Acaba de morir en La Habana el cineasta
cubano Daniel Díaz Torres. Un cáncer lo robó la vida cuando estaba en plenitud
de su carrera cinematográfica.
Lo conocí a mediados de la década de los
años 80, cuando comenzaba a acercarme al cine cubano. Siempre dispuesto a un
saludo, a un comentario, a una ayuda con los más jóvenes que descubríamos los
encantos del séptimo arte.
Era un referente para todos los que
soñábamos con el cine documental, con una vasta obra que incluía más de un
centenar de emisiones del mítico Noticiero ICAIC Latinoamericano, espacio que
compartió con otros grandes y bajo la batuta de Santiago Álvarez de 1977 a
1981.
Cineasta, maestro, pero sobre todo un gran
cubano que supo reflejar en su obra la naturaleza e idiosincrasia de sus contemporáneos con
documentales como La casa de Mario (1978), Los dueños del río (1980), Madera
(1980), Vaquero de montañas (1982) y Jíbaro (1982).
También exploró la realidad latinoamericana en
obras como Libertad para Luis Corvalán (1975), y Encuentro en Texas (1977).
Se forjó como futuro director siendo
asistiendo a figuras como Manuel Pérez (El hombre de Maisinicú), Oscar Valdés
(Muerte y vida en el Morrillo), Manuel Octavio Gómez (Los días del agua), Sara
Gómez (De cierta manera), y Enrique Pineda Barnet (Mella), entre otros.
Ya en 1991 Daniel saltaría a titulares con
su polémica cinta Alicia en el pueblo de Maravillas, seguido de Quiéreme y
verás (1995), Kleines Tropicana (1997), Hacerse el sueco (2000), Camino al Edén
(2007), Lisanka (2009), y La película de Ana (2012), su última película.
De Daniel Díaz Torres siempre recordaremos
su irreverencia, su permanente inquietud por renovarse como cineasta, su
carácter y se permanente sonrisa.
El cine cubano perdió a uno de sus más
persistentes hacedores, pero siempre estará presente en las pantallas y en su
pueblo.
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