El exprimer ministro Ariel Sharon, uno de
los militares y políticos más laureados dentro de sus fronteras, y más odiado
fuera de ellas, murió a los 85 años en el hospital de Tel Aviv donde permanecía
ingresado desde 2006 en estado de coma tras un accidente cerebrovascular ,
informó el canal 1 de la televisión israelí.
La salud de Sharón comenzó a deteriorarse
hace dos meses y medio, y en los últimos días sufría una insuficiencia renal
que afectó a varios de sus órganos vitales.
Sharon deja un reguero de sangre tras su
muerte, sin el que no se pueden entender capítulos cruciales de la historia de
Israel y del genocidio del pueblo palestino.
Probablemente hasta el propio Ariel Sharon
sentió ofendido cuando el presidente norteamericano George W. Bush lo
calificara de hombre de paz. La vida del Primer Ministro israelí, muy
documentada por historiadores, investigadores, críticos y seguidores, lo
reafirma como un halcón impenitente.
Nacido en 1928 en la Palestina bajo mandato
británico, su carrera de terrorista, como se diría ahora, comenzó desde las
filas del Irgún, grupo armado clandestino. Luego participaría en la guerra
árabe-israelí de 1948-49 que siguió a la creación del estado de Israel.
En 1953 -como se puede confirmar en
innumerables documentos que fácilmente se encuentran en internet-, recibió el
mando de la Unidad Especial de Comandos 101, aprobaba por el premier Ben Gurion
(uno de los miembros del Irgún), en la cual se distinguió, por primera vez, por
la violencia contra los campos de refugiados palestinos.
En agosto de ese año, según informe del
Comandante de las tropas de las Naciones Unidas entonces en la zona, Sharon
lanzó los soldados a su mando al asalto nocturno del campamento El-Burig, en el
sur de Gaza, y lanzaron bombas a través de las ventanas de las barracas
mientras todos dormían.
Dos meses más tarde, Sharon llevaría a sus
hombres a una nueva jornada de sangre, esta vez en el poblado de Qibya, en la
ribera occidental (entonces anexada a Jordania). Un historiador israelí y un
observador de la ONU describen la masacre: el poblado fue reducido a polvo, 45
casas voladas, 69 civiles muertos, las dos terceras partes mujeres y niños.
El informe de la ONU concluye que los
soldados de Sharon abrieron fuego contra las puertas para impedir que salieran
(los cuerpos fueron encontrados acribillados contra la pared) y después
lanzaron granadas contra las casas.
El claro rastro de terror de Sharon puede
seguirse durante su permanencia en el ejército regular israelí, donde una de
las características que le reconocen es la crueldad, ya sea como comandante
durante la invasión a Jordania en 1953; la Crisis de Suez, 1956; la Guerra de
los Seis Días,1967, o la de 1973.
En una recapitulación de las acciones del
halcón, el periódico The London Independent recuerda una de las hazañas del
para entonces general Sharon como jefe del Comando Sur israelí creado para
“pacificar” la Franja de Gaza, precisamente después de la guerra del 67.
En un barrio marginal de la ciudad de Gaza,
Beach Camp, construido por las Naciones Unidas para refugiados palestinos de la
guerra de 1948, luego del paso de las tropas de Sharon por la calle principal,
ésta fue rebautizada Calle Destrucción, pues bajo sus órdenes cientos de chozas
fueron destruidas y aplastadas por los bulldozers, quizás allí adquiriera uno
de sus alias, precisamente El Bulldozer.
Un anciano relató para el periódico
británico que en la noche los soldados israelíes marcaron con pintura roja las
casas que serían destruidas por la mañana. Trágica manera de reeditar la fiesta
de la Pascua judía (Exodo 12). Beach Camp, desdichadamente, no sería una
excepción.
El General se decidiría después por la
política, y fue uno de los fundadores del ultraderechista Partido Likud, que lo
llevaría a un escaño en la Knesset, a ocupar varias carteras ministeriales y
Presidente del Comité Ministerial para los Asentamientos, cargo desde el cual
incitó a incrementarlos en los territorios ocupados, fundamentalmente alrededor
de Jerusalén.
Como Ministro de Defensa fue el cerebro de
la invasión al Líbano en 1982. Denominada Paz para Galilea, costó la vida de 20
000 palestinos y libaneses. Aún más, es el momento de la masacre en los
campamentos palestinos de Sabra y Shatila, en las afueras de Beirut, entre el
16 y el 18 de septiembre. El Gobierno libanés contó 762 muertos (niños,
mujeres, ancianos) y otros 1 200 fueron enterrados por sus familiares.
El crimen y el escándalo internacional
finalmente fueron tan resonantes que el Gobierno de Tel Aviv se vio obligado a
dar curso a una investigación oficial. La Comisión Kahan (encabezada por el
presidente del Tribunal Supremo israelí, Yitzhak Kahan) dictaminó en 1983 que
Sharon fue “indirectamente” responsable por la masacre.
Es ciertamente difícil pensar en Ariel
Sharon como un hombre de paz y él mismo nunca se vio en ese papel. Algunos
ejemplos de su record en el campo de la diplomacia. En 1979, como Ministro de
Agricultura, votó contra el Tratado de Paz con Egipto; en 1985, entonces
Ministro de Comercio e Industria, votó contra la salida de las tropas israelíes
del sur de Líbano; en 1991, Ministro de Construcción y Vivienda, se opuso a la
participación de Tel Aviv en la Conferencia de Paz de Madrid, y en 1993, como
parlamentario, votó contra los Acuerdos de Oslo.
No es todo. En 1998, como Ministro del
Exterior, se negó a hablar o a estrechar la mano de Yasser Arafat durante las
conversaciones para la búsqueda de la paz en Wye River, Estados Unidos.
Cuando el premier Ehud Barak buscaba en el
2000 lograr algún acuerdo de paz con los palestinos, fue el momento en que
Sharon decidió una provocadora visita a la parte este de Jerusalén, donde se
encuentra la mezquita Al-Aqsa, un sitio controvertido, pues también es sagrado
para los hebreos, el llamado Templo del Monte. Ese pacífico recorrido, muchos
analistas consideran, fue el detonante de la segunda Intifada palestina.
Las elecciones de febrero del 2001 llevaron
a Ariel Sharon a la jefatura del Gobierno israelí, y desde allí puso
rápidamente en práctica su política militar. Para abril, el ataque contra los
territorios palestinos en la Franja de Gaza y Cisjordania, noticia de primera
página desde entonces.
Otra matanza tiene que ser registrada. Esta
vez en el campamento de refugiados de Jenín, en Cisjordania, con toda la
macabra similitud a Sabra y Shatila. Miles de muertos, más de 900 barracas
destruidas, entre ocho y diez mil desaparecidos, según un, otro, informe,
presentado en Ginebra por la Alta Comisionada para los Derechos Humanos, Mary
Robinson.
El secretario general de la ONU, Kofi Annan,
decidió el envío de una comisión investigadora encabezada por ex presidente
finlandés Martti Ahtisaari, e integrada, además, por Cornelio Sommaruga, ex
presidente de la Comisión Internacional de la Cruz Roja, y Sadako Ogata, ex
comisionada de la ONU para los Refugiados.
El gabinete israelí, y su premier Ariel
Sharon, decidieron extrañamente no cooperar con dicha investigación, y por lo
tanto no permitirán la entrada de la misión de la ONU.
Todo lo anterior es sólo parte de una
violenta historia, que debe quedar en el recuerdo de la humanidad para no
volverse a repetir, y que debe conocer la sociedad para que los medios de
comunicación no nos engañen con las supuestas bondades de este líder
sanguinario.
Tomado del sitio digital La República.es
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