estelar pitcher cubano Conrado Marrero |
A solo dos días de cumplir 103 años Conrado
Marrero falleció en horas de la mañana de este miércoles en La Habana.
Nacido en la finca Laberinto, Marrero tuvo
una exitosa carrera deportiva durante dos décadas, primero lanzando con equipos
de la Liga Amateur y más tarde con el Almendares, ya como profesional, En
Grandes Ligas vistió la franela de los Senadores de Washington durante cinco
años.
Acumuló un total de 367 victorias, fue
integrante de equipos Cuba ganadores de Campeonatos Mundiales y luego de su
retiro en 1958 se dedicó a la tarea de entrenar a jóvenes talentos del pitcheo,
especialmente en las provincias orientales.
Sus restos mortales serán cremados. Con su
desaparición, Cuba pierde a una auténtica gloria deportiva, orgulloso siempre
de haber nacido en esta tierra.
Conrado
Marrero: un ¡hasta luego! por el Premier
Por
Sigfredo Barros
Nacido en la finca Laberinto, en las
inmediaciones de Sagua la Grande, actual provincia de Villa Clara, Marrero, el
Premier o “Connie”, como le decían cuando llegó a las Grandes Ligas, fue un
ejemplo de tenacidad, constancia y consagración.
Había que verlo, y oírlo, sempiterno tabaco
agarrado entre sus dedos, las volutas de humo subiendo en espiral, los ojos
semi cerrados concentrado en sus recuerdos, mientras su voz ronca repetía una y
otra vez cómo les lanzó a los Yankees cuando les ganó en una ocasión: “a Mickey
Mantle le tiré una “curvita afuera”…a Berra, ese c… era bateador de bolas
malas, muy difícil”.
Conrado Eugenio Marrero Ramos, nacido en
Laberinto el 25 de abril de 1911, dejó de
respirar este miércoles, casi a los
103 años de vida, que lo convirtieron en el exjugador de Grandes Ligas vivo de
mayor edad durante un buen tiempo.
Conrado Marrero - foto Ricardo López Hevia |
Cubano de pura cepa, nunca perdió su
característico buen humor. Cuando lo entrevisté en ocasión de su 99 cumpleaños,
me respondió al preguntarle que cómo se sentía: “Chico, cómo tu crees que se
sienta después de haber dado tantas vueltas en casi 100 años. Solo me queda
esperar por la Parca”.
Nacido en la finca Laberinto, en las
inmediaciones de Sagua la Grande, actual provincia de Villa Clara, Marrero, el
Premier o “Connie”, como le decían cuando llegó a las Grandes Ligas, fue un
ejemplo de tenacidad, constancia y consagración.
En 1950 entró en la nómina de los Senadores
de Washington, un equipo sotanero cuyo lema era todo un canto a la prepotencia
yanqui: “Washington, primero en la guerra, primero en la paz…y último en la
Liga Americana”, la única verdad de toda la frase. Una anécdota —nunca
confirmada—, afirma que cuando llegó al campo de entrenamiento el mentor Bucky
Harris, exclamó: “!yo pedí que me trajeran un pitcher, no un carga bate¡”.
Era bajito, aproximadamente cinco pies y
medio, envuelto en unas 160 libras, con brazos cortos y manos pequeñas. No
tenía ni por asomo físico de atleta. “Parecía más un tendero o un campesino que
un pelotero”, según un reporte de la época.
Pero hay cualidades que no pueden verse a
simple vista. A Marrero le sobraba corazón y habilidad. Corazón para
enfrentarse en el box a los grandes bateadores de aquella época (Williams,
Mantle, Al Kaline) sin asomo de temor, dependiendo fundamentalmente de su
control. “Era un guajiro “pícaro”, capaz de lanzar un juego tirando curvas y
sliders, casi sin utilizar la recta, poniendo la bola donde quería”, afirmó en
una oportunidad Andrés Fleitas, quien fuera su receptor en tres Campeonatos
Mundiales Amateurs.
Marrero a su paso por las Grandes Ligas norteamericanas |
Habilidad para no repetir lanzamientos y
para no dejar que lo dirigieran cuando estaba en el box. “A mí nunca nadie me
dirigió, el catcher y yo llevábamos el juego. El pitcher tiene que tener
memoria y recordar con qué lanzamiento le dieron un batazo y no repetirlo
cuando llegaba de nuevo ese bateador. Yo recordaba siempre con qué lanzamiento
me daban un batazo”, dijo en más de una ocasión.
Su paso por el amateurismo fue brillante,
siempre con el equipo Cienfuegos. Ganó 128 juegos, perdió 41 y en siete
temporadas consecutivas su promedio fue inferior a las dos carreras limpias,
con destaque para lo conseguido en 1945, cuando sumó 22 éxitos y solo 5
fracasos, con 1,21 de promedio.
Semejante labor lo catapultó al
profesionalismo, debutando en México con los Indios de Juárez y llevándose el
crédito de la victoria en 24 ocasiones. A partir de 1947, Marrero simultaneó
dos torneos distintos al año, uno en la Liga Profesional Cubana y otro en
Estados Unidos, primero con los Havana Cubans y a partir de 1950 con los
Senadores de Washington. Con estos últimos ganó 39 juegos, perdió 40 y en 1951
—a los 40 años de edad—, fue seleccionado en el equipo Todos Estrellas de la
Liga Americana.
Su último año como lanzador activo fue 1958,
en Nicaragua con el equipo León. En total ganó 367 juegos y su promedio de
carreras limpias fue de 2, 22, toda una hazaña para un hombre que lanzó más de
4 500 entradas en sus dos décadas de labor.
A partir del triunfo de la Revolución
comenzó una nueva carrera, la de entrenador de varios elencos de la Serie
Nacional, especialmente los de la región oriental, repitiendo una y otra vez su
frase favorita: “pitcher sin control no es pitcher”.
Sufrió adversidades —varios de sus seres más
queridos emigraron hacia Estados Unidos—, pero él siempre permaneció fiel a su
país, a sus costumbres, a fumarse tabaco tras tabaco mientras hablaba de
pelota.
Cubano de nacimiento, orgulloso de serlo.
Con su desaparición Cuba pierde una gloria…pero gana una leyenda. A los hombres
como él no se les dice adiós. Solo un ¡hasta luego!
Tomado del
sitio digital del periódico Granma
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