La historia se repite.
Otra vida cubana se pierde en un acto suicida. Acaba de morir en el Hospital Clínico
Quirúrgico de Santiago de Cuba, Wilmar Villar Mendoza, después de una inútil
huelga de hambre, que le provocó un fallo multiorgánico por sepsis generalizada.
Wilmar, quien cumplía
una condena de prisión de cuatro años por los delitos de desacato, resistencia
y atentado, apostó su vida contra la razón de un pueblo, y se alineó con los
grupos internos que pretenden subvertir y desestabilizar al gobierno cubano,
con el auspicio, el apoyo financiero y el beneplácito de intereses foráneos.
Este joven cubano que
acaba de perder la vida, se convirtió en instrumento fatal de los que esperan
que otros le hagan el trabajo sucio y asuman las consecuencias de su acción
antipopular, y entra violentamente, en la macabra lista que fabrica “mártires”,
tan necesitados para conseguir el apoyo que por muchos años la opinión pública
internacional le niega a los enemigos de la Revolución Cubana.
Desde hace muchos días
en los corrillos anticubanos de Miami había una gran expectativa ante el
desenlace final de la huelga de hambre de Wilmar, y como aves de rapiña,
esperaban ansiosos el anuncio de su fallecimiento para organizar la algarabía
condenatoria.
Los pagadores de la subversión
esperaban esta vez, que Wilmar no los defraudara como hizo el huelguista
profesional Guillermo Fariñas, quien conoce muy bien los límites de la muerte
porque aprecia demasiado la vida. Tenía que morir, porque según suponen, la Revolución
Cubana no se tumba con premios, sino con muertos.
Todo estaba bien
calculado. Wilmar debía morir antes de la llegada del Santo Padre Benedicto XVI
y antes que visitara La Habana la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, para
con su muerte, provocar reclamos y exigencias que condujeran a la condena internacional
del gobierno cubano. Ni siquiera la vida de sus “seguidores” es importante para
estos extremistas anticubanos que siguen trasnochando la pesadilla de recuperar
el poder en Cuba.
Recuerdo haber leído
hace muchos años una entrevista que le hicieron al opositor cubano Vladimiro
Roca, donde se refería a estos actos radicales, y comentaba que el problema
más serio de la llamada “disidencia” cubana, era que “nadie quería poner el
muerto”, aún cuando saben lo importante que resulta el precio de una vida
humana en su afán por conseguir apoyo y reconocimiento internacional.
Wilmar murió y deja
dolor en su familia. Cuba también se queja lastimosa por la muerte inútil de
uno de sus hijos, mientras que los que lo instigaron a tan cruel acto suicida,
harán con él, lo mismo que con otros que después de ser utilizados como
bandera, caen en el olvido de sus manipuladores.
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