Julio Hernández Blanco |
No es fácil despedir a un amigo, a un
colega. La Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina está triste
porque acaba de perder a Julio Hernández Blanco, o simplemente Julito, uno de
sus mejores y más fieles periodistas.
Es mejor dejar que la voz la tome su colega José
Dos Santos, quien lo conoció bien, por muchos años de andares en la prensa
cubana.
Cuba, la Isla Infinita se suma al dolor de
Prensa Latina y como afirma Pepe, “no se concebirá la historia de la agencia
sin su presencia, muchas veces silenciosa, pero siempre eficiente”.
Adiós a
un narrador de historias
Por
José Dos Santos
Nos vimos hace unos pocos días en la calle,
con su andar pausado, que enmascaraba dolencias que a otros hubieran sacado de
circulación. Pero no a Julito, como todos le decíamos desde siempre, ocupara el
cargo que fuera.
Ahora que me entero de su repentina muerte
me percato que es, en presente, alguien que ha resultado tan familiar en Prensa
Latina que no se concebirá la historia de la agencia sin su presencia, muchas veces
silenciosa, pero siempre eficiente.
Lo conocí hace más de cuatro décadas, cuando
yo aún era un aprendiz de redactor de cables, y él tenía ya una labor
reconocida en Juventud Rebelde, con un importante aval académico que incluía el
dominio de idiomas.
Sus virtudes como redactor, reportero y
profesional culto e inteligente se pusieron de manifiesto en muchas encomiendas
de complejidad, entre ellas ser corresponsal en Argelia, Gran Bretaña y Francia
en la década de los 70 y 80 (y, más cercana en el tiempo, China) y ocupar
diversas responsabilidades de dirección en el área informativa y de
publicaciones, entre las que recuerdo.
Entre sus singularidades resaltaban su
minuciosa memoria para los detalles –que enriquecían cualquiera de las muchas
anécdotas que atesoraba y estaba presto a rememorar- y, al mismo tiempo, la
sencillez con la que llevaba a sus interlocutores a sentirse partícipes de sus
vivencias, llámense las conversaciones de paz en París, que dieron fin a la guerra
en su querido Vietnam, o la descripción de platos típicos y exóticos de los
lugares por los que dejó su huella como reportero y analista.
De esa materia versó nuestra última
conversación en el comedor de la Agencia, hace sólo una semana. Y nacía allí,
entre unos pocos, la idea de recopilar en un libro narraciones sobre esa
materia, al cual muchos podían contribuir a armar una amena lectura de interés
cultural.
Llevar a cabo esa iniciativa –dedicándosela
a Julito- sería una buena manera de rendirle homenaje.
Sobre él muchos podrán hoy dar testimonio de
su agudeza política y perspicacia para develar entretelones de circunstancias
históricas o contemporáneas. También podrán abundar sobre sus esfuerzos por
sobreponerse a las adversidades de salud que mellaron su físico pero no su
voluntad.
Él fue de los fieles a Prensa Latina que no
concebían su vida lejos de las redacciones o la mesa de editor o las otras
divisiones del sistema que hoy integran el campo informativo.
La más relevante de todas las recientes, a
juicio de una de sus pupilas, fue el haber asumido la creación de la redacción
de Internet cuando casi nadie sabía algo de ese fenómeno en continua expansión.
Con tenacidad y autopreparación ejemplares,
Julito sentó bases y organizó estructuras aún vigentes de lo que ya hoy debe
ser orgullo del periodismo cubano, aunque no sea lo suficientemente reconocido
en nuestro entorno inmediato.
En ejemplos como ese deben inspirarse las
jóvenes generaciones de profesionales, para los que el deber y la pasión por
cumplir hasta el final los compromisos deben constituir su primera razón de
ser, antes que dejar de ser periodistas revolucionarios, como lo fue Julio
Hernández Blanco.
Hasta siempre JHB.
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