Por Gustavo Robreño Dolz
No es de extrañar que en carta a Teodoro
Roosevelt fechada el 12 de abril de 1901, que se conserva en la Biblioteca del
Congreso, el interventor Wood diera rienda suelta a su odio y dijera: “Hay unos
ocho, de los treinta y un miembros de la Convención, que están en contra de la
aceptación de la Enmienda. Son los degenerados de la Convención, dirigidos por
un negrito de nombre Juan Gualberto Gómez, hombre de hedionda reputación así en
lo moral como en lo político”.
Una de las páginas más tristes y dolorosas
en la historia de la nación cubana fue sin dudas el fatídico 12 de junio de
1901 cuando, bajo la ocupación e intervención militar norteamericana, el
gobierno imperialista de Estados Unidos impuso la odiada Enmienda Platt como
apéndice constitucional a la primera Carta Magna aprobada en días anteriores
por la Convención Constituyente, integrada por los delegados electos por el pueblo
cubano.
Nacía así la República neocolonial. El sueño
incumplido del Apóstol José Martí —tal como expresara en la carta-testamento
político a su amigo mexicano Manuel Mercado—, los inmensos sacrificios y la
sangre derramada durante treinta años quedaban de este modo burlados bajo la
voracidad imperial, desalojando así a la decadente España de una de las últimas
joyas de la corona y acercándose al cumplimiento en el futuro de la ansiada
anexión de la Isla al expansionismo de Estados Unidos.
Enmascarada en la hipócrita y engañosa
Resolución Conjunta del 19 de abril de 1898 por parte del Congreso
estadounidense, que decía reconocer el derecho de Cuba a su plena independencia
y encubrió asimismo la intromisión yanqui en la guerra de los patriotas cubanos
contra España, la Enmienda fue finalmente impuesta como apéndice
constitucional.
Es decir, se convirtió en parte sustancial y
obligatoria en el texto de la Carta Magna hasta el año 1934, en que razones
internacionales de orden práctico aconsejaron al gobierno de Franklin D.
Roosevelt la proclamación de la llamada “política del buen vecino”, también
incumplida e igualmente falaz.
Juan Gualberto Gómez —cuyo aniversario 160
de natalicio recordaremos el 12 de julio de
2014—, paladín de la independencia
y la libertad de Cuba, compañero de José Martí e identificado con sus ideas en
todo momento, resultó la más importante e irreductible figura que encabezó la
oposición a esta maniobra imperialista.
patriota cubano Juan Gualberto Gómrz |
Sus argumentos se escucharon no solo en el
seno de la Convención Constituyente, sino también en las luchas populares y
mediante sus trabajos periodísticos —en La Discusión y en Patria—, donde
advirtió sobre sus consecuencias y denunció el nacimiento de la República
intervenida.
Desde su elección como delegado por los
Cuerpos de Ejército de Pinar del Río y Las Villas a la Asamblea de Representantes
de la Revolución Cubana, convocada para sustituir al Gobierno en Armas y
atender todo lo relacionado con la transición a la nación independiente;
resultó siempre participante activo en las misiones y debates relacionados con
el complejo tema de las relaciones de la futura república con Estados Unidos,
teniendo en cuenta las indisimuladas ambiciones imperiales y el dominio
económico que ya ejercían sobre Cuba.
Sobre esta cuestión, Juan Gualberto presentó
a dicha Asamblea el 10 de noviembre de 1898 una moción que fue entonces
aprobada y razonaba del siguiente modo:
“La inteligencia leal y sincera con nuestros
vecinos es casi un postulado de la política revolucionaria en Cuba, y siendo
indudable que nada práctico y fecundo pudiera intentarse en estos momentos si
de su conveniencia y posibilidad no se lograre convencer al gobierno americano,
es por lo que, al llegar la Revolución al término de su heroica y sangrienta
jornada, lo mismo para el licenciamiento de sus huestes que para la
transformación de sus organismos directores, a fin de que se acomoden a la
nueva situación que se ha de crear en el país, resulta indispensable que se
penetre bien de las intenciones, de los deseos, de la voluntad, de los planes,
en una palabra, del Gabinete de Washington”.
Dicho de otra forma, como refiere el insigne
historiador Emilio Roig de Leuchsenring, —también profundo estudioso del
proceso de la Enmienda Platt a través de sus obras—, era necesario acudir al
gobierno de Estados Unidos solo porque se había apoderado por la fuerza del
poder en Cuba y porque aún los patriotas cubanos confiaban en la buena voluntad
y la honestidad de los círculos dominantes que habían empeñado el cumplimiento
de su palabra mediante la Resolución Conjunta, convertida en ley de la Unión
Norteamericana.
A lo largo de las sesiones de la
Constituyente de 1901, celebradas en el teatro Martí de La Habana, fueron
acrecentándose las presiones y maniobras yanquis hasta llegar al ultimátum del
interventor militar, general Leonardo Wood, quien no dejó alternativa a la
Convención.
En nombre de su gobierno, del presidente
McKinley y del Congreso, remarcó que el único camino posible era la aceptación
literal y sin cambio alguno del texto aprobado por los legisladores yanquis,
rechazando los tibios intentos de modificación hechos por la convención y
aprobados por mínima votación de 15 a 14.
Teodoro Roosevelt |
Wood tachó después la palabra “degenerados”
sustituyéndola por “agitadores”. Pero quedó su vil calumnia contra el más
denodado y firme defensor de la plena independencia de Cuba en el seno de la
Convención, quien desenmascaró y no dio tregua a los planes imperiales de
imposición de la Enmienda.
Finalmente, el apéndice constitucional quedó
aprobado por 16 votos a 11, con 4 ausencias, de un total de 31 delegados. Diez
de los que votaron favorablemente explicaron su voto como única fórmula en esos
momentos para hacer posible la existencia de la república.
En su libro Por Cuba Libre, Emilio Roig
resume aquel trágico episodio de nuestra historia de manera justa y brillante:
“Justificadamente puede aceptarse que todos los miembros de la Convención
Constituyente cubana actuaron impulsados por móviles patrióticos, creyendo de
buena fe muchos de ellos que la solución a que se acogían era lo mejor, o la
única posible, para que a nuestro pueblo se le abriesen, más o menos amplias,
con más o menos cortapisas, las vías de la libertad”.
Y continúa Roig: “Pero no es posible negar
que nuestras simpatías siguen, en aquel momento de la historia de Cuba; a los
que se mantuvieron desesperadamente fieles al ideal de independencia absoluta
que había encarnado en Martí y en nuestros mejores libertadores. Y resplandece,
inmarcesible, el hecho de que Juan Gualberto Gómez fue el héroe de aquella
incruenta pero angustiosa jornada en que, hombre de paz, se igualó en esfuerzo
viril y en resistencia inquebrantable a los más bravos combatientes de los
campos de Cuba Libre”.
Tomado del
sitio digital del periódico Granma
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