El general de Brigada del Ejército
Libertador cubano Adolfo del Castillo y Sánchez, cayó en un desigual combate
el 25 de octubre de1897 en la finca La Chorrera del Calvario.
Nació en Sancti Spíritus, Las Villas el 1 de
noviembre de 1864, hijo de un matrimonio de holgada posición, Antonio
Marín del Castillo y Rita del Espíritu Santo Sánchez, los que en rasgo de
patriótica rebeldía después de destruir su hogar y todas sus pertenencias se
lanzaron a la manigua, cuando Adolfo tenía cinco años de edad.
El padre respondiendo al llamado de la
patria, se incorporó a las fuerzas comandadas por su hermano Honorato, quien
tras pruebas evidentes de su patriotismo rindió vida por la libertad de la
patria sojuzgada. Esta pérdida irreparable para la esposa hizo que abandonara
la finca donde se encontraban, trasladándose para Sancti Spíritus y
poco tiempo después abatida dejo de existir.
Los hijos más pequeños se vieron acogidos
por sus parientes y Adolfo fue recibido por su tía Doña María Sánchez
Cañizares, quien pronto le tomo verdadero cariño. El muchacho que ya tenía 8
años de edad siempre en plenas travesuras apenas sabía leer y escribir, por lo
que fue ingresado en un colegio de la ciudad, en el que se mantuvo muy poco
tiempo para ponerse después bajo la dirección de Don María Obregón, quien tenía
fama por su rectitud con sus alumnos.
En el nuevo colegio algo aprendió porque a
pesar de sus majaderías y poco amor al estudio, su inteligencia le permitió
adquirir nuevos conocimientos. Su tía y padrino tuvieron que afrontar
dificultades económicas y aprovechando la oportunidad uno de sus tíos lo llevo
a una finca de las proximidades de la ciudad donde Adolfo no tuvo más remedio
que trabajar en las faenas que le fueran encomendadas.
En esos días un hermano de su padre acababa
de llegar de la Argentina después de haber sufrido prisión,
injustamente condenado por las autoridades españolas que lo tacharon de
conspirador.
Terminada la contienda iniciada el 10
de octubre de 1868 su tío decide llevárselo consigo
a Guanabacoa con la esperanza de encaminarlo mejor. Estudió las
asignaturas del bachillerato, graduándose no sin haber hecho sufrir a su tía
por la viveza de su carácter e incansable trasnochador.
Adolfo alegre y bullicioso se había convertido
en jefe de los amigos que le seguían en sus diabluras. Gustaba de los deportes
y en las prácticas de los mismos se hizo fuerte y ágil, esto con le beneplácito
de su pariente y protector. A los 21 años de edad inicia los estudios de
medicina hasta aprobar el 5to año de la carrera.
El 5 de
junio de 1890 contrajo matrimonio con María Felicia Fresneda y
su tío se vio obligado a trasladarse a la ciudad de Remedios. Adolfo se quedó
sin la sombra bienhechora de su tío, además de las nuevas obligaciones para el
sostenimiento de su hogar. Por esa razón la carrera de medicina quedó truncada,
por falta de recursos para seguir, después de 1890.
Convencido de que ya en Guanabacoa no podría
encontrar medios para cubrir las obligaciones de su hogar, determinó
trasladarse en unión de su joven esposa a otro pueblo de la provincia de San
Antonio de las Vegas.
Inicia sus nuevas labores dando clases a los
hijos del señor Martín Caruso en el Ingenio La Julia desde 1892, aunque
los ingresos no llegaban a los cálculos que se habían hecho. El 13 de
noviembre de 1893 les nació la única hija Zoila Rosa, que fue el
principal motivo por su incansable lucha por la vida.
Estaba al tanto de la labor conspirativa que
desde la capital animaba Don Juan Gualberto Gómez, y por esta razón sabía
que estaba próxima la guerra justa y necesaria predicada por José Martí. Llega
a él la noticia del levantamiento de Bartolomé Masó en Bayate, de
Periquito Pérez en Guantánamo, así como el fracaso de Ibarra. Se da cuenta
de que pronto estará sumado al Ejército Libertador.
La invasión en marcha, seguía su ruta,
destruyendo los obstáculos que las fuerzas españolas ponían en su camino. Ya
había llegado a Provincia de La Habana luchando a sangre y fuego en
Calmenate Melena del Sur y cuando deja de ser maestro, despide a sus
discípulos dando por terminada su labor de educador, abraza a los suyos y besa
con frenesí a la hija de su corazón para tomar las armas redentoras y ser como
los otros paladín de la libertad del derecho y de la justicia.
Era brava y erizada de dificultades, porque
el enemigo estaba dispuesto a no dar cuartel a las fuerzas cubanas. Más el
espíritu guerrero del general Antonio Maceo se había posicionado de
los que le seguían serenos y confiados en la victoria final. Adolfo del Castillo
se había convertido en uno de los jefes más temidos por su valor y su incasable
batalla.
De esa manera grado a grado había llegado a
coronel, propuesto por el General José María Aguirre y cuando el Titán de
Bronce, antes de pasar a su estupenda campaña de Pinar del Río, organizó
la brigada del centro propuso que el jefe fuera Castillo con el grado de
Brigadier.
Fue el 2 de
enero de 1896 cuando ingresó en las fuerzas que tenían como jefe
Antonio Núñez quien en medio de su labor revolucionaria y a su reconocido
prestigio e inteligencia le dio el grado de comandante, auguró de los grados
que iba a conquistar luchando por Cuba libre.
Páginas enteras de un libro serian
necesarias para narrar las empresas guerreras del gran libertador, en aquella
zona cuajada de fuerzas enemigas, tanto el como los valientes que le seguían se
veían precisados a una movilidad constante y aniquiladora. Sin embargo lograr
tener en continuo jaque a los jefes experimentados presentándole combate y
venciéndolos muchos veces.
El 12 de febrero de ese año ataca por
sorpresa el pueblo de Madruga obteniendo armas y comestibles
uniéndosele vecinos del lugar para engrosar sus fuerzas, tres días después en
unión al Brigadier Pedro Díaz, Adolfo del Castillo ataca y entra en San Antonio
de las Vegas, lugar donde había residido con su esposa e hija, otro tanto
realizó en Jaruco tomando parte en el ataque dirigido por el General Maceo y en
la ciudad de Güines fue también escenario de su arrojo y valentía.
La inesperada y prematura muerte del maravillo
caudillo el 7 de diciembre de 1896 en los campos de San
Pedro produjo profundo desaliento en las filas de los libertadores,
especialmente en la provincia de La Habana, pero el espíritu guerrero detiene a
tiempo aquella penosa situación, batiendo con la firmeza de siempre al enemigo.
En momentos tan críticos Adolfo del Castillo
asumió el mando de la segunda división del 5to puesto quedando la provincia
sujeta a su mandato y dirección, lo que se reconoce como una prueba del gran
concepto que se le tenía por superiores y subalternos.
Una de las obsesiones del general Castillo,
es la de asaltar La Habana, sin otro fin que desconcertar a las principales
autoridades españolas, lo que había de trascender al exterior de la isla.
El 23 de octubre de 1897 se
dirigió solo con tres compañeros a Babiney, estando en dicho pueblo tuvo la
confidencia de que el alcalde de Managua y el cura se dirigían a la capital,
este último montado en un caballo que había sido de Castillo, el que tuvo que
abandonar en una tembladera.
Aquello le molestó profundamente jurando que
lo recuperaría, Decidido a tan riesgosa empresa, ordenó al comandante José
Miguel Valle, que se le uniera con 4 hombres, formando así un partida de 7
todos a caballo.
Rápidamente se dirigió a un lugar próximo a
La Chorrera del Calvario, pero desconociendo que fuerzas enemigas, en número de
unos 200 andaban por aquel mismo sitio.
El práctico Manuel Delgado, conociendo que
estaban metidos en una trampa, buscaba el modo de retirarse, si la desgracia se
le venía encima.
En esa crítica situación, Castillo, que se
había puesto colérico con aquella su peculiar temeridad y confiado en que la
buena estrella, que siempre le iluminaba se hizo la idea de recuperar el
caballo, que ya una vez había perdido. Esto que realmente era una locura, lo
llevó a enfrentarse con sus propios enemigos, ya advertidos por habérsele
escapado un tiro.
No vaciló ante el inminente peligro, se
levantó en los estribos dispuestos a vender cara su vida y en el instante crucial,
en que iba a disparar su rifle, uno de los españoles lo hizo primero,
atravesándole el cuerpo por debajo del brazo.
Así cayó el día 25 de
octubre de 1897, el glorioso libertador, grande este entre los
grandes de la patria. Agonizante sobre el verde césped, su cuerpo fue
brevemente respetado, pero cuando se convencieron de que el temible guerrero
estaba muerto, un cabo de apellido Carreño y Sánchez, le acometió cobarde y
asesino, dándole 3 machetazos de triste recordación para el pueblo cubano.
Sus
compañeros habían podido escapar milagrosamente. Llevado el cadáver al
Calvario, fue arrojado al suelo sin respeto de ninguna clase esperando órdenes
superiores y cuando llegaron se le trasladó a la capital en una carreta,
cubierto su cuerpo con sucios sacos de harina.
Durante el trayecto al necrocomio, una turba
insolente y similar a la que pidió la muerte a los estudiantes de medicina en
el año 1871, iba gritando despiadadamente. Efectuada la autopsia lo
condujeron al cementerio de Colón en el llamado carro de lechuza.
En 1900, tercer aniversario de su
triste y prematura desaparición, fueron exhumados sus restos, expuestos en los
salones de la sociedad del Pilar, cubanísima y tradicional situación donde se
le rindieron todos los honores que merecía. La iniciativa de dicho homenaje
partió del gremio de Obreros del Mayor.
Hoy en Guanabacoa, Villa en la que paso
los años mozos, tiene su monumento sencillo y decoroso, levantado en un pequeño
parque que lleva su nombre inolvidable. Y en el mismo lugar en que rindiera su
preciosa vida, un grupo de compañeros de armas, amigos y admiradores, con
patriótica peregrinación.
Colocaron una tarja señalando el histórico
sitio, el 21 de octubre de 1921. Después se erigió un modesto
obelisco, para perpetuar su memoria.
Han pasado muchos años de aquella inmensa
desgracia, pero para los que aun cultivan esos valores espirituales, apegados a
tradiciones patrias, esa figura extraordinaria, de verdadero perfil heroico,
viven y vivirán eternamente en la conciencia y la razón de un pueblo
agradecido.
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