El gobierno de Obama ha
entregado la iniciativa política a la derecha cubanoamericana
Un texto del profesor Arturo
López Levy*
Para comprender la razón
por la que Alan Gross, un ciudadano estadounidense, ha estado languideciendo en
una cárcel cubana durante los últimos dos años, es instructivo escuchar un
intercambio reciente que sucedió en una audiencia del Comité de Relaciones
Exteriores de la Cámara de Estados Unidos.
El representante David Rivera, republicano por la
Florida, exigió que Wendy Sherman, subsecretaria de Estado para asuntos
políticos, revelara si Estados Unidos de alguna manera trató de trabajar con La
Habana para lograr la liberación de Gross. Esperaba que no lo hubiera hecho.
Rivera le dijo: “Sería escandaloso que estuviéramos
negociando con un régimen terrorista para liberar a un rehén estadounidense”.
En principio, esa política es correcta: Las naciones no
deben ceder a las demandas de los terroristas. Pero nada de esto tiene que
ver con Gross o con Cuba.
Las referencias de
Rivera al terrorismo y a Gross como un rehén son una manipulación. La presencia
de Cuba en la lista de estados patrocinadores del terrorismo es una farsa. Los
últimos tres informes del Departamento de Estado, escritos para justificar la
inclusión de Cuba en la lista, más parecen argumentos a favor de su exclusión.
El Departamento de Estado no ha anotado ni una sola acción terrorista
patrocinada o promovida por Cuba en dos décadas. Ni siquiera los gobiernos de
España y Colombia, los supuestos objetivos del terrorismo patrocinado por Cuba,
apoyan la inclusión de Cuba en esa lista.
Asimismo, Gross fue arrestado en Cuba, no secuestrado. Él
estaba trabajando bajo los auspicios de la Agencia Estadounidense para el
Desarrollo Internacional (USAID), bajo la Sección 109 de la Ley Helms-Burton.
Esta ley norteamericana, con el objetivo expreso de derrocar al gobierno
cubano, ha sido condenada por la ONU por violar la soberanía de Cuba y de
otros estados.
Gross no es un rehén; es un peón, atrapado a causa de
nuestra política de “cambio de régimen”. Si Washington negociara con Cuba para
lograr la libertad de Gross, no habría absolutamente ningún riesgo de que Cuba
después secuestrara a otros estadounidenses. Cuba no es como Hamas y Hezbollah,
que secuestran a ciudadanos israelíes con el fin de provocar negociaciones.
Al repetir públicamente que la única opción para lograr
la libertad de Gross es que Cuba lo libere “sin condiciones”, el gobierno de
Obama ha entregado la iniciativa política a la derecha cubanoamericana. Estas
fuerzas anticastristas no han ni siquiera admitido su culpabilidad en la penosa
experiencia de Gross.
Para los estadounidenses interesados en una política
flexible de aproximación con La Habana, el arresto de Gross fue un evento
trágico y familiar en la larga historia de la guerra de Washington contra la
soberanía de Cuba. Lamentan lo que le ha sucedido a Gross, pero saben que,
en muchos sentidos, fue la política estadounidense de “vale todo” contra Cuba
la que creó el problema y que en ausencia de un cambio de rumbo siempre habrá
otro Gross, candidato a ser encarcelado, al doblar la esquina.
No hay deber más elevado en la tradición judía, según lo
expresado por Maimónides, que la liberación de los presos. Gross, que fue
ingenuo al viajar a Cuba bajo el programa de la USAID, y no solicitar el
consentimiento informado de la dirigencia cubano-judía para conducir sus
actividades, es un hermano en la fe y un conciudadano. Los estadounidenses de
todas las religiones, pero los judíos en particular, deben respaldar a su
esposa y decir a los políticos cubanos y norteamericanos que quieren a Gross de
vuelta en casa. Cada misión judía que viaje a Cuba debe plantear el caso de Gross
a las autoridades cubanas.
Pero el llamado a un gesto humanitario no debe ser
dirigido solamente a La Habana. La próxima primavera, Cuba será visitada por el
Papa Benedicto XVI. Todas las comunidades de fe deben dirigirse al Vaticano
para solicitar su mediación en la búsqueda de la liberación de Gross. El
Departamento de Estado debe asumir su responsabilidad por el envío de Gross a
una misión ilegal y riesgosa, y presentar abiertamente al público
norteamericano los dilemas y las posibilidades de negociación. El público tiene
derecho a conocer los hechos sin manipulaciones sensacionalistas que evoquen
temores de terrorismo y secuestros, ninguno de los cuales tiene nada que ver
con este caso.
La decisión de negociar la liberación de Gross con el
gobierno cubano debe ser discutida en base a sus propios méritos. Cuba
tiene presos en los Estados Unidos que fueron sentenciados a largas penas y el
gobierno cubano quiere que sean liberados también. Si hay obstáculos reales
para tal intercambio, el gobierno de Obama debería presentarlos honestamente al
público estadounidense y no limitar su plática a los legisladores
cubanoamericanos.
A fin de cuentas, la pregunta es si se debe dejar a Gross
pudrirse en una cárcel cubana o negociar su liberación con el gobierno que lo
tiene preso. Esa decisión requiere un público estadounidense informado, capaz
de dar una mirada crítica a la responsabilidad del gobierno estadounidense en
este asunto.
*Arturo López Levy, conferencista
y profesor de las universidades de Denver y Colorado, especializado en la
política norteamericana hacia Cuba y Latinoamérica. López Levy es un candidato
a doctor en filosofía en la Escuela de Estudios Internacionales de la
Universidad de Denver. Tiene una maestría en Relaciones Internacionales de la
Universidad de Columbia, Nueva York, así como otra en Economía por la
Universidad Carleton de Ottawa. También es licenciado del Instituto de Altos Estudios
de Relaciones Internacionales de La Habana, Cuba. Cubano de nacimiento, emigró
a Israel y luego a Estados Unidos
Tomado del sitio Contrainjerencia.com
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