Carlos González Vidal, autor del sabotaje a El Encanto |
Hace 53 años, Carlos González Vidal, de 23 años,
era empleado del departamento de discos en la prestigiosa tienda El Encanto, ubicada
en la céntrica esquina habanera de Galiano y San Rafael. El Encanto era uno de
los símbolos comerciales más significativos de la capital cubana, razón para
que fuera un blanco de interés en los planes de agresión contra nuestro país.
La agresividad contra la Revolución cubana de
Carlos González Vidal resultaba notoria con críticas, censuras y comentarios
adversos a las medidas populares que el gobierno adoptaba y que iban contra
latifundistas, explotadores y posesiones de transnacionales estadounidenses.
Emparentado con Reynold González, cabecilla
del Movimiento de Recuperación del Pueblo (MRP), González Vidal se incorporó a
esa organización terrorista a fines de 1960, desde donde realizó diferentes
acciones terroristas encaminadas a destruir la naciente Revolución.
Unos días antes del criminal siniestro que
provocó la muerte de la empleada Fe del Valle, 18 personas más lesionadas y
alrededor de 20 millones de dólares en pérdidas económicas, estalló una bomba
en los portales de la tienda, que destruyó las vidrieras de la calle Galiano,
las del Ten Cent y las de la peletería La Moda, ambas situadas al frente, pero
que no tuvo implicaciones mayores, como las que la contrarrevolución esperaba.
El afán de desestabilizar la naciente
Revolución Cubana mediante actos terroristas, que se llevaron a cabo como
preámbulo a la invasión de Playa Girón,
provocó que en la tarde del 13 de abril de 1961, González Vidal, armado de dos
petacas incendiarias preparadas con explosivo plástico C-4, las colocó ese
mismo día en el segundo piso de la tienda. El asesino, conocedor de la tienda
pues trabajaba en el departamento de discos, muy cerca del de sastrería, en el
cual, como es ostensible, abundaban las telas, y allí fue donde situó las
cargas letales.
Accedió a realizar esa acción, si de
inmediato lo sacaban del país. Y así lo intentó, porque una vez colocados los
objetos incendiarios, lo condujeron a Playa Baracoa, una idílica localidad
costera a unos 30 kilómetros al oeste de La Habana, por donde trataría de
abandonar ilegalmente el territorio cubano.
La casualidad se interpuso en el deseo del
terrorista. Al frente de una compañía de milicianos destacada en el lugar, iba
un compañero de apellido Pena, también empleado de El Encanto y que tras un
curso apresurado, se graduó de jefe de compañía de las Milicias Nacionales
Revolucionarias.
Pena recibió la información de que señales
lumínicas solo apreciables desde el mar, salían de una de las casas del litoral
baracoense.
Ordenó de inmediato requisar la hilera de
residencias de donde se originaban las luces y en una de ellas un miliciano
detuvo a González Vidal, quien, al ser interrogado, respondió que se hallaba
allí de visita en casa de una tía.
Pero Pena, al reconocerlo como empleado de
El Encanto, tomó la decisión de enviarlo a una dependencia de la Seguridad del
Estado, sita en las calles 5ta Avenida y 14, en la barriada capitalina de
Miramar. Éste último solo sabía por comentarios de lo ocurrido en la afamada
tienda capitalina.
En la continuación del episodio también
influyó lo fortuito, porque el entonces novel oficial de los órganos de la
Seguridad del Estado, Oscar Gámez conoció, casi sin proponérselo, de la
presencia de su excompañero de trabajo.
Gámez había comenzado su vida laboral a
finales de los años 50 en El Encanto, como auxiliar en el departamento de
distribución de paquetes, una división que contrataba a personal por tiempo
limitado durante las etapas de mayor venta del año.
Ni imaginaba que aquel hecho fortuito,
casual, tal vez para él promisorio, por trabajar en un lugar tan conocido, le
proporcionaría años más tarde la posibilidad de revelar a la historia el
asesino que provocó el incendio y posterior derrumbe del establecimiento
comercial, en el cual murió calcinada Fe del Valle, una de sus empleadas.
Después del triunfo de las fuerzas rebeldes
en enero de 1959, Gámez continuó en sus labores en la prestigiosa tienda, ya
siendo parte de la plantilla oficial, como vendedor, pero sometido a una
leonina condición de los dueños de renovar contrato cada mes.
Gámez, hoy coronel del Ministerio del
Interior, relató que había centenares de detenidos. Se llevaba a cabo una
operación para anular la posible ayuda desde lo interno a una invasión
estadounidense o de otro tipo, y con el apoyo popular, las fuerzas del MININT
neutralizaban a los contrarrevolucionarios.
Al primer contacto, el ahora director del
Instituto Superior de Ciencias Policiales, de La Habana, no se le ocurrió ni
por asomo que tenía enfrente al terrorista causante de la destrucción de El
Encanto, y orientó las preguntas hacia otros temas.
Pero, tal vez desde su interior o porque sus
superiores habían sugerido que se buscara información sobre el sabotaje de la
tienda, Gámez sorprendió a González Vidal con una jugarreta que dio resultado.
Relató en el libro Girón, La Batalla
Inevitable, del escritor Juan Carlos Rodríguez: "A mí me habían dicho que
en el Tikoa Club se habían ocupado 50 ametralladoras, y aunque todo aquello
resultó ser mentira, yo sabía que el Tikoa era propiedad de un familiar de
Carlos.
Entonces le solté a boca de jarro: Tú estás
enredado en el asunto de las ametralladoras que se ocuparon en el Tikoa. “-En
eso sí que no”, me respondió rápidamente, sin pensarlo.
Le pedí al otro compañero que tomaba notas
que saliera de la habitación. Cuando nos quedamos solos, lo miré fijamente a la
cara y le dije: con el fuego (de El Encanto) si tuviste que ver. Se echó a
llorar. Un rato después se compuso y confesó".
El terrorista Carlos González Vidal recibió como
castigo todo el peso de la ley.
Con información
tomada de la Internet
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