Presidió el Cuerpo de Consejo de Cayo Hueso,
elegido anualmente (1892-1898) y el Club Revolucionario Luz de Yara; perteneció
también al Club Cayo Hueso y el Club Serafín Sánchez.
Desde mucho tiempo antes gozaba de gran
estima entre los veteranos de la Guerra Grande este sencillo cubano que emigró al
Cayo con su esposa Clara Camus de la
Hoz y tres hijas, en 1869, al ser perseguido en La Habana por su defensa de la
causa independentista.
Por coincidencia, cuando el jovencito José
Martí publica, en enero de 1869, sus primeros trabajos a favor de Cuba, el
corrector de pruebas de la Gazeta
de la Havana José
Dolores Poyo, de 32 años, sostiene fuertes discusiones con oficiales españoles
que frecuentan el diario.
Víctima de penuria económica, comenzó de
lector de tabaquería de una fábrica perteneciente a Vicente Martínez Ibor al
tiempo de fundar el Club Patriótico Cubano de Cayo Hueso con obreros
tabaqueros, el primero de su tipo.
Era de aquellos que rechazaron la Paz del Zanjón. En agosto de
1878 integró con otros patriotas la sociedad secreta Orden del Sol y el 12 de
octubre de ese año fundó, con sus escasos recursos, El Yara, que publicó
durante 20 años.
Fue presidente del Club Revolucionario
Cubano No. 25, constituido el 8 de noviembre de 1878 y, en 1884, formó parte de
la Convención
Cubana.
El 23 de marzo de 1880, antes de partir
hacia Cuba a la Guerra
Chiquita , el mayor general Calixto García le envió una carta
de despedida y un retrato –para que no olvide a su buen amigo- y un buen abrazo
que espera dárselo de veras en La
Habana.
A los pocos meses, el mayor general Antonio
Maceo, en una breve nota, pidió al Director de El Yara “…insertar en las
columnas de su apreciable periódico los escritos que a continuación se
expresan, por todo lo que anticipa a V. las más expresivas gracias de su affmo
amigo y compatriota”.
Se
trata de una carta de Maceo al general español Camilo Polavieja (Kingston,
Jamaica, 16 de mayo de 1881) y un comentario también suyo, fechado en la propia
ciudad el 14 de junio de 1881,
a su misiva anterior a quien sofocó violentamente la Guerra Chiquita en
Cuba (1879-1880).
En los documentos maceístas consta otra
carta a Poyo (San Pedro, 13 de junio de 1884); el contenido de sus líneas
finales se cita como esencia del pensamiento y principios del luego
Lugarteniente general del Ejército Libertador sin que se indique siempre su
procedencia: "Cuba será libre cuando la espada redentora arroje al
mar a sus contrarios. La dominación española fue mengua y baldón para el mundo
que la sufrió, pero para nosotros es vergüenza que nos deshonra. Quien
intente apropiarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si
no perece en la lucha. Cuba tiene muchos hijos que han renunciado a la familia
y al bienestar, por conservar el honor y la Patria. Con ella
pereceremos antes que ser dominados nuevamente; queremos independencia y
libertad”.
Sin embargo, solo a finales de 1891 Martí
visitó por primera vez Cayo Hueso para estrechar su mano –manos fundadoras de
acuerdo con sus palabras- y apretar junto a su corazón a esos emigrados,
invitado por un comité de esa localidad. Desde entonces comenzó la historia de
una gran amistad y colaboración.
Martí le había escrito a Poyo desde Nueva
York, el 5 de diciembre de 1891, agradecido por un suelto que califica de
decoroso sobre su visita a Tampa, incluido el 8 de noviembre en su periódico El
Yara. Esta carta que fuera publicada por el diario también de inmediato,
lleva una frase martiana célebre con el tiempo: “Es la hora de los hornos, en
que no se ha de ver más que la luz”.
En Tampa, invitado por el club patriótico
Ignacio Agramonte, había pronunciado sus famosos discursos Con todos y para el
bien de todos, el 26 de noviembre, y Los Pinos Nuevos, el 27 de
noviembre.
El deseo de un acercamiento por parte de
Martí se muestra en la primera y extensa carta a Poyo, que data del 29 de
noviembre de 1887: “Por ese respeto nunca excesivo a la libertad de la
opinión ajena y a mi propio decoro, jamás me he atrevido, en ocho años de
incesantes inquietudes patrióticas, a solicitar comunicación con aquellos con
quienes más la deseaba, con los ejemplares cubanos de Cayo Hueso.
Pero hoy no tomará Ud. a mal que cediendo
tanto a mi deseo como a sugestiones amistosas, salude en Ud. a uno de los que
con más brío y desinterés trabajarán sin duda en preparar los tiempos
grandiosos y difíciles a que parece irse ya acercando nuestra patria”.
“Noto que, con la confianza que su amor
patrio me inspira, he dejado correr la pluma con más extensión de lo que
autoriza una primera carta; ¿pero el sangrar juntos de una misma herida, no ha
de hacer a los hombres sinceros súbitamente amigos?”
“Nada especial tengo que pedir a Ud. y nada
más me propongo, aunque mi tierra sea toda mi vida, que servirla con mi juicio
leal, sin asumir más puesto que aquel deber en que como ahora la voluntad de
mis paisanos me coloque”.
Según su descendiente Gerald E. Poyo, esa
comunidad no respondió en 1887
a los esfuerzos de Martí para revitalizar el movimiento
independentista porque lo “consideraban un inspirado propagandista
nacionalista, pero un revolucionario tímido” que, por discrepancias en los
métodos, se había separado de Máximo Gómez y Antonio Maceo.
En mayo de 1893, Martí le obsequió a Poyo un
retrato suyo junto con su autógrafo donde escribió más que emocionado:
“El pundonor de Cuba se hizo hombre y se llamó José Dolores Poyo: a su virtud,
a su talento, a su elocuencia, a su corazón dedico este tributo. Su hermano
José Martí”.
Fechada en El Roble (territorio libre de
Sierra del Rosario, Pinar del Río), el 16 de julio de 1896, Maceo le dice al
final de una carta “… ¿A qué intervenciones ni ingerencias extrañas, que no
necesitamos ni convendrían? Cuba está conquistando su independencia con el
brazo y el corazón de sus hijos; libre será en breve plazo sin que haya
menester su ayuda”.
Al regresar a La Habana , en 1898, José
Dolores Poyo no contó con recursos para la realización de su sueño, la
publicación de El Yara en una Cuba libre. Pidió trabajo y solo se le ofreció
una plaza de vigilante nocturno en la
Aduana de la
Habana.
Después,
en 1900 tuvo un puesto de auxiliar de Vidal Morales, jefe de los archivos de la Isla de Cuba, y a la muerte
de éste fue nombrado para sustituirlo el 31 de agosto de 1904, sin contar con
locales ni recursos adecuados.
En los años que siguieron hasta su muerte,
ocurrida el 26 de octubre de 1911, en La Habana , Poyo participó en un suceso reconfortante
desde su casi anónima presencia en la naciente sociedad neocolonial: la
recaudación de fondos para el monumento a Martí, en el Parque Central capitalino
inaugurado oficialmente el 24 de febrero de 1905.
Fue vicepresidente de la comisión encabezada
por el general mambí Emilio Núñez que centavo a centavo, con toda honradez,
reunió $4, 599,68 en moneda estadounidense, $174,51 en oro español y $607.81 en
plata española.
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