el periodista Ignacio Ramonet junto al comandante Fidel Castro |
Por Ignacio Ramonet*
Hacía un día de primaveral dulzura, anegado
por esa luz refulgente y ese aire cristalino tan característicos del mágico
diciembre cubano. Llegaban olores del océano cercano y se oían las verdes
palmeras mecidas por una lánguida brisa.
En uno de esos “paladares” que abundan ahora
en La Habana, estaba yo almorzando con una amiga. De pronto, sonó el teléfono.
Era mi contacto: “La persona que deseabas ver, te está esperando en media hora.
Date prisa.”
Lo dejé todo, me despedí de la amiga y me
dirigí al lugar indicado. Allí me aguardaba un discreto vehículo cuyo chofer
puso de inmediato rumbo hacia el oeste de la capital.
Yo había llegado a Cuba cuatro días antes.
Venía de la Feria de Guadalajara, México, donde estuve presentando mi nuevo
libro “Hugo Chávez. Mi primera vida, conversaciones con el líder de la
revolución bolivariana”.
En La Habana, se estaba celebrando con
inmenso éxito, como cada año por estas fechas, el Festival del Nuevo Cine
Latinoamericano, y su director Iván Giroud tuvo la gentileza de invitarme al
homenaje que el Festival deseaba rendirle a su fundador Alfredo Guevara, un
auténtico genio creador, el mayor impulsor del cine cubano, fallecido en abril
de 2013.
Como siempre cuando arribo a La Habana,
había preguntado por Fidel. Y a través de varios amigos comunes le había
transmitido mis saludos. Hacía más de un año que no lo veía. La última vez
había sido el 10 de febrero de 2012 en el marco de un gran encuentro “por la
Paz y la preservación del Medio Ambiente”, organizado al margen de la Feria del
libro de La Habana, en el que el Comandante de la revolución cubana conversó
con una cuarentena de intelectuales.
Se abordaron, en aquella ocasión, los temas
más diversos empezando por el “poder mediático y la manipulación de las mentes”
del que me tocó hablar en una suerte de ponencia inaugural, y no se me olvida
la pertinente reflexión que hizo Fidel al final de mi exposición: “El problema
no está en las mentiras que los medios dominantes dicen. Eso no lo podemos
impedir. Lo que debemos pensar hoy es cómo decimos y difundimos nosotros la
verdad.”
Durante las nueve horas que duró esa
reunión, el líder cubano impresionó a su selecto auditorio. Demostró que, a sus
entonces 85 años de edad, conservaba intacta su vivacidad de espíritu y su
curiosidad mental. Intercambió ideas, propuso temas, formuló proyectos, proyectándose
hacia lo nuevo, hacia el cambio, hacia el futuro. Sensible siempre a las
transformaciones en curso del mundo.
¿Cuán cambiado lo hallaría ahora, diecinueve
meses después? Me preguntaba yo a bordo del vehículo que me acercaba él. Fidel
había hecho pocas apariciones públicas en las últimas semanas y había difundido
menos análisis o reflexiones que en años anteriores.
Llegamos. Acompañado de su sonriente esposa
Dalia Soto del Valle, Fidel me esperaba a la entrada del salón de su casa, una
pieza amplia y luminosa abierta sobre un soleado jardín. Lo abracé con emoción.
Se le veía en estupenda forma.
Con esos ojos brillantes cual estiletes
sondeando el alma de su interlocutor. Impaciente ya de iniciar el diálogo, como
si se tratase, diez años después, de proseguir nuestras largas conversaciones
que dieron lugar al libro Cien horas con Fidel.
Aún no nos habíamos sentado que ya me
formulaba infinidad de preguntas sobre la situación económica en Francia y la
actitud del gobierno francés… Durante dos horas y media, charlamos de todo un
poco, saltando de un tema a otro, como viejos amigos.
Obviamente se trataba de un encuentro
amistoso, no profesional. Ni grabé nuestra conversación, ni tomé apunte alguno
durante el transcurso de ella, y este relato, además de dar a conocer algunas
reflexiones actuales del líder cubano, sólo aspira a responder a la curiosidad
de tantas personas que se preguntan, con buenas o malas intenciones:¿cómo está
Fidel Castro?
Ya lo dije: estupendamente bien.
Le pregunté por qué aún no había publicado
nada sobre Nelson Mandela, fallecido hacía ya más de una semana.
“Estoy en ello, me declaró, terminando el
borrador de un artículo. Mandela fue un símbolo de la dignidad humana y de la
libertad. Lo conocí muy bien. Un hombre de una calidad humana excepcional y de
una nobleza de ideas impresionante. Es curioso ver como los que ayer amparaban
el Apartheid, hoy se declaran admiradores de Mandela. ¡Qué cinismo! Uno se
pregunta, si únicamente tenía amigos ¿quién entonces metió preso a Mandela?
¿Cómo el odioso y criminal Apartheid pudo durar tantos años?
Pero Mandela sabía quiénes eran sus
verdaderos amigos. Cuando salió de prisión, una de las primeras cosas que hizo
fue venir a visitarnos. ¡Ni siquiera era todavía presidente de África del Sur!
Porque él no ignoraba que sin la proeza de las fuerzas cubanas, que le
rompieron el espinazo a la élite del ejército racista sudafricano en la batalla
de Cuito Cuanavale [1988], y favorecieron así la independencia de Namibia, el
régimen del Apartheid no se hubiese derrumbado y él se hubiera muerto en la
cárcel. ¡Y eso que los sudafricanos poseían varias bombas nucleares, y estaban
dispuestos a utilizarlas!”
Hablamos después de nuestro amigo común Hugo
Chávez. Sentí que aún estaba bajo el dolor de la terrible pérdida. Evocó al
Comandante bolivariano casi con lágrimas en los ojos. Me dijo que se había
leido, “en dos días”, el libro Hugo Chávez. Mi primera vida.
“Ahora
tienes que escribir la segunda parte. Todos queremos leerla. Se lo debes a Hugo”,
añadió.
Ahí intervino Dalia para señalarnos que ese
día (13 de diciembre), por insólita coincidencia, se cumplían 19 años del
primer encuentro de los dos Comandantes cubano y venezolano. Hubo un silencio.
Como si esa circunstancia le confiriera de pronto una indefinible solemnidad a
nuestra visita. Meditando para sí mismo, Fidel se puso
entonces a recordar aquel primer encuentro con Chávez del 13 de diciembre de
1994.
“Fue
una pura casualidad, rememoró. Me enteré que Eusebio Leal lo había invitado a
dar una conferencia sobre Bolívar. Y quise conocerlo. Lo fui a esperar al pie
del avión. Cosa que sorprendió a mucha gente, incluido al propio Chávez. Pero
yo estaba impaciente por verlo. Nos pasamos la noche conversando.”
“Él me contó, le dije, que más bien sintió
que usted le estaba haciendo pasar un examen…” Se echa a reír Fidel: “¡Es
cierto! Quería saberlo todo de él. Y me dejó impresionado… Por su cultura, su
sagacidad, su inteligencia política, su visión bolivariana, su gentileza, su
humor… ¡Lo tenía todo! Me di cuenta que estaba frente a un gigante de la talla
de los mejores dirigentes de la historia de América Latina. Su muerte es una
tragedia para nuestro continente y una profunda desdicha personal para mí que
perdí al mejor amigo…”
“¿Vislumbró
usted, en aquella conversación, que Chávez sería lo que fue, o sea el fundador
de la revolución bolivariana?”
“Él partía con una desventaja: era militar y se
había sublevado contra un presidente social-demócrata que, en realidad, era un
ultraliberal… En un contexto latinoamericano con tanto gorila militar en el
poder, mucha gente de izquierda desconfiaba de Chávez. Era normal. Cuando yo
conversé con él, hace hoy pues diecinueve años, entendí inmediatamente que
Chávez se reclamaba de la gran tradición de los militares de izquierda en
América Latina. Empezando por Lázaro Cárdenas [1895-1970], el
general-presidente mexicano que hizo la mayor reforma agraria y nacionalizó el
petroleo en 1938…”
Hizo
ahí Fidel un amplio desarrollo sobre los “militares de izquierda” en América
Latina e insistió sobre la importancia, para el comandante bolivariano, del
estudio del modelo constituido por el general peruano Juan Velasco Alvarado.
“Chávez lo conoció en 1974, en un viaje que efectuó a Perú siendo aún cadete.
Yo también me encontré con Velasco unos años antes, en diciembre de 1971,
regresando de mi visita al Chile de la Unidad Popular y de Salvador Allende.
Velasco hizo reformas importantes pero cometió errores. Chávez analizó esos
yerros y supo evitarlos.”
Entre
las muchas cualidades del Comandante venezolano, subrayó Fidel una en
particular: “Supo formar a toda una generación de jóvenes dirigentes; a su lado
adquirieron una sólida formación política, lo cual se reveló fundamental,
después del fallecimiento de Chávez, para la continuidad de la revolución
bolivariana. Ahí está, en particular, Nicolás Maduro con su firmeza y su
lucidez que le han permitido ganar brillantemente las elecciones del 8 de
diciembre. Una victoria capital que lo afianza en su liderazgo y le da estabilidad
al proceso. Pero en torno a Maduro hay otras personalidades de gran valor como
Elías Jaua, Diosdado Cabello, Rafael Ramírez, Jorge Rodríguez… Todos ellos
formados, a veces desde muy jóvenes, por Chávez.”
En ese
momento, se sumó a la reunión su hijo Alex Castro, fotógrafo, autor de varios
libros excepcionales. Se puso a sacar algunas imágenes “para el recuerdo” y
se eclipsó luego discretamente.
También
hablamos con Fidel de Irán y del acuerdo provisional alcanzado en Ginebra el
pasado 24 de noviembre, un tema que el Comandante cubano conoce muy bien y que
desarrolló en detalle para concluir diciéndome:
“Irán tiene derecho a su
energía nuclear civil”. Para en seguida advertir del peligro nuclear que corre
el mundo por la proliferación y por la existencia de un excesivo número de
bombas atómicas en manos de varias potencias que “tienen el poder de destruir
varias veces nuestro planeta”.
Le
preocupa, desde hace mucho, el cambio climático y me habló del riesgo que
representa al respecto el relanzamiento, en varias regiones del mundo, de la
explotación del carbón con sus nefastas consecuencias en términos de emisión de
gases de efecto invernadero:
“Cada día, -me reveló-, mueren unas cien personas en
accidentes de minas de carbón. Una hecatombe peor que en el siglo XIX…”
Sigue
interesándose por cuestiones de agronomía y botánica. Me mostró unos frascos
llenos de semillas: “Son de morera, me dijo, un árbol muy generoso del que se
pueden sacar infinitos provechos y cuyas hojas sirven de alimento a los gusanos
de seda… Estoy esperando dentro de un momento a un profesor, especialista en
moreras, para hablar de este asunto.”
“Veo
que no para usted de estudiar”, le dije. “Los dirigentes políticos, -me
respondió Fidel-, cuando están activos carecen de tiempo. Ni siquiera pueden
leer un libro. Una tragedia. Pero yo, ahora que ya no estoy en la política
activa, me doy cuenta de que tampoco tengo tiempo. Porque el interés por un
problema te lleva a interesarte por otros temas relacionados. Y así vas
acumulando lecturas, contactos, y pronto te das cuenta de que el tiempo te
falta para saber un poco más de tantas cosas que quisieras saber…”
Las dos
horas y media pasaron volando. Empezaba a caer la tarde sin crepúsculo en La
Habana, y el Comandante aún tenía otros encuentros previstos. Me despedí con
cariño de él y de Dalia. Particularmente feliz por haber constatado que sigue
teniendo Fidel su espectacular entusiasmo intelectual de siempre.
tomado del sitio digital Cubadebate
Ignacio Ramonet -Catedrático
y periodista español residente en Francia, donde dirigió la revista Le Monde
Diplomatique. Es el autor del libro “Cien horas con Fidel”.
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