A los 78 años de la
muerte de este patriota, podríamos repetir el verso de Nicolás Guillén: Ahora
que ya no existe su voz, es cuando nos golpean las sienes sus palabras
«Yo moriré
prosaicamente, de cualquier cosa: el hígado, el estómago, la garganta o el
pulmón (...)», así escribió el poeta y el luchador que ahora evocamos. Y
murió de tuberculosis.
Donó sus pulmones a la lucha. El 17 de septiembre de
1930, en carta desde Moscú a su esposa Asela Jiménez, afirmó: «Mi último dolor
no es el dejar la vida, sino dejarla de modo tan inútil para la revolución y
para el Partido. ¡Qué dulce debe ser morir asesinado por la burguesía, se sufre
menos, se acaba pronto, se es útil para la agitación revolucionaria!».
Hablamos de Rubén Martínez Villena, en el aniversario 78
de su muerte, en el sanatorio La Esperanza, en La Habana, el martes 16 de enero
de 1934. Fue un gran cubano, uno de los más representativos del pensamiento y
el actuar revolucionario del siglo XX: poeta y comunista, autor de La pupila
insomne y de Cuba, factoría yanqui.
Pero Rubén Martínez Villena se olvidó del poeta para
crecer en el hombre:
«El pulmón que me quedaba, ya está listo, así que cuando
haya un poco de frío, adiós Rubén», confesaba a un amigo.
Trabajó arduamente en la preparación del IV Congreso
Nacional Obrero de la Unidad Sindical y su clausura coincidió con su
fallecimiento, a los 35 años. Y como dormimos la tercera parte de la
existencia, aunque él robó muchas jornadas de lucha al sueño, había vivido solo
poco más de tres décadas entonces.
Antes había manifestado: «Se debe morir de un tiro entre
las masas y no por quiebra del corazón». De ahí que en la URSS, donde fue
recluido para atender su enfermedad pulmonar en un sanatorio del Cáucaso,
dijera, en abril de 1932: «Si de todas maneras tengo que morir, me voy a Cuba a
luchar contra la tiranía de Machado».
Sufre una congestión pulmonar y se ve obligado a
recluirse en la Quinta de dependientes. Sin haberse restablecido del todo, se
reintegra a la lucha. Puso su saber de abogado al servicio de los trabajadores.
Se enfermó a fines de 1927 y no se ocupó de su salud,
sino de la salud de la patria. Por eso Juan Marinello, intelectual y
combatiente comunista, dijo que su objetivo «no era ganar vida, sino ganar
muerte». Es decir, luchar y llevarse la inmortalidad.
Era la etapa de 1927, en que ingresa al Partido
Comunista, redacta y firma la Declaración del Grupo Minorista, forma parte de
la Liga Antiimperialista y funge como abogado de Mella. Tiene una entrevista
con el dictador Gerardo Machado, donde mostrándole su desprecio profundo, lo
marca para la historia con el sobrenombre de Asno con garras.
Fue en verdad, como se ha dicho: consejero, asesor,
abogado de los trabajadores y puntal ideológico de los marxistas. Comunista de
grandes sentimientos. Vaya un solo ejemplo:
Con 23 años, a mediados de 1922, cuando cuidaba a su
madre enferma, amarraba un hilo fino de su muñeca a la de ella, para despertar
al más mínimo movimiento. Amó mucho a su madre María de los Dolores de Jesús
Manuel de Villena y del Monte.
Aunque la tisis minaba su organismo, logró llevar a cabo
la huelga del 20 de marzo de 1930, que demostró la fuerza de la clase obrera.
Cuando las cenizas de Julio Antonio Mella llegaron a La
Habana, habla por última vez a las masas desde el balcón de la Liga
Antiimperialista de las Américas. Y aún tiene energías para participar en la
organización del IV Congreso de la Unidad Sindical y murió cuando concluyó ese
encuentro.
Primeros pasos vitales
Rubén nació en Alquízar, La Habana, el 20 de diciembre de
1899, asistido por una comadrona a la que denominaban La catalana. Desciende por la línea materna del Infante Don Juan
Manuel, príncipe de Villena, nieto de Fernando III, llamado El santo, y sobrino
de Alfonso X, El sabio. Al respecto dijo que eran «demasiados títulos para un
solo comunista».
Cursó sus primeros
estudios en la Escuela Pública 37 del Cerro y siguió estudiando en el Instituto
de La Habana. En 1916 ingresó en la Facultad de Derecho de la Universidad de La
Habana y en 1919, sin haberse graduado, empieza a trabajar en el bufete de
Fernando Ortiz, donde conoce a Pablo de la Torriente Brau. Frecuenta la
tertulia literaria del Café Martí, a la que asiste una nueva generación de
poetas cubanos.
En 1922 empiezan a
gestarse las luchas del movimiento universitario. Participa en protestas
estudiantiles y de las masas populares, en las que descuella la Protesta de los
Trece en contra del fraude cometido por el Gobierno de Alfredo Zayas en la
compra del Convento de Santa Clara.
Tras un período de
prisión, vuelve a la lucha y funda con su grupo de intelectuales la Falange de
Acción Cubana, para instaurar, como dijera él: la república de Martí. Poco
después se integra a la Asociación de Veteranos y Patriotas que tenía como
objetivo la lucha política contra ese citado gobierno.
Sustrae dinamita de las
canteras de Camoa y viaja luego a la Florida, Estados Unidos, donde se entrena
como aviador con el propósito de bombardear el Palacio Presidencial. Fracasado
el movimiento, es detenido y encarcelado. Al regresar a Cuba se entrega a la
labor literaria y participa en el I Congreso Revolucionario de Estudiantes,
donde conoce a Mella y colabora junto a él en la Universidad Popular José Martí.
De hombre común, a ser
excepcional
Raúl Roa, el Canciller
de la Dignidad, escribió sobre Rubén lo siguiente: «Si su palabra fulgurante
remueve e ilumina, sorprenderá su agilidad y resistencia en los juegos de
volley ball. Con pasmoso dominio analizaba la marcha de la pelota en las
Grandes Ligas y sabía tanto de las proezas de Adolfo Luque en el box y de
Miguel Ángel González en el home, como de los batazos descomunales de Babe Ruth
y los relampagueantes robos de bases de Ty Cobb. Y cuando la orquesta alquilada
estremecía la fronda del jardín con sus ritmos criollos, bailaba airosamente en
una losa, el danzón».
«Hace falta una carga
para matar bribones, para acabar la obra de las revoluciones (...)», escribió
en rotundo poema en alejandrinos.
Y Fidel le respondió a
distancia: «Desde aquí te decimos, Rubén: el 26 de Julio fue la carga que tú
pedías».
Villena logró fortalecer
el Partido Comunista —como dijo Fabio Grobart, dirigente comunista— «y de
pequeño y raquítico, lo convirtió en un Partido de masas».
Huelga contra el asno
con garras
«Decían que no habría
huelga, y hay huelga. Decían que yo no hablaría y estoy hablando», fueron sus
palabras en la noche de marzo de 1930, en el local del Centro Obrero, en la
calle habanera de Dragones 104.
El paro de más de 24
horas, al que se suman más de 200 000 trabajadores de todo el país (entonces
cifra respetable) es una bofetada en pleno rostro al tirano Machado, quien
había declarado jactanciosamente que en su gobierno ninguna huelga duraría más
de 15 minutos.
Prefirió Rubén el combate —diría también el periodista y
poeta Luis Suardíaz— a una vida larga y apacible. No se consagró a utopías
irrealizables, previó el triunfo popular de enero de 1959, encabezado por
Fidel, y estaba convencido del triunfo del socialismo en su patria y en el
mundo».
Sus pupilas se quedaron fijas en la muerte. Fue tendido
en el Salón de los Torcedores y frente a él desfilaron durante horas miles de
mujeres y hombres del pueblo que, como huérfanos, se dolían de esa inmensa
pérdida.
Se gradúa en Derecho Civil y Público mucho tiempo después
que sus compañeros de aula, con notas de sobresaliente, el 4 de julio de 1922.
El doctor Gustavo Aldereguía, quien cuidó al poeta en su
convalecencia, afirmó que Villena y Mella eran dos vidas paralelas. «El primero
era todo pensamiento y se hizo todo acción. El segundo era todo acción y se
hizo todo pensamiento. Rubén Martínez Villena era más espíritu que cuerpo. No
era el atleta que fue Mella, pero soltaba destellos de gigante y no se le podía
asustar ni con el músculo, ni con la voz, y mucho menos con el ingenio».
Villena y Mella representan en la historia de Cuba la
hermandad de los intelectuales revolucionarios con el proletariado combativo.
Nunca pasarán al olvido sus proféticas palabras: «No quiero que se apaguen mis
ojos sin que hubieran recogido la visión del paisaje heroico».
En la revista Social de febrero-marzo de 1936, Nicolás
Guillén escribiría sobre Rubén: «...Ahora que ya no existe su voz, es cuando
nos golpean las sienes sus palabras: “Tengo el impulso torvo y el anhelo
sagrado /de atisbar en la vida mis ilusiones de muerto./ ¡Oh, la pupila insomne
y el párpado cerrado./ Ya dormiré mañana con el párpado abierto”».
Tomado de archivos de Juventud
Rebelde
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