El antiterrorista cubano René González Sehwerert ofreció una entrevista al periodista Martín Granovsky, para Página 12, de Argentina
Empezó a cumplir con la misión que le
encargó el gobierno cubano al robar un avión en Cuba. Hasta el comienzo fue
clandestino y ni su familia sabía que volaría a Miami para meterse en las
organizaciones que buscaban montar acciones agresivas contra su país. Condenado
a 15 años, es el único de Los Cinco que fue liberado. Aquí cuenta su historia.
De mañana en una casa de La Habana, una
ciudad inundada por especialistas que participan del congreso Universidad 2014
y por editores y escritores invitados a la Feria del Libro.
El tipo con altura de basquetbolista que
antes de la entrevista conversa con uno de los especialistas, Pablo Gentili, el
secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, luce
tranquilo.
Es uno de los cinco cubanos que fueron
procesados en Estados Unidos luego de infiltrarse en Miami para buscar
información sobre los grupos violentos contrarios al gobierno de Fidel Castro. René González es el único de Los Cinco que
está libre. Los otros siguen presos.
–Me
gustaría una definición de Los Cinco a cargo de uno de ellos.
–Primero
que todo, somos cubanos comunes. Somos hijos de un país que, como nosotros, ha
tenido a muchos hijos. Crecimos bajo la amenaza del terrorismo, presenciando
cómo se imponía sobre Cuba la muerte, desde Miami específicamente.
Tuvimos que participar en entierros de compatriotas que habían sido asesinados por bandas terroristas establecidas en Miami con el apoyo del gobierno norteamericano. Y como cubanos se nos pidió que nos infiltráramos en esos grupos. Dijimos que sí y lo hicimos.
Como resultado de esas acciones, el gobierno norteamericano nos detuvo en 1998 y nos sometió a un proceso fraudulento. La naturaleza de ese proceso es la que ha provocado que haya trascendido esta historia y que ya muchos nos conozcan alrededor del mundo. Hasta hoy yo soy el único que está en libertad y mis cuatro hermanos siguen en prisión. Pero, bueno, básicamente esos somos Los Cinco.
Tuvimos que participar en entierros de compatriotas que habían sido asesinados por bandas terroristas establecidas en Miami con el apoyo del gobierno norteamericano. Y como cubanos se nos pidió que nos infiltráramos en esos grupos. Dijimos que sí y lo hicimos.
Como resultado de esas acciones, el gobierno norteamericano nos detuvo en 1998 y nos sometió a un proceso fraudulento. La naturaleza de ese proceso es la que ha provocado que haya trascendido esta historia y que ya muchos nos conozcan alrededor del mundo. Hasta hoy yo soy el único que está en libertad y mis cuatro hermanos siguen en prisión. Pero, bueno, básicamente esos somos Los Cinco.
–¿Cómo
fue el inicio de la misión de infiltrarse? ¿El gobierno cubano pidió, ofreció u
ordenó que lo hicieran?
–Me
piden. Esta no es una misión que se pueda ordenar. Y no sé qué hay que ofrecer.
Es puro sacrificio. Al pedírmelo me insistieron en que lo pensara y me
advirtieron que era una misión riesgosa. No lo pensé mucho y dije que sí.
–¿Era
una misión riesgosa o suicida?
–Si
todo salía bien, salías ileso. Nosotros no perdimos la vida, tuvimos que ir a
la cárcel. Cuando yo hablo con los jóvenes en Cuba, se los digo: “Esto es una
misión que si ustedes no quieren, no digan que sí”. Yo no creo que eso demerite
a nadie. Sencillamente, tiene muchos riesgos y requiere de características que
uno mismo ni siquiera se las imagina en el momento en que le proponen la
misión. Las va descubriendo.
–¿Qué
características?
–Soy un
tipo bastante abierto y me cuesta trabajo fingir, por lo general. Y yo nunca
pensé que pudiera hacerlo, realmente para mí fue lo más difícil. Incluso lo fue
desde aquí. Yo a veces digo que fue más difícil aquí que allá. Porque aquí tuve
que fingir antes de irme frente a mis hermanos, frente a mis compañeros, frente
a la gente que me apreciaba, que me tenía en alta estima. Y, de pronto, me tuve
que ir convirtiendo poco a poco en alguien distinto a lo que era. A lo mejor
eso me fue ayudando, porque uno va dando pasos, pero los va dando con un poco,
primero, de trabajo, un poco de dolor, porque a ti no te gusta defraudar a una
persona cuya confianza tú estimas.
Fue difícil tener que dejar el país y quedar
para ellos como un traidor, como una persona que los había abandonado. Lo hice
como lo haría cualquier otro, como cualquier policía que en cualquier país del
mundo tiene que infiltrarse en una banda de delincuentes o de criminales sin
ser él un criminal. Por eso cuando nos detuvieron sentí el alivio de poder
volver a ser yo mismo.
–¿En
qué consistió el fingimiento inicial en Cuba?
–De ser
un militante te vas convirtiendo en una persona que empieza a decepcionarse, a
desilusionarse. Pero no perdí el aprecio de mis compañeros. Las personas por lo
general son generosas y se resisten a aceptar que tú cambies mucho. Eso es un
instinto natural. Consideraron que yo seguía siendo buena gente. Mientras tanto
renuncié a mi carrera. Era piloto. Como pasé a trabajar en deportes aéreos,
había un espacio para volar.
–¿La
misión incluía robar un avión en Cuba y cruzar a la Florida?
–Sí.
Eran tiempos difíciles. En 1989 y 1990, la economía del país empezaba a sentir
los efectos del derrumbe del campo socialista. Obviamente se resintió el
deporte aéreo y volar se hacía más difícil. Un fin de semana logré ir a
trabajar como controlador de vuelo.
Por una de esas coincidencias del destino
fue un argentino el que me llevó al sitio donde saltaban los paracaidistas. Se
llama Santiago, un sobrino del Che que era paracaidista. Bueno, ese día me
quedé en la torre.
Se me dio cuando pararon los vuelos, porque el viento estaba
un poco malo y no acompañaba la actividad del salto. Bajé, me monté en el avión
y me lo llevé. Ya estaba en el punto de no retorno. Tenía que seguir. Una vez
que sigues tienes que tener éxito, porque si no, caes preso o te matan. En realidad
había pensado en que ese fin de semana me llevaría el avión en la madrugada del
día siguiente.
Pero cuando ellos me dicen que van a parar los vuelos, yo les
insisto en que le echen gasolina al avión. Tenía 400 litros y no podían echarle
más. Saqué mentalmente la cuenta. Me dije: “Bueno, con eso llego justo allá a
los Cayos de la Florida”. Y, efectivamente, llegué bastante justo, pero llegué.
–¿Con
qué margen, con esos 400 litros?
–Ninguno
(risas). El vuelo duró una hora y veinte. Lo hice como un profesional, aunque
el despegue fue un poco catastrófico porque me llevé el avión de la misma rampa
de parqueo, sin alinearlo en la pista. El avión no estaba listo para el vuelo.
Después de que lo despegué tuve que orientar todos los instrumentos en dos o
tres minutos. Recuerdo bien cuando dejé la isla. El corazón se me apretó. Miré
hacia atrás. Dejaba todo. Mi esposa, mi hija… Pero, bueno, el piloto se impuso.
Me ocupó mucho tiempo el cálculo de la potencia, cómo hacía para irme más
rápido de Cuba sin gastar demasiado combustible y después cómo reducir para
ahorrar más combustible. Finalmente, subir y buscar un poco de visibilidad para
encontrar los Cayos de la Florida. Y, bueno, ya al final del vuelo, la decisión
de si lanzarme. En un momento pensé que tendría que tirarme en el agua porque
no veía los cayos.
–¿Paracaídas
o amerizaje?
–Amerizar
cerca de algún barco.
–¿Edad
en ese momento?
–Tenía
34 años.
–O sea,
menos de tres años el día de la Revolución Cubana, el 1ª de enero de 1959.
–La
generación mía fue una generación que absorbió mucho de la revolución. Yo nací
en Chicago en 1956.
Mi padre se integró en Chicago al Movimiento 26 de Julio de
Fidel Castro, cuando Fidel ya estaba en Sierra Maestra. Cuando la invasión a
Bahía de Cochinos, en 1961, salen a las calles a protestar y son agredidos en
Chicago. Deciden que su suerte está echada con Cuba y, entonces, vienen para
acá en uno de los últimos barcos que en aquella época estaban dando viajes
entre Nueva York y La Habana.
Yo tenía cinco años y sólo algún recuerdo. En una
ocasión, mi madre fue a hacer una gestión para el viaje a Cuba y me dejó con
alguna amistad o una familia. Y se le ocurrió a la persona ponerme una peluca y
recuerdo a mi madre entrando y escandalizándose porque no me reconoció.
Recuerdo el viaje que hicimos desde Chicago hasta Nueva York en el automóvil,
algunos lugares en que paramos a comer, cómo dormíamos mi mamá y yo en la parte
de atrás del auto. Y también recuerdo el viaje en el barco, imágenes así del
barco, de la cocina, de la piscina del barco, Guadalupe. En Cuba, mi padre se
incorporó a trabajar en la construcción de una fábrica.
En ese tiempo, el Che
Guevara era ministro de Industria, y se estaban construyendo muchos
conglomerados industriales para unificar actividades que más bien estaban
dispersas. Y, entonces, el viejo trabajó en la construcción de una fábrica de
plásticos, y recuerdo que yo vi al Che ahí, casualmente, le di la mano y todo,
yo tenía ocho años, ya cuando ellos terminan de construir la fábrica y el Che
la inaugura en diciembre del ‘63.
El Che era adorado por nosotros. Cuando él
termina, pasa por entre la multitud y la gente lo empieza a saludar, y mi
hermano y yo, que estábamos en la plataforma opuesta, les pedimos permiso a los
viejos para ir a saludar al Che y bajamos y nos metimos entre la gente y
llegamos adonde estaba él y empezamos a decirle: “Che, Che”. Me pasó la mano
por la cabeza, me dio la mano. Y a mi hermano. Pero eso nunca se nos olvidó.
–Volvamos
al vuelo hacia los cayos y el objetivo de aterrizar vivo.
Tenía
que ir al Norte, pero el viento estaba fuerte por la izquierda, del noroeste.
Salí, volé con potencia maximal por unos 5 o 6 minutos para alejarme rápido de
las costas de Cuba, muy cerca del agua, a dos o tres metros de altura, y ya una
vez que me alejé bastante reduje la potencia a potencia económica para poder
volar más tiempo, más lejos.
Así me mantuve un tiempo, para evadir los radares
cubanos y evitar la intercepción cubana, hasta que calculé que ya debía estar
cerca de los Cayos de la Florida. Entonces, decidí subir, ya despegarme del
agua para buscar visibilidad.
A ese régimen yo iba a unos 180 kilómetros más o
menos. Empezaron los indicadores de emergencia de combustible a encenderse.
Este avión tiene dos tanques, uno en cada ala, y cada uno de los tanques tiene
un indicador, cuando le quedan 75 galones. Vi barcos. Decidí volar por arriba
de ellos.
Si después del último barco no veo tierra, a los cinco minutos
regreso y me tiro en el agua al lado del barco para que me saquen. Sobrevolé el
primer barco, el segundo, el tercero y empecé a contar y dije: “Bueno, aquí no
hay otra, cinco minutos y, si no veo tierra, me regreso y me tiro al lado del
barco”.
Pasé por arriba del barco y empecé a ver el reloj. Un minuto, dos minutos,
tres minutos, cuatro, cinco.. Y la tierra. Una cosa increíble. Pensaba ir a la
base de Boca Chica, que es la base naval que tienen los norteamericanos en el
Key West. En ese momento me sentí como Cristóbal Colón. Ya dije: “Bueno, por lo
menos si me tiro en cualquier lado es pegado a la tierra y ahí llego a tierra”.
Y cuando empezó a aclararse ya la visibilidad, o sea, a acercarme, lo primero
que tenía delante de mí era la base de Boca Chica, o sea que todo me salió
perfecto. Me tiré. Fue un aterrizaje bastante brusco. Estaba muy tenso.
El
avión dio varios brincos. Recuerdo que ya cuando frené el avión, me quedé en
medio de la pista con el motor en bajo, y traía un termo de café, lo abrí, me
serví un café, me lo tomé y tiré el termo hacia atrás. Salió dando tumbos por
ahí. Y me eché hacia atrás y me empecé a relajar, hasta que llegaron las
autoridades.
Hay quien dice que todo aterrizaje del que tú puedas salir
caminando es un buen aterrizaje. Y, bueno, ése fue el caso. El trámite fue
rápido, porque yo había nacido en Estados Unidos y presenté mi inscripción de
nacimiento. Ellos no sabían en realidad qué hacer conmigo porque normalmente al
inmigrante lo llevan a un centro de detención de inmigración.
Pero al final
localizaron a mi abuela, se hizo un trámite más bien personal, con un señor de
origen cubano que vivía ahí en Cayo Hueso, y él me acogió esa noche y al otro
día mi abuela pagó los pasajes y me fui para Sarasota con ella.
–¿Sin
ninguna sospecha encima?
–Mi
padre no era una personalidad pública. Salí de la base y en mayo de 1990
terminé instalándome en Miami, en lo de una tía abuela. Mi familia de los
Estados Unidos no era de revolucionarios pero tampoco de militantes contra la
revolución. Gente buena, de buenos sentimientos, con una larga historia de
relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Gente sencillamente noble que se había
ido para allá en los años ’40. Ni anticastristas ni fanáticos de la política.
Su preocupación siempre ha sido familiar, tanto desde que llegué allá como
incluso después del arresto y todo. Los aprecio mucho.
–¿Cómo
fue el acercamiento a los grupos anticastristas?
–Repetía
el credo. El credo de que en Cuba las personas se arrastran por las calles, de
que no tienen qué comer, de que se mueren y se caen muertos, de que la policía
golpea a todo mundo en todas las esquinas. Cuando tú me preguntabas ahorita
sobre la capacidad para fingir, yo te decía que es más fácil fingir allá.
Primero, porque no implica un desgarramiento. Pero, segundo, porque es curioso
que a ellos tú lo único que tienes que hacer es decirles lo que necesitan
escuchar: cosas malas de Cuba.
–Pero
muchos decían esas cosas. ¿Cuál era el plus especial?
–La
forma en que llegué. Con un avión robado. Durante unos días fui una celebridad
en el Miami Herald.
–¿Había
un objetivo especial de aproximación?
–Iba
viendo las circunstancias y me iba acercando a algunos grupos. Empecé por la
CUPA, la Cuban Pilots Association, que era un grupo básicamente de pilotos.
Muchos habían estado en Bahía de Cochinos. Otros habían sido mercenarios en el
Congo.
Había algunos célebres como torturadores en América Latina, como Félix
Rodríguez El Gato, que fue el que asesinó al Che y también tuvo sus vínculos
con los torturadores y la dictadura argentina.
Hoy disfrutando de la
hospitalidad y la benevolencia del gobierno que lo formó como torturador, el de
los Estados Unidos. Muchos habían ido del Congo a Nicaragua. Algunos, oficiales
del ejército de Fulgencio Batista.
Después me vinculé a HAR, Hermanos al
Rescate, más jóvenes que los otros, aunque creados por veteranos como el
terrorista Luis Posada Carriles, uno de los mayores criminales del hemisferio.
Mi objetivo era primariamente recolectar información y enviarla para Cuba.
Después, el gobierno cubano se encargaba de procesarla, analizarla y hacer lo
que pudiera para desarticular acciones terroristas de los grupos contra Cuba.
De paso, conseguí que terminaran en la cárcel dos narcotraficantes vinculados a
esos grupos. Y eso también ayuda a desarticularlo porque se les acaba el sostén
económico. Estuve ocho años entre esos grupos, desde el ‘90 hasta el ‘98 en que
fuimos arrestados. Uno era el PUND y otro el Comando de Liberación Unido, que
también tenía otro narcotraficante que pudimos identificar y lo desarticulamos.
Y después al final me incorporé a lo que se llamó Grupo Democracia, que se
dedicó a organizar flotillas para venir a provocar a Cuba, entrar en aguas
cubanas, crear problemas entre los dos gobiernos. Y ése fue el último grupo en
el que entré hasta que, bueno, se produjo la detención.
–¿Cómo
reaccionó y cómo fue evolucionando la familia con el tema?
–Yo me
voy como desertor. A mis padres eso los golpeó fuerte. No se lo podía decir a
nadie porque, nada, son gajes del oficio, por decirlo de alguna forma. Es
fuerte, esa es una de las cosas más duras. Mi hija tenía seis años cuando salí
de Cuba. Al principio mi mujer decía: “Aquí todo parece indicar que ése es un
avión que es un desertor, bueno, pues tengo que asumirlo así”. Después ella me
ha contado un poco la historia, ella empezó a atar cabos. Y empezó a molestar y
hubo que decírselo. Pero eso tomó un tiempo.
–¿Por
qué en opinión de ustedes el proceso judicial fue fraudulento?
–Yo me
preguntaría: “¿Qué no tuvo de fraudulento?”. El sistema legal norteamericano,
el sistema federal, es disfuncional. No solamente para nosotros. Normalmente
ellos aplican un sistema que se apoya mucho en la capacidad de hacer una
negociación de cargo.
Entonces, su modus operandi es que ellos te sobrecargan,
vamos a suponer que una persona traficó con diez kilogramos de cocaína, pero
uno de sus asociados traficó con 30, entonces, acusan a éste también de los
otros 30 y le dicen: “Bueno, te vamos a dar una sentencia de vida, pero si
cooperas con nosotros te quitamos los 30, te dejamos con tus diez y te damos
cinco años”.
Si cooperas, los fiscales te utilizan para mentir y tienes que
hacer todo lo que los fiscales pidan para que el juez dé cinco años. Y la
primera mentira que esa persona tiene que aprender a decirle al jurado, que yo
diría que es la mentira fundacional del sistema, es que los fiscales le
prometieron eso, le propusieron eso, pero que el juez es el que decide.
Estadísticamente el juez siempre decide por lo que los fiscales quieren. Y eso
pasó con el caso nuestro. Y desgraciadamente eso es lo que ha llevado el caso
hasta aquí. Porque efectivamente nosotros habíamos violado las leyes
norteamericanas, nosotros éramos agentes no registrados, lo cual implica una
sentencia de diez años como máximo, pero entonces ellos, para subir, acusaron a
tres de mis compañeros de espionaje y a uno de conspiración para cometer
asesinato en relación con el derribo de los aviones de Hermanos al Rescate en
el año ‘96.
Pero nosotros dijimos: “Vamos a juicio porque nosotros no vamos a
aceptar cargos falsos”. Se complicó todo y así estamos. Yo no fui acusado de
espionaje porque me ocupaba exclusivamente de grupos paramilitares. Nunca tuve
nada que ver con información militar.
Hubo compañeros míos que sí. Si tú no
buscas información clasificada, no eres espía. No es un problema de espiar al
Estado o no. Muchas personas confunden eso. Tú puedes buscar información del
Estado, pero que no sea clasificada por ese Estado. Pero tú puedes buscar una
información civil de una corporación que el Estado había clasificado porque le
conviene mantenerla.
Por ejemplo, un avance tecnológico X, y el Estado y esa
corporación se ponen de acuerdo y la clasifican. Aunque esa información sea civil,
si es clasificada, si tiene un cuño que dice “secreto”, tú estás cometiendo
espionaje al buscar esa información.
Ellos confundieron al jurado haciéndole
creer que porque mis compañeros estaban buscando información de naturaleza
militar, habían cometido o estaban tratando de cometer espionaje. Pero, en
realidad, la información que mis compañeros estaban buscando era pública, era
información visual, información de periódicos.
–¿Quién
fue el abogado?
–Lo
puso la corte. Philip Horowitz. Lo considero mi amigo. Hizo un buen trabajo. Lo
que pasa es que si las instancias que tienen que impartir justicia no quieren,
no importa que tú ganes. Yo comparo el caso nuestro con el caso de un corredor
de 400 metros. Llega primero a la meta y el árbitro dice: “No, el que gana hoy
es el segundo porque a mí me da la gana”. Esto es lo que hicieron los jueces.
Todo árbitro imparcial que ha mirado el caso se ha dado cuenta de que es una
barbaridad y estamos hablando…
–¿Incluso
analistas jurídicos norteamericanos?
–Analistas
jurídicos norteamericanos, asociaciones de abogados de los Estados Unidos. El
comité de detenciones arbitrarias de la Comisión de Derechos Humanos de las
Naciones Unidas, Amnistía Internacional, todos han emitido fallos en los que
indican que el juicio fue injusto, que fue ilegal y que no se cumplieron con
los estándares del debido proceso.
–¿Cuánto
tardaron ustedes cinco en dejar de fingir?
–Hasta
que no empieza el juicio, tú no puedes volver a ser quien tú eras. Mantuvimos
discreción durante los dos años de preparación del juicio. Lo coordinamos.
Primero no podíamos admitir que éramos agentes de Cuba. A nuestros abogados les
costó trabajo también.
Como no les dijimos, ellos fueron los que vinieron a
Cuba. Al final el gobierno cubano confió en su profesionalismo. Y se hizo una
muy buena defensa. Realmente, en el juicio de nosotros los papeles se
invirtieron. Gerardo, que es caricaturista, hacía caricaturas de los fiscales,
y aquellas caricaturas recorrían toda la sala incluyendo a los que nos cuidaban
a nosotros y terminaban con el estenógrafo, porque la gente se empezó a dar
cuenta de que el juicio era una farsa. Y se sintió en la sala. Y el día que a
nosotros nos declararon culpables, esos alguaciles nos fueron pidiendo
disculpas desde la sala hasta el piso. Una cosa impresionante.
Tú te
impresionas cuando una persona que se supone que te cuida cambia su actitud
hasta decir: “Pero ¿y dónde está el espionaje? ¿Dónde está el asesinato?”.
Empezaron a ver las pruebas de nosotros, las provocaciones de Hermanos al
Rescate filmadas, propagandizadas en la televisión de Miami como si fuera una
gracia. Y ellos mismos nos decían: “¿Pero cómo es posible que el gobierno
cubano haya esperado tanto para tumbar esos aviones?”. Sin embargo, yo nunca
fui enseñado a odiar a Estados Unidos. Yo creo que un país es mucho más que sus
fiscales, que su gobierno, y es mucho más que el puñado de millonarios que
controlan la vida de ese país.
–El
abogado Horowitz, por ejemplo, parece haber seguido reglas basadas en la
defensa de las garantías individuales.
–Desde
que tomaron la decisión política de cometer esta venganza, porque al final todo
esto es una venganza contra Cuba en cinco hombres, cogieron el camino errado y
tuvieron que componer ese error con más errores. Y al final terminaron haciendo
el ridículo en la corte, terminaron siendo el hazmerreír de todo el mundo
porque ellos lo decidieron. Si ellos hubieran hecho un trabajo decente, el caso
se habría resuelto de otra forma y ellos no hubieran tenido que rebajarse como
se rebajaron. Y nadie cubrió realmente el juicio en la prensa norteamericana.
Al principio sí, The New York Times, pero cuando el juicio empezó a mostrar su
real naturaleza, se desapareció la muchacha de The New York Times y más nunca
fue. Entonces, lo cubrió la prensa de Miami. La mayoría fue pagada. Y fue el
juicio con cargos de espionaje más largo de la historia norteamericana. Siete
meses de juicio con testimonios orales y pruebas.
Testificaron tres generales
norteamericanos por la defensa, voluntariamente, a defendernos a nosotros. Los
fiscales tuvieron que traer a uno, a un general, que es ahora James Clapper,
que es el asesor de seguridad nacional de Obama, que además tampoco pudo decir
nada malo en cuanto al espionaje. Testificó un asesor del presidente norteamericano.
Se trató el tema del terrorismo.
El gobierno cubano contrató para presentar el
recurso en la Corte Suprema a lo mejor que pudo encontrar en Washington, que es
un especialista en Corte Suprema, que además es analista para la CNN: Tom
Goldstein. Y Tom Goldstein estaba convencido de que él iba a poner el caso en
la prensa. En Estados Unidos todos los días se discute un caso judicial.
El que
se comió a la mujer, el que mató al niño, el perro que se comió al vecino… Tom
Goldstein presentó un brief en la Corte Suprema solidísimo, se consiguió un
record en la historia norteamericana de amicus curiae, que son briefs de amigos
de la corte que ponen partes desinteresadas, que incluía premios Nobel, incluía
parlamentarios internacionales, incluía asociaciones internacionales de
abogados, asociaciones nacionales de abogados de Estados Unidos, 12 amicus
curiae, eso nunca se había visto en la Corte Suprema. Y cuando Goldstein llamó
a la prensa, no fue nadie.
–¿Cuáles
son las perspectivas de los cuatro que todavía siguen presos? ¿Cuáles son las
deseables y cuáles son las posibles?
–Habría
que empezar por las sentencias. Uno de mis otros compañeros que sale
próximamente es Fernando González, al que lo sentenciaron a 17 años. Le sigue
Antonio, hasta 2017. Ramón, hasta 2024, y Gerardo que está condenado a dos
cadenas perpetuas. Este caso no se va a resolver en el ámbito legal. El ámbito
legal ha sido una envoltura, para servir a una decisión política que se tomó.
Se tomó la decisión política de vengarse de Cuba en cinco hombres. Hubo un
panel de tres jueces que rompió con esa decisión política y después se
revirtió.
–¿Ellos
mismos lo revirtieron u otra instancia?
–Otra
instancia del mismo tribunal. Pero todo ha sido una decisión política y yo creo
que la solución va a ser igual: una decisión política. Puede ser usando la vía
legal. De la misma forma en que le hicieron señas a los jueces para que
violaran la ley, les pueden hacer señas para que la cumplan. Nosotros siempre
hemos dicho es que lo único que nosotros demandamos es que se apliquen las
leyes norteamericanas, que no las tergiversen, que vean los hechos, que los
apliquen a sus leyes y que las apliquen.
–¿Cómo
sería en términos procesales en el caso de las cadenas perpetuas? ¿Un indulto
presidencial?
–Técnicamente
el juicio concluyó. Pero hay un recurso que se le llama recurso extraordinario.
El recurso sigue la misma ruta que sigue todo el caso legal. Se presenta ante
la jueza. La jueza falla y se va a la Corte de Apelaciones de Atlanta. Y luego
a la Corte Suprema. Ese recurso está pendiente. Y se basa en un error garrafal
que cometió el abogado de Gerardo, en cuanto a la estrategia de defensa.
El
trató de defender bien a su cliente, pero cometió un error porque defendió a
Cuba. Y los fiscales juzgaron a Cuba. Lo más fuerte que tiene este recurso es
que el propio abogado reconoce su error. Pensó en un tema de un Estado contra
otro y que el Estado cubano tenía derechos.
Pero cometió un error: él pensó que
era imposible que un jurado decente no se diera cuenta de que Cuba tenía
derecho a defender su soberanía. Y en Miami no se puede encontrar un jurado
decente. Ahora, los tiempos han cambiado. Hay muchas señales de que ya hay
cansancio en esta política contra Cuba, señales inclusive dentro del propio
Estados Unidos. Incluyendo a los cubanos que viven allí.
Hace poco salió una
encuesta en la que 56 por ciento de los norteamericanos decían que ya era hora
de cambiar la política con Cuba. Obama ha perdido mucho tiempo tratando de
congraciarse con una derecha que no lo quiere ni por negro, ni por liberal, ni
por joven.
–René,
¿cómo fue el final de la sentencia?
–Han
sido cuatro cruces. Respecto del tercero, yo cumplí mi sentencia el 7 de
octubre de 2011. Desde un año antes, nosotros le pedimos a la jueza que me dejara
hacer la libertad supervisada en Cuba, cosa perfectamente posible. La jueza
tiene la potestad de modificar la libertad supervisada y permitir que una
persona la cumpla fuera de Estados Unidos. Los fiscales siempre se propusieron
que también la libertad supervisada fuera para mí y para mi familia otro
castigo.
Querían mantenerme separado de mi gente por tres años más. Además
tenía que hacer la libertad supervisada en el mismo distrito en el que están
los terroristas, los criminales que cuentan con complicidades en el FBI, en el
gobierno norteamericano. Los fiscales se opusieron al pedido. Dijeron que era
prematuro, que había que esperar a que cumpliera una parte de la libertad
supervisada. Paralelamente los fiscales me habían propuesto que renunciara a la
ciudadanía norteamericana a cambio de dejarme venir para acá. En un inicio yo
me opuse.
–¿Por
qué?
–Porque
es un derecho de nacimiento. Uno no tiene por qué ceder los derechos de
nacimiento. Pero después lo pensé bien y les dije a mis abogados que íbamos a
aceptar la proposición de los fiscales. Me interesaba más que todo estar con mi
esposa, con mis hijas, con mis padres, con mi hermano.
Los fiscales simularon
que estaban interesados en llegar a un acuerdo que implicara mi cesión de
ciudadanía a cambio de que viniera para Cuba. Unos días antes de que yo
cumpliera mi sentencia, llamaron a mi abogado y le dijeron que eso ya no estaba
sobre la mesa.
Días después, la jueza derogó la moción, y tuve que empezar a
cumplir mi libertad supervisada en los Estados Unidos. Ahí, gracias a un amigo,
pude conseguir, una casa en un lugar de la Florida, lo más lejos posible de la
cárcel, viviendo en la clandestinidad, recluido prácticamente como en un
monasterio, sin documentos, sin licencia de conducir, sin tarjeta de crédito.
–¿Cuánto
tiempo?
–Fue un
año y medio bastante difícil. Tenía la intención de renovar la moción, cuando
hubieran pasado unos meses para que la jueza me dejara venir para acá. En
febrero de 2012 estaba trabajando con mi abogado, para volver a renovar la
moción, cuando mi hermano cayó gravemente enfermo. Tuvimos que posponer ese
trabajo y pedirle a la jueza que me dejara venir por 15 días a ver a mi
hermano. Los fiscales se opusieron también a que viniera a ver a mi hermano que
estaba muriendo. Pero la jueza en este caso accedió. Por eso te digo que fue la
tercera vez. Vine en abril de 2012.
–¿Tu
familia ya había ido a Estados Unidos?
–Mis
hijas, que podían, mi esposa no. A ella la deportaron y no la dejaron regresar
más a verme. Yo regresé a Estados Unidos y volví en abril a incorporarme a mi
libertad supervisada. Volví a empezar a trabajar con mis abogados para volver a
poner la moción. Pusimos la moción en junio para que la jueza me permitiera
renunciar a la ciudadanía.
–¿De
quién fue la decisión de continuar y agotar el proceso judicial?
–Para
nosotros ha sido muy importante la palabra en todo este caso. En todo este
proceso nuestra ventaja nuestra ha sido moral y no vamos a regalarles esa
ventaja moral. Ellos decidieron rebajarse y nosotros decidimos elevarnos.
–¿Nunca
una duda?
–No, yo
nunca dudé, yo iba a cumplir. No iba a regalarle a la jueza un argumento moral
que nunca se ganó después de 15 años por una libertad supervisada. Se lo
hubiera ganado antes, pero no ahora. Ni a ella ni a los fiscales. Y me río
ahora porque cuando estábamos discutiendo eso con mi abogado y los funcionarios
de las Bahamas, le decía a mi abogado: “Mejor que me dejen entrar, porque yo
cojo un bote de Cuba y me voy para allá y me le planto a la jueza en la corte y
le digo ‘ahora méteme preso’”, porque yo no iba a incumplir esa palabra que
había dado.
Pero, bueno, regresé, mi hermano falleció, volvimos a poner la
moción, los fiscales se opusieron, y empezó un intercambio entre los fiscales y
la jueza, hasta que mi padre falleció en abril de 2013. Y, entonces, ahí
volvimos a poner otra vez una solicitud para venir de vacaciones a estar con la
familia por el fallecimiento de mi padre. Y la renuncia a la ciudadanía
norteamericana, con lo que caía el resto de la condena. Renuncié a la
ciudadanía, la jueza recibió los documentos, los admitió. “Bueno, está bien, la
libertad supervisada la puedes terminar en Cuba”, me dijo.
–¿Y la
familia, René?
–Lo
hemos enfrentado lo mejor que se puede. Al final, aunque ha sido tanto tiempo,
para mí siempre el reencuentro con la familia ha sido como si no hubiera pasado
el tiempo. Ha sido todo muy bonito, muy hermoso. Estamos juntos, estamos
felices, tenemos un nieto ahora también que nos ha venido a alegrar más la vida
a Olguita y a mí.
–¿En
qué oficio piensa trabajar alguien que vivió esta experiencia?
–Como
piloto me gustaría volar, pero reconozco que es muy difícil integrarme a la
aviación como profesional. Creo que hay un campo ahora en la economía que se
está abriendo, se están abriendo muchos experimentos, tenemos que aprender
muchas cosas, y me gustaría trabajar en la economía en algo, en un proyecto de
desarrollo local, pero la idea que tengo es esa, me gustaría participar en el
proceso de cambio que se están produciendo: experiencias nuevas de autogestión,
experiencias de relaciones más horizontales entre las empresas, entre empresas
y gobiernos locales.
–¿Y el
pasado permite adaptarse a la vida cotidiana de hoy?
–Toda
experiencia te hace crecer. Si no te mata, te engorda. Y, obviamente, yo leí
mucho en la cárcel. Historia, actualidad, Cuba… Me impuse un régimen de
ejercicio fuerte por la mañana y por la tarde lectura, estudio.
Empecé a
estudiar la economía incluso en la cárcel. La Universidad de La Habana me
asignaba profesores. Enviaban los materiales y estudié economía. Me propuse
salir de la cárcel mejor de como entré. Dije “Bueno, si yo salgo mejor de como
entré, esa va a ser mi medida de la victoria” y así fue. Yo creo que sí, que el
régimen que me establecí en la cárcel me ha ayudado mucho. Yo creo que saqué lo
mejor que pude.
–Ahora,
a los 57 años, después de esta historia, imaginemos una vuelta a los 34 y al
pedido de una misión en los Estados Unidos. ¿La respuesta volvería a ser la
misma?
–Sí.
Tomado del
sitio digital Cubasi
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