lunes, 22 de octubre de 2012

Ingenieros cubanos: Don Francisco de Albear y Fernández, creador del Acueducto de La Habana

En el aniversario 125 de la muerte del ilustre ingeniero y constructor cubano

   El ingeniero cubano Francisco de Albear y Fernández, fue el autor de numerosas e importantes obras de beneficio social en Cuba. En el campo de batalla se destacó por su valentía personal. De abnegados méritos y numerosas condecoraciones. Nació el 11 de enero de 1816, en el Castillo de los Tres Reyes del Morro, hijo del comandante de dicha fortaleza militar, coronel de ingenieros Francisco José de Albear y Hernández, natural de La Habana, y de Micaela Fernández de Lara y Vargas, oriunda de Trinidad.  
   Su ascendencia española más cercana provenía de su abuelo paterno Francisco Antonio de Albear y Palacios, quien procedente de una localidad cercana a Santander había arribado a Cuba como militar, poco antes de 1762, y participó en la defensa de La Habana frente a los ingleses y desempeñó con posterioridad importantes cargos en la Isla.
   Huérfano de padre a los 8 años, y continuando la tradición familiar, solicitó su ingreso en el Regimiento de Lanceros del Rey, en1826, mediante carta dirigida al sub-inspector general de las tropas de la Isla de Cuba, quien en correspondencia con ello le concedió los cordones de cadete en el arma de caballería, mediante Decreto del 12 de agosto  1826 del propio año, momento a partir del cual comenzaría el decurso de su antigüedad en la carrera militar.
   Desde muy temprano dio muestras de aptitud para el estudio en su tránsito, primero por la escuela Concepción, y más tarde en la enseñanza secundaria que cursó a partir de 1830 en el Colegio Buenavista, donde obtuvo un certificado de honor por sus resultados docentes, que fuera emitido por Domingo del Monte a nombre de la Real Sociedad Patriótica de La Habana, en 1832.
   Sus ansias de superación, le valieron la autorización para partir hacia España con el grado militar de alférez de caballería, el 1 de julio de 1835, y realizar los exámenes de ingreso a la Academia de ingenieros de Guadalajara, los cuales aprobó en julio del siguiente año con notas de sobresaliente.
   Producto de la tensa situación generada en España como resultado de la guerra suscitada a la muerte del rey Fernando VII, entre los defensores del derecho al trono de su hija Isabel II y las huestes carlistas, el gobierno tomó la decisión de intensificar el régimen de estudio de los ingenieros militares, con el objetivo de disponer de sus servicios en el menor tiempo posible.
   Fue así como el joven Francisco de Albear se vio obligado a vencer, en sólo 3 años, las asignaturas previstas para un lustro, pero con las más altas calificaciones y el primer lugar de su grupo, lo cual le valió el ascenso al grado de teniente del Cuerpo de ingenieros, otorgado por Real Orden de 26 de diciembre de 1839, y la expresa felicitación del ingeniero general Antonio Remón Zarco del Valle.
   En el campo de batalla se destacó por su valentía personal, como evidenció su participación personal en las Tomas de San Mateo y de Valderrobres, así como en la Acción de Campusines, en reconocimiento de lo cual obtuvo su primera condecoración: la Cruz Militar de San Fernando. Poco después, participó en el asedio a la Plaza de Morella Infantería, así como recibió la Cruz de Distinción.
   Al concluir la guerra contra los carlistas con la ocupación de Berga, al norte de Cataluña, Albear fue nombrado comandante interino de dicha plaza.
   A partir del 31 de mayo de 1841 se desempeñó como ayudante de profesor en la Academia de Guadalajara, y al año entrante ascendió a la categoría de Profesor. Al estallar la insurrección de 1843 contra el regente espartero, la referida academia se sumó al movimiento, y Albear fue destacado al frente de una compañía de 60 alumnos. 
   Al presentarse fuerzas muy superiores enviadas en su contra al mando del general Seone, sobresalió también por su actitud en la defensa de la academia, por lo que fue ascendido a 1er comandante de infantería, el 4 de septiembre de 1843.
   Por Real Orden de 2 de febrero de 1844 fue destinado a la dirección de subinspección de la Isla de Cuba, con la misión de viajar previamente en comisión de servicio por diferentes países europeos, a los efectos de examinar lo más avanzado de las obras públicas y las comunicaciones de todo género, que fuesen aplicables en la mayor de Las Antillas.
   Así, emprendió una fructífera gira que lo puso en Francia en contacto con notables científicos como Francisco Aragó (uno de los grandes investigadores de la Física y director del Observatorio de Pons), le permitió presenciar maniobras militares en  Bélgica, visitar otras instituciones científicas en Prusia, y prestar atención al estudio de los puentes en Inglaterra.
   Con esta valiosa carga de conocimientos se embarcó con destino a Cuba en Burdeos, y arribó al puerto de La Habana el 10 de abril de 1845.
Una vez incorporado a la subinspección del Arma de ingenieros en la Isla, y como conclusión de su recorrido por Europa, acometió la redacción de sus memorias y en correspondencia con estos resultados, fue ascendido a teniente coronel de infantería, por Real Orden de 6 de mayo de 1846.
   Ya en sus nuevas sus funciones, se le encomendó reconocer el curso y desembocadura del Río Zaza, dirigir la construcción del Cuartel de Caballería de Trinidad, y elaborar un proyecto para la ampliación del muelle de Cienfuegos, lo cual lo sustrajo de La Habana por espacio de un año, a partir del 1º de diciembre de 1845.
   Con su retorno a la capital, en 1847, la Junta de Fomento comenzó a encargarle diferentes misiones tales como: el Proyecto de construcción del Muelle de San Francisco en La Habana, las obras del Puente San Jorge sobre el Río Bacuranao, del Puente de las Vegas, del Pontón de Carrión, y de la construcción de la Calzada a San Cristóbal por Guanajay, entre otras.
   Es conveniente consignar que, aunque a partir de marzo de 1847 fungió en la práctica como ingeniero de la Real Junta de Fomento, y que ésta acordó el 10 de julio de 1848 crear una dirección facultativa de las obras, Albear la desempeñó de facto, pues se mantuvo siempre subordinado como oficial al Arma de ingenieros.
   Durante el fecundo período de su labor que se extendió hasta 1854, Albear intervino en la realización unas 200 obras, incluidos proyectos e informes, trabajos parciales y construcciones nuevas y completas, entre los que figuraban puentes, faros, muelles, carreteras, edificios y fuentes de agua públicas.
    A manera de ejemplo pudieran mencionarse: la instalación de las primeras líneas telegráficas que existieron en Cuba, el proyecto de ensanche y reformas del Jardín Botánico de la Habana, el de un edificio para el Observatorio Meteorológico, la construcción de la Casa de la Junta general de comercio y Lonja mercantil, y la de la Cátedra de Agronomía, así como la elaboración de un proyecto de Carretera central estratégica para la Isla.
   Los méritos del abnegado ingeniero fueron tales que, cuando por Real Orden del 22 de abril de 1854 se dispuso el regreso de Albear a la península, al haber cumplido el máximo tiempo de permanencia en Ultramar previsto en los reglamentos militares, la Real Junta de Fomento de Agricultura y Comercio de la Isla de Cuba elevó de inmediato a la reina una exposición, en la cual se solicitaba que dicho valioso militar, atendiendo a su experiencia y extraordinarios resultados en el desempeño de sus funciones, se destinase de nuevo a la dirección de obras públicas de la referida entidad, lo cual fue finalmente concedido por una nueva Real Orden de 13 de agosto del mismo año.
   Ahora bien, la obra que por su magnitud y envergadura convierte en un símbolo a Francisco de Albear fue, sin lugar a dudas, la elaboración en 1855 de su Proyecto de conducción a La Habana de las aguas de los manantiales de Vento, cuya tramitación promovió personalmente en España por encargo del capitán general de la Isla, entre febrero de 1856 y diciembre de 1858. Dicho Proyecto fue evaluado por la Junta consultiva de caminos y puertos de Madrid el17 de noviembre de 1857, y aprobado por Real Orden del 5 de octubre de 1858.
   Atendiendo a la complejidad de la obra a la que dedicó los últimos 30 años de su vida, Albear concibió su realización en dos etapas. La primera concluyó con el desvío de las aguas del Canal de Vento hacia los filtros del acueducto de Fernando VII, el 23 de junio de 1878, lográndose de esta forma hacer llegar a la capital aguas de superior calidad, aunque con las limitaciones en cuanto al nivel de suministro impuesto por la capacidad de conducción del referido acueducto.
   Esta fase inicial, que se extendió por espacio de dos décadas, requirió de Albear una tenacidad y dedicación absolutas, atendiendo a las dificultades impuestas por las características geológicas del terreno.
   No obstante, múltiples resultaron las dificultades que conspiraron contra el normal desenvolvimiento de las obras. Así, mezquinos intereses entre el Ayuntamiento habanero y el Gobierno superior civil, e imputaciones públicas acerca del manejo de los fondos, obligaban al director de las obras a desgastarse en continuos informes, no sólo en el área de su competencia técnica, sino en la exposición meticulosa de cómo se utilizaban los escasos recursos asignados a tamaña empresa.
   Muestra de lo anterior fueron los insidiosos artículos publicados en el Diario de la Marina, en noviembre de 1876, y que motivaron las enjundiosas respuestas de Albear, en la forma de 7 artículos, que fueron viendo la luz en La Voz de Cuba, a fines del propio año.
   Al referirse a la falta de fondos Albear relataba en los artículos mencionados que sólo se había podido trabajar en tres momentos, como resultado de los empréstitos otorgados en 1865, 1869 y 1871; en este sentido, es necesario valorar el impacto de la Guerra de los 10 años y sus efectos sobre la economía de la por entonces colonia española, de lo cual no podían estar exentas las obras de Vento.
   No resultó casual, por tanto, la asistencia personal del capitán general Arsenio Martínez Campos al acto donde se realizó la conexión del Canal de Vento con los filtros del  Acueducto de Fernando VII, el 23 de junio de 1878, lo que pretendía demostrar el inicio de la estabilidad social en Cuba tras el Pacto del Zanjón.
   La segunda etapa del proyecto la detalló con posterioridad Albear, quien en septiembre de 1876 dio a conocer 2 memorias independientes referidas al Proyecto de depósito de recepción y de distribución de las aguas del Canal de Vento y al Proyecto de la distribución del agua de Vento en la Habana.
   Debe resaltarse que la conclusión de este vasto empeño, a la altura de 1893, trascendería la existencia física de su artífice, desaparecido 6 años antes, y correría a cargo de su sucesor, el coronel de ingenieros  Joaquín Ruiz, quien se atuvo al proyecto original de su autor.
   Pero Albear no sólo fue el ilustre ingeniero encargado en Cuba de múltiples obras de beneficio social y artífice del Canal de Vento, sino que su fructífera existencia abarcó también su participación directa en múltiples instituciones de carácter científico.
   Así, entre otras, fue: miembro corresponsal de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid; fundador de la Sociedad Geográfica de Madrid; miembro ordinario de la Sociedad Científica de Bruselas; honorario y corresponsal de la Sociedad Británica de Fomento de Artes e Industrias; miembro de la Sociedad de las clases productoras de México; socio de mérito de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana y del Círculo de Hacendados de la Isla de Cuba; y socio de número y de mérito de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, en la cual llegó a ocupar el cargo de vicepresidente.
   En honor a la más estricta justicia histórica, debe destacarse que el ya brigadier del Cuerpo de ingenieros del Ejército de España, desde el 21 de septiembre de 1876, Francisco de Albear y Fernández de Lara, jamás tuvo participación directa como militar durante el conflicto independentista del 68, ni en la denominada Guerra Chiquita; su vida y su esfuerzo estuvieron dedicados a las obras sociales en la tierra que lo vio nacer, y a la cual dedicó hasta su último aliento.
   Tuvo la satisfacción de ver su proyecto premiado en la Exposición Universal de París, en 1878, donde obtuvo Medalla de Oro, con una mención honorífica que lo inmortaliza para la posteridad, al entregársele "como premio a su trabajo, digno de estudio hasta en sus menores detalles, y que puede ser considerado como una obra maestra.
   Entre los principales proyectos en que trabajó Francisco de Albear destacan el  proyecto de conducción a La Habana de las aguas de los manantiales de Vento, el proyecto de depósito de recepción y de distribución de las aguas del Canal de Vento, el proyecto de la distribución del agua de Vento en la Habana, el proyecto de construcción del Muelle de San Francisco en La Habana, las obras del Puente San Jorge sobre el Río Bacuranao.
   También destacan las obras del Puente de las Vegas, las obras del Pontón de Carrión, la construcción de la Calzada a San Cristóbal por Guanajay, la instalación de las primeras líneas telegráficas que existieron en Cuba, el proyecto de ensanche y reformas del Jardín Botánico de la Habana, el Proyecto de un edificio para el Observatorio Meteorológico, la construcción de la Casa de la Junta general de comercio y Lonja mercantil, y la de la Cátedra de Agronomía, y la elaboración de un proyecto de carretera central estratégica para la Isla.
   Murió en La Habana, el 22 de octubre de 1887.

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