cubanos, se interesó
especialmente por la música de Peruchín Jústiz y Frank Emilio,
admiraba a Dámaso Pérez Prado como pianista, y lo consideraba (con
justicia) como el Thelonious Monk de la improvisación cubana.
En lo que respecta a géneros y pianistas de
son y danzón cubano . no tenía problemas, pues los había interiorizado desde
que tocaba con la orquesta de su padre, donde se desempeñó en la percusión
cubana, el piano y el acordeón desde los once años.
Otra ventaja para Emiliano fue haber
estudiado percusión en la Escuela Nacional de Arte, lo que sumado a su innato
sentido rítmico, lo convirtió en uno de los más imaginativos bateristas de jazz
que hemos oído en Cuba; y sumó estos conocimientos a su ejecución del
piano.
Los números originales de Emiliano, tales
como Angélica, Poly, Una mañana de domingo o Mi
contradanza, cada vez más interpretados por músicos y grupos de jazz cubanos,
han venido a enriquecer el repertorio jazzístico cubano, dentro del cual
pudieran muy bien convertirse en clásicos ya que reúnen todas las condiciones.
Ante todo fue un pianista de facultades
extraordinarias como improvisador, y que como ya se señaló, supo forjarse su
propio estilo. El tratamiento polifónico y polirrítmico está en la base misma de ese
estilo, es decir, el piano concebido como una orquesta.
Su manera de concebir el jazz afrocubano es
tan natural y tan depurada que nunca necesitaba acudir a un montuno luego de
una improvisación puramente jazzística, pues ambos elementos están plenamente
integrados: cuando escuchamos un montuno, éste forma parte de un discurso
melódico-armónico-rítmico en el cual los patrones rítmicos afrocubanos se
integran a la armonía y el fraseo del jazz y los blues.
El grado de fusión de ambas músicas en la
concepción y la interpretación de Emiliano Salvador es casi absoluto y lo
convierte en uno de los pianistas más admirados e influyentes en grandes
pianistas de Jazz Afro-Latino como Eddie Palmieri, Hilton
Ruiz y Danilo Pérez, y en los norteamericanos que incursionan cada
vez con mayor énfasis en nuestros ritmos, por no hablar de los pianistas
cubanos que le rinden verdadero culto y que, cada uno con sus propias
proyecciones, se están abriendo paso en el mundo planetario del jazz. Obtuvo en
Cubadisco por Pianísimo, premio en música de archivo 2001.
Muere en La Habana, el 22 de
octubre de 1992, a los 41 años.
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