En el aniversario 144 de darse el grito de
independencia en Cuba y el inicio de la Guerra de los Diez Años
El 10 de octubre de 1868, el
hacendado Carlos Manuel de Céspedes, dio la libertad a su dotación de esclavos
en el ingenio La Demajagua
y convocó a iniciar la guerra de independencia de Cuba contra el coloniaje
español. Ese día los cubanos elevaron
sus armas en “La Demajagua ”
al despertarle Céspedes con estas palabras: El soldado del deber no debe
permitir, que la aurora lo sorprenda en su lecho. ¡El alba aparecía el 10 de
octubre de 1868!.
Todos obedecieron, empuñaron sus armas, iba a
comenzar la tragedia, iban a decir en alta voz y a sostener con sus vidas el
ideal de la independencia. Se formó en el batey del ingenio el primer núcleo de
héroes, a su frente Emilio Tamayo, enarbola la bandera que Cambula había
confeccionado hora antes y Céspedes se adelanta y dice: ¡Soldado de la
independencia! el sol que ves asomar por encima de la Sierra Maestra,
viene a alumbrar con su gloria el primer día de la libertad de Cuba.
Ese día nombra Céspedes a Bartolomé Masó,
segundo jefe de las fuerzas libertadoras, por considerarlo el más capaz para
sustituirlo y llevar a cabo la ingente obra de la redención de la patria con
todos sus arrestos, devoción y talento.
Todo el resto del día 10 lo emplearon los patriotas
preparando sus armas y equipos, no faltando las exploraciones de aquellos
alrededores. Céspedes y Masó dieron los últimos toques firmando primero el
manifiesto donde sé hacia conocer al mundo la causa que impulsaba a los cubanos
al levantarse en armas contra los españoles, proclamando la independencia
de Cuba.
En la madrugada del 10 al 11 partieron de “La Demajagua ” marchando al frente
de ellos el 2do jefe de las fuerzas libertadoras Bartolomé Masó, pasando por
San Francisco, El Rosario y San Luis acampando en Palmas Altas, donde Céspedes
dio la libertad a los esclavos que le acompañaban.
A las cuatro de la tarde emprendieron de nuevo la
marcha. A las cinco sonaron los primeros disparos en una escaramuza sin
resultados haciendo alto en Caobita, a una legua de Yara.
Desde allí envió Céspedes dos oficiales con la
orden de entrevistar al capitán del partido de Yara para que se
rindiera a discreción, este que solo contaba con cuatro salvaguardias para su
defensa respondió sometiéndose.
Céspedes y Masó, con su ejército de ciento veinte
hombres, de los cuales solo 36 iban armados, marcharon inmediatamente sobre el
pueblo con la intención de pernoctar allí.
Después de haber salido de Yara los dos
oficiales parlamentarios entró una columna de regimiento de la corona, al mando
del comandante Villares, pedida a Bayamo por el gobernador
de Manzanillo, y lo que iba a ser el triunfo de las armas cubanas se
convirtió en su primer desastre.
Los soldados en número de cien infantes y
veinticinco hombres de caballería se atrincheraron sigilosamente en distintos
lugares del pueblo, en los plazos que daban sobre la plaza.
A las ocho de la noche, perfectamente distribuidos
las fuerzas revolucionarias y por cuatro puntos distintos entraron los cubanos
al pueblo de Yara. Nada anormal se noto, pero cuando estaban reuniéndose
en la plaza y se dio el grito de ¡Viva Cuba libre!, el enemigo oculto
y en acecho desde el interior de las casas respondió con ciento treinta bocas
de fuego sobre los patriotas.
Sorprendidos, retrocedieron en desorden y solo
Céspedes, Masó, José. J. Garcés, Ángel Maestre, Joaquín
Tamayo y un pequeño número de valientes patriotas, sostuvieron el fuego,
retirándose después sin ser perseguidos. Ángel Maestre que llevaba la bandera,
era uno de la escolta, con Céspedes permanecieron en el lugar doce hombres y la
bandera en mi poder, mas parece que alguno exclamó “todo se ha perdido” y
Céspedes contestó en el acto:
“¡aún quedamos doce hombres, basta para hacer la
independencia de Cuba! ”Aquel ejército de doce hombres, como los apóstoles
que acompañaron y fueron suficientes al redentor del mundo, atravesaron a la
luz de los relámpagos la inmensa sabana de Yara, acampando en Calabazan,
poco distante de Jibacoa. Allí esperaron el amanecer y con este fueron llegando
los dispersos por la emboscada, más decididos si cabe, como supervivientes del
trágico principio.
Luis Marcano llega al campamento al frente de 300
hombres medianamente armados. Con este oportuno refuerzo el general en jefe,
Céspedes y el teniente general Masó, acuerdan contramarchar inmediatamente
sobre Yara, y al llegar sin emisarios con la intensión de atacarlos, se encontraron
con que los españoles habían evacuado al pueblo, y se habían marchado en
dirección a Manzanillo.
El día 12, en Calambrocio, en las cercanías
de Yara, Bartolomé Masó renunció al cargo de segundo jefe de las
fuerzas revolucionarias, aprovechando la oportunidad, de haberse incorporado el
prestigioso oficial, de la reserva del ejército dominicano, Luis Marcano, que
unía sus conocimientos y prestigios militares.
Masó sabía que con su determinación contrariaba a
Céspedes, pero creyó mejor servir a Cuba teniendo al frente del ejército un
militar de nombre Luis Marcano y dando el primer ejemplo de “todo por Cuba”.
Las fuerzas revolucionarias entraron y permanecieron en Yara los días
13 y 14 aprovecharon para reorganizar y nutrir con elementos comprometidos que
no habían podido hacerlo el día 10 y los predispuestos a favor de la causa que
no pertenecían a la dotación de los alzados.
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