lunes, 14 de octubre de 2013

Del asco y la mentira: un encuentro con una bestia llamada Luis Posada Carriles



Por Jorge de Armas

   La primera vez que lo vi, fue en el Versailles.
   El Versailles es una mentira. No es cubano, no es un restaurante, no es nada.  El Versailles es la institución de la falacia, el desatino, la frijolada. El propio Felipe Vals, dueño del restaurante, un día, rodeado de chefs que querían impresionarlo con variantes innovadoras de la comida cubana, se jactaba, “si me he hecho millonario sirviendo arroz con frijoles para qué cambiar”.
   Pero la primera vez que lo vi, entre lo repugnante del olor a frijoles y bacón, a fritanga mala para turistas, fue en el Versailles.
   Llegó y todos le hicieron reverencia. Luís Conte Agüero, Calixto Campos Corona, Ileana Ross, David Rivera. Llegó con un bastón, una blanca camisa y una piel rosa y frágil, y me revolvió el alma.
   Nací un seis de octubre, y aún recuerdo que en mi cumpleaños Cuba lloró por la muerte de sus hijos.  Un seis de octubre este señor, quien me confesó que aún cree en la muerte como estrategia para la “libertad” no sólo asesinó a 73 seres humanos en pleno vuelo, también me privó de disfrutar al cien por cien mi cumpleaños.
   Luis Posada Carriles es un asesino de sueños.

   Recuerdo que mi abuela, tan grande, tan mujer, tan dominicana, escondió debajo de mi cama un camión de volteo con el que soñaba desde siempre, en la mañana lo encontré, y jugando con él, poco después, ya, saliendo de la escuela, mi Cuba estaba de luto y no entendí, joder que no entendí, porque mi madre lloraba el día de mi cumpleaños.
   Recuerdo la panadería oscura, la calle Consulado triste, mis amigos apagados, y la vida de la Habana detenida.  Recuerdo estar muy triste el día de mi cumpleaños.
   Recuerdo también en nuestro televisor en blanco y negro, la voz de alguien recitando el nombre de los ausentes, pausado y lloroso, con un dolor inmenso, un seis de octubre, el día de mi cumpleaños.
   La Habana es muy ciudad cuando ella quiere, y en ese seis de octubre, lloró, como se llora cuando el alma está desgarrada del dolor porque los suyos han sido despojados de la vida sin razón. Fue un seis de octubre, seis años después, justo el día de mi cumpleaños.
   Y lo vi, con su camisa blanca y henchido de los aplausos de acólitos nauseabundos.  Lo vi, le tomé fotos, y al terminar me le acerqué, con sigilo, me senté a su lado, y le dije, pausado, aguantando las ganas de gritarle:
   -¿Sabe Usted Posada Carriles que gracias a usted, mi cumpleaños siempre es para recordar a los que Usted mató?
   -¿Tú eres comunista?  Me pregunta
   -No, yo soy Jorge de Armas, y nací un seis de octubre, le respondo…
   -Qué mala suerte…
   Hace unos pocos días fue seis de octubre, y cumplí años, y recordé que con Cremata me fui tres años al Escambray, a la Sierra, y a mil sitios.  Y Cremata me contaba que un seis de octubre, día de mi cumpleaños,  su papá, piloto de Cubana, no regresó a casa, ni siquiera lo encontraron, aunque su voz quedó registrada para siempre, en aquella caja negra que a cualquier buen cubano aún hoy estremece.
   Mi cumple es una mierda intrascendente. Pero aun así, cada seis de octubre de mi vida, mi primer pensamiento es para  73 personas que dejaron su vida, sin deberlo, porque el asco y la mentira, por una vez, pudieron más que ellos.

Tomado del sitio digital Progreso Semanal

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