Mártires de la masacre de Tarará en 1992. El cadáver de uno de ellos, amarrado de pies y manos y después ametrallado. |
Estos tiempos imponen no
olvidar, y más cuando en esa memoria histórica está la sangre de los hijos de
la Patria, a manos de desalmados que, en su afán por conseguir el “sueño
americano” de dólares y prebendas, han sido capaces de asesinar a mansalva. Veinte años después, la alevosa masacre de jóvenes cubanos en la playa de
Tarará, todavía retumba en las entrañas de la Isla que no dobla la rodilla
ante el Imperio.
De estos crímenes no
hablan los nostálgicos “exiliados históricos” de Miami, ni los trasnochados “desterrados”
que no quieren trabajar en Madrid, ni los “sufridos” disidentes dentro de la
isla que pierden demasiado tiempo
esperando el cheque que llega por Western Union.
De esta bárbara acción
contrarrevolucionaria no hablan los encopetados ministros de la Unión Europea,
ni la repudian en la Casa Blanca. Pero ahí están los hechos.
En la noche del 9 de
enero de 1992, el soldado Orosmán Dueñas Valero, de Tropas Guardafronteras; el
sargento de tercera Yuri Gómez Reinoso, de la Policía Nacional Revolucionaria;
y el custodio Rafael Guevara Borges, se encontraban de guardia en el Campamento
de Pioneros José Martí, en Tarará, al oeste de la capital.
Ese día, hace 20 años, un
grupo de delincuentes contrarrevolucionarios penetró en la Base Náutica de ese
centro infantil con el objetivo de sustraer una embarcación para emigrar
ilegalmente hacia la Florida, en busca de la protección que les ofrece la
asesina e hipócrita Ley de Ajuste Cubano aprobada por el Gobierno de Estados Unidos.
El propósito de robarse
una embarcación y llegar a Estados Unidos no estaría exento de cualquier
riesgo, ni siquiera de los más criminales. Los apátridas sorprendieron a Orosmán,
Yuri, y Rafael, los tres jóvenes combatientes del Ministerio del Interior, a
quienes desarmaron y maniataron, dejándolos en el piso.
Al ver frustrado el intento de arrancar la nave y la
posibilidad de salir del país, regresaron y ametrallaron alevosa y vilmente a
los tres jóvenes que yacían en el suelo indefensos. Otro agente de la PNR que al
oír los tiros fue hacia el lugar, el sargento de primera Rolando Pérez
Quintosa, fue herido gravemente en desigual combate y un mes después, tras dura
lucha por salvar su vida, fallecía también.
La rápida actuación de
las fuerzas del MININT, del Sistema Único de Vigilancia y Protección, y la
acción del pueblo, pusieron en menos de 48 horas a los autores del atroz crimen
en manos de los tribunales.
"Fue horrible ver a
esos jóvenes vilmente masacrados. Mi hijo era el menor de
todos, un muchacho que pasaba en Tropas Guardafronteras su Servicio Militar y
sentía orgullo de ser miembro del Ministerio del Interior. Nunca lo olvidaremos, ni lo que le hicieron. Los que cometieron
ese atroz crimen estaban motivados por la asesina Ley de Ajuste Cubano”, dijo
con mucho dolor Pablo Dueñas Venegas, el padre del soldado Orosmán,de solo 20
años al ser asesinado.
"Siempre tuve fe en la justicia de la Revolución,
pues estaba seguro de que los culpables serían detenidos, juzgados y
sancionados severamente por esa vil acción. Y así fue. En nuestro país sí se castiga de verdad a los terroristas
y asesinos, mientras que en Estados Unidos tales elementos como Orlando Bosch y
Posada Carriles viven a su antojo sin ser juzgados ni condenados por sus
crímenes", expresó Pablo Dueñas.
Veinte años después,
todavía se mantiene fresca en la memoria de Pablo aquella mañana del 10 de
enero en la que la Plaza de la Revolución se llenó de pueblo, para rendir
tributo a Orosmán, Yuri y Rafael, cuyos restos eran velados en el edificio del Ministerio
del Interior y donde sus familiares, amigos y compañeros lloraban de rabia y de
dolor por aquel atroz crimen, cometido por los que sueñan con destruir a la Revolución,
bajo la protección del manto Imperial.
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