El 8 de junio de 1884 fue inaugurado por su
constructor, Ricardo Irijoa, cuyo apellido llevó inicialmente el inmueble. Pero
este vasco que fuera rico tres veces moriría en la pobreza, al extremo de que
el 25 de enero de 1895 se ofreció en el propio teatro una función destinada a
recaudar fondos para su viuda, la señora Felicia Crespo, “llena de hijos
pequeñuelos”, según anunció la prensa. «El Coliseo de las cien puertas», como
lo denominó el poeta bayamés José Fornaris, se inauguró con una función a
beneficio del convento El Buen Pastor”, protagonizada por aficionados.
Con posterioridad se ofrecieron bailes
públicos y diversos espectáculos: desde compañías de bufos criollos y del circo
de don Santiago Pubillones hasta zarzuelas, operetas, vodeviles y el estreno en
Cuba de la ópera «La Boheme »,
de Giacomo Puccini. Durante 1896 los bufos habaneros de la compañía del
empresario Generoso González, dirigida por el compositorJosé Marín Varona,
empezaron a trabajar en el Martí.
En su escenario se estrenaron «La mulata
María», con música de Raimundo Valenzuela y el primer libreto de Federico
Villoch, calificado luego «El Lope de Vega cubano» a causa de su vasta obra; y
«Mefistófeles» de Ignacio Sarachaga y partitura de Rafael Palau.
Enrique Pastoriza compró el teatro a los
herederos de Irijoa en 1899 y a lo largo de varios meses se llamó Edén Garden.
En 1900 lo rebautizaron con un apellido que lo dignificaría: Martí, y al
siguiente año quedó inscripto en la historia nacional al servir de sede a la Asamblea Constituyente
encargada de redactar la primera Carta Magna para la república cubana a
estrenarse el 20 de mayo de 1902, y los candentes debates que originó la
decisión del gobierno estadounidense de imponer como un apéndice a tal
Constitución la
Enmienda Platt , lo cual aprobó la mayoría de los delegados
participantes en la reunión. En 1905 el Martí pasó a manos de José Cano de la Maza y su propiedad recayó en
la señora Juana Cano de Font.
Entre 1910 y 1914 sus carteleras anunciaron
a las compañías de bufos cubanos de Alberto Garrido (padre) y de Arquímides
Pous, y más tarde transcurrió la época de oro del coliseo gracias a la labor de
empresarios como Julián Santa Cruz y Eulogio Velasco, quienes trajeron de
España a Conchita Bañuls, Eugenia Zuffoli, Pilar Aznar, María Caballé, Rosita
Clavería, Blanca Pozas, Consuelo Hidalgo, Enriqueta Serrano, Carmen Tomás,
María Marco, Marieta y Eugenia Galindo, Augusto Ordóñez, Casimiro Ortas, Manolo
Villa, Antonio Palacios y a la diminuta valenciana Consuelo Mayendía, que se
adueñó del público al cantar el cuplé «Mala entraña».
A partir de 1929 conocería aquel escenario
la fiebre del tango que, con su pequeña tesitura y vestido de frac, desencadenó
Paco Spaventa, al que siguieron Agustín Irusta, José Bohr, Charlo, Mercedes
Simone, Azucena Maizani y, cuando el cine sonoro se apropió del teatro, las
películas de Carlos Gardel.
Ya en 1931 comenzó la temporada de teatro
vernáculo de la Compañía
de Manuel Suárez y Agustín Rodríguez, con Gonzalo Roig y Rodrigo Prats como
directores de la orquesta y maestros concertadores, la cual se extendería
durante más de un lustro y consolidó el arte lírico criollo mediante los
estrenos de varias de sus más representativas obras: «Rosa la China », de Ernesto Lecuona;
«Soledad», «Amalia Batista» y «María Belén Chacón», de Rodrigo Prats; y
«Cecilia Valdés», de Gonzalo Roig.
Se inscribieron en las carteleras de tan
glorioso momento los nombres de Rita Montaner, Caridad Suárez, Miguel de
Grandy, Hortensia Coalla, Maruja González,
Zoraida Marrero, Zoila Gálvez, Elisa Altamirano, Arturo Vila, Fernando
Mendoza, Lolita Berrio, Consuelo Novoa, Luz Gil, Arnaldo Sevilla, Julito Díaz,
Carmita Ortiz, Julio Richard, Julio Gallo, Humberto de Dios, Julita Muñoz,
Alberto Garrido (hijo) y Federico Piñero, entre otros.
Más tarde salvaron al Martí de un total
languidecimiento las presentaciones de la agrupación artística española
Cabalgata, y diferentes temporadas de teatro cubano que auspiciaron las
compañías de Carlos Pous y José Sanabria o de Alberto Garrido (hijo) y Federico
Piñero, así como el denominado Teatro Cubano Libre, fundado en el decenio de
los cuarenta por el escritor Carlos Robreño y el empresario Julio Vega con la
cantante y actriz María de los Ángeles Santana en calidad de máxima estrella.
A raíz de la victoria revolucionaria de
1959, en el Martí se estrenó el sainete «El general huyó al amanecer», y
seguidamente ocupó otra vez su cartelera la compañía de Carlos Pous y José
Sanabria.
Finalmente se instaló en su proscenio el
grupo Jorge Anckermann, que contó con la dirección musical del maestro Rodrigo
Prats, llevó a cabo las representaciones de piezas de Enrique Núñez Rodríguez y
Eduardo Robreño, entre otros autores, y permitió a una nueva generación de
espectadores ovacionar a dos inolvidables figuras del arte asociadas a los
anales del Martí por las décadas que allí actuaron ininterrumpidamente: Candita
Quintana y Alicia Rico.
Desde hace algunos años es sometido a un
complejo trabajo de remozamiento. Muchos habaneros esperan por su reapertura y
el sonido de las tres “campanadas de la alegría” que durante varias décadas
anunciaban el comienzo de las funciones diarias a un público siempre presto a
llenar el coliseo y conceder cálidas ovaciones a los artistas.
Alrededor de la arquitectura, forman un
tejido los problemas humanos y las artes, sobre todo la escultura, la pintura y
la música, opina Taboada. Titular de la Cátedra Gonzalo de
Cárdenas de Arquitectura Vernácula, y asesor de la dirección de Arquitectura
Patrimonial de la OHCH ,
resume que lo importante en la recuperación del patrimonio es tener en cuenta
la esencia del lugar.
Esta opinión se vincula con la explicación
de Marilyn, de que la actual recuperación del Martí también tiene en cuenta la
adecuación al teatro actual, “para que puedan venir las nuevas compañías”.
Es así que la incorporación a la obra de un
edificio anexo en la calle Zulueta, implica una nueva construcción que
permitirá nuevas facilidades para la escenotecnia, los camerinos, las oficinas
de dirección, y otros espacios necesarios, explica Taboada.
Mientras, la proyectista general señala lo
importante de llevar a todo el teatro temperaturas que se correspondan con
nuevos tiempos en los que se hace necesario cerrar las puertas para que no
entre el ruido de la calle; por lo que se instalarán en la azotea “grandes equipos
de climatización”.
Y en cuanto a lo tradicional, se refirió al
gran uso de la madera en la carpintería y de la piedra en los muros. “Fachadas
antiguas, puertas, ventanas, vitrales, todo hay que rehacerlo”, dijo. Al llegar
al interior del teatro, se pudo apreciar la gran labor de rehacer los palcos de
platea y balcones junto a las rejas que los separaban; además de las graderías
—asientos corridos— en la tertulia.
Especial interés existe en rehacer el telón
pintado del escenario, de acuerdo con las referencias que se tienen. También
está prevista la recuperación de los espaciosos jardines donde, a diferencia de
los demás teatros, las personas disfrutaban de los intermedios a la sombra de
la vegetación, los bancos, la cafetería. Por eso, recuerda Marilyn, el
vestíbulo no es tan grande.
Tantos detalles y complejidades le hacen
exclamar: “Son muchas obras en una sola”. Y en la expresión está presente una
gran voluntad de llevar adelante tan completa recuperación a partir de
proyectos cuidadosamente terminados y el serio trabajo de la constructora
Puerto Carena.
En cuanto a la pregunta de en qué momento
quedará todo terminado, opinó que aunque la voluntad es que sea lo antes
posible, depende de muchos factores, pues se trata de una obra muy grande, que
necesita materiales de primera, recursos económicos; más la propia complejidad
de la obra.
Y el gran espíritu para llevar adelante la
labor lo volvió a poner de manifiesto cuando recordó que en una conversación
con el historiador de la ciudad, Eusebio Leal, ambos coincidieron en que
“piensan” al Martí ya terminado. “Incluso Leal se ve sentado en la platea”
—dijo humorísticamente—.
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