martes, 9 de octubre de 2012

Las armas, máculas en la sociedad estadounidense

Miguel Fernández Martínez *

   Larga es la lista de masacres en Estados Unidos, donde el abuso de poder, la enajenación social y el afán de buscar fama dejaron una prolongada lista de víctimas.
   Durante generaciones, las armas de fuego han formado parte de los valores, la cultura y la educación del ciudadano norteamericano; de ahí cada vez que el país se estremece ante el trepidar de las balas, se reinicia un interminable debate sobre la legalidad de la tenencia y proliferación de las mismas.
   Pocas sociedades modernas pueden exhibir tan trágico record de historias de masacres como Estados Unidos.
   Desde los lejanos días de 1622, cuando 347 personas fueron masacradas un viernes Santo en Jamestown, en la colonia inglesa de Virginia, comenzó a tejerse una historia de crímenes que han teñido de sangre la historia de Estados Unidos.
   Las masacres de los Apalaches en 1704, y de Boston en 1770, a manos de la soldadesca colonial británica, junto a las de Goliad el 27 de marzo de 1836, y de Mountain Meadows, en las cercanías de Salt Lake City, en el actual estado de Utah el viernes 11 de septiembre de 1857, sacudieron al país durante el proceso de independencia y formación de la nacionalidad estadounidense.
   Los conflictos entre obreros y patronos también dejaron huellas en la historia norteamericana, entre ellas la masacre de Centralia, un incidente sangriento ocurrido el 11 de noviembre de 1919 en el condado de Lewis, en Washington.
   Igualmente puede citarse la disputa entre la Legión Estadounidense y los trabajadores agrupados en el sindicato Industrial Workers of the World, que dejó un saldo de seis muertos, varios heridos y múltiples condenados a prisión.
   El pandillerismo y las mafias ocupan un protagonismo destacado en la historia del uso de las armas de fuego en las calles de Estados Unidos y basta recordar la Masacre de San Valentín, ordenada por Al Capone el 14 de febrero de 1929 contra siete miembros de la banda rival, de la familia Morán.
   También las escuelas han sido escenario de crímenes como el ocurrido en la Universidad de Texas el primero de agosto de 1966, cuando un exinfante de marina asesinó a 15 personas e hirió a otras 32.
   En la Universidad de Kent, Ohio, el cuatro de mayo de 1970 fuerzas de la Guardia Nacional arremetieron contra una protesta estudiantil, asesinando a cuatro estudiantes y dejando otros nueve heridos.
   La enajenación, el desinterés, y el irrespeto por la vida ajena, en medio de una sociedad que alienta la violencia como forma de supervivencia, provocó que el 18 de julio de 1984 un pistolero asesinara a 22 personas e hiriera a otras 19, en un incidente acaecido en un restaurante de la cadena McDonald's ubicado en San Diego, California.
   En 1995, Timothy McVeigh hizo explotar el edificio federal Alfred P. Murrah en la ciudad de Oklahoma, causando la muerte de 168 personas, entre ellos 19 niños menores de seis años e hiriendo a más de 680. Se especula que actuó influido por la tragedia de Ruby Ridge, en 1992, y la masacre de la Secta Davidiana ocurrida en Waco, en 1993.
   Este hecho se conoce como el acto terrorista más grave ocurrido en territorio estadounidense hasta los atentados en New York, Washington y Pennsylvania del 11 de septiembre de 2001.
   La masacre cometida en la Escuela Secundaria de Columbine, en el condado Jefferson, en Colorado, ocurrió el 20 de abril de 1999; se recuerda como el cuarto peor asesinato escolar en la historia de Estados Unidos y el más mortífero en un instituto.
   Nadie olvida la masacre de la escuela amish West Nickel Mines, en el pueblo de Bart Township, en el condado de Lancaster, Pensilvania, ocurrida el 2 de octubre de 2006, cuando un hombre armado tomó como rehenes, y finalmente tiroteó y mató a cinco niñas de entre seis y 13 años, antes de suicidarse en la misma escuela.
   La sociedad norteamericana se estremeció el 16 de abril de 2007, cuando un estudiante surcoreano de literatura inglesa asesinó a mansalva a 33 personas y dejó heridas a otras 29 en el Instituto Politécnico y Universidad Estatal de Virginia, conocido como Virginia Tech, en Blacksburg, en lo que se considera el peor ataque a una universidad norteamericana.
   Otro hecho relevante fue la masacre del Westroads Mall el 5 de diciembre de 2007, en Omaha, estado de Nebraska, con un saldo de nueve muertos y cinco heridos. Robert A. Hawkins, el genocida, dejó una nota antes de suicidarse, en la cual argumentaba que todo lo que hacía era porque quería "ser famoso".
   El 10 de marzo de 2009, las comunidades de Geneva y Samson, en Alabama, fueron el escenario ideal para que un desequilibrado armado asesinara a 11 personas, incluidos miembros de su familia.
   Pocos días después, el 3 de abril, en la localidad de Binghamton, estado de Nueva York, un pistolero mató a 13 personas, dejó 26 heridas y mantuvo a 41 como rehenes en un edificio que prestaba servicios a inmigrantes.
   En Fort Hood, la base militar norteamericana más poblada del mundo, ubicada en el estado de Texas, un psiquiatra del ejército ametralló a 13 soldados y lesionó a otros 30.
   Las fricciones políticas también han motivado instintos asesinos dentro de la sociedad norteamericana, país que conoce, por reiteración, el magnicidio.
   Aún están frescos los recuerdos del sábado 8 de enero de 2011, cuando 18 personas fueron tiroteadas en el estacionamiento de un supermercado Safeway en Casas Adobes, cerca de Tucson, Arizona, donde fallecieron seis personas y entre los heridos se encontraba la Representante Federal de ese estado, Gabrielle Giffords, quien recibió un disparo en la cabeza, dejándola en estado crítico.
   Este 2012, a pesar de acumular episodios suficientes, no termina de motivar a la cúpula de poder en Washington para enfrentar definitivamente la crisis de las armas y su uso indiscriminado.
   El 27 de febrero, un tiroteo en la escuela secundaria Chardon, en Ohio, dejó tres personas muertas y otras dos tuvieron que ser hospitalizadas, y el 20 de julio, un asesinato en masa ocurrió durante el estreno de la película The Dark Knight Rises en el condado de Aurora, estado de Colorado, dejando 12 muertos y otros 59 heridos, solo por citar un par de ejemplos.
   La polémica que surge hoy en la sociedad norteamericana se mueve entre el derecho individual de cada persona a portar armas de fuego, amparado en la Segunda Enmienda de la Constitución, y la responsabilidad del Estado de prevenir el crimen, mantener el orden y proteger el bienestar ciudadano.
   Según datos emitidos por la Asociación Nacional del Rifle, una organización que tiene cuatro millones 300 mil de miembros, en Estados Unidos circulan alrededor de 250 millones de armas de fuego, distribuidas entre unos 80 millones de ciudadanos.
   A su vez, un estudio global de 23 naciones dio como resultado que el 80 por ciento de las muertes causadas con armas de fuego ocurrían en Estados Unidos.
   A pesar de erigirse como una sociedad de libertades, el miedo y la necesidad de preservar la vida ante los depredadores que ampara la Asociación Nacional del Rifle polarizan los criterios a la hora de decidir el establecimiento de un control sobre el uso y tenencia de las armas de fuego.
   En 1990, según una encuesta de Gallup, un 87 por ciento de los encuestados pedía controles más estrictos sobre las armas, pero 20 años después solo un 44 por ciento opinaba igual.
   Desde 2011, 21 estados presentaron en sus legislaturas proyectos de leyes para restringir uso, tenencia y proliferación de armas de fuego, y hasta la fecha en dos de ellos fueron rechazados, mientras que en los 19 restantes se mantienen pendientes las decisiones.
   Nadie sabe hasta dónde llegarán las consecuencias y, evidentemente, no hay voluntad política para eliminar o por lo menos tener bajo control un flagelo que mantiene en constante sobresalto a la sociedad norteamericana; mientras los políticos no decidan, seguirá imponiéndose la voluntad de la bala, como en los viejos tiempos del Oeste salvaje.

*Periodista de la Redacción Norteamérica de Prensa Latina.


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