Raúl Antonio Capote, agente Daniel, de la inteligencia cubana |
A Raúl Antonio Capote, el agente Daniel de
los órganos de la Seguridad del Estado cubano, no le faltan pruebas para
afirmar que por viejas y nuevas vías, desde Estados Unidos no se renuncia a la
obstinación de derrocar la Revolución Cubana.
El oficial de la contrainteligencia se movió
inquieto. ¿Tú piensas que la Seguridad eres tú nada más? Raúl Antonio Capote se
acomodó en la butaca y no pudo evitar una sonrisa. «Yo era un inexperto —dijo
al recordar uno de los momentos que lo marcaron como agente de la Seguridad del
Estado—. No tenía experiencia, actuaba más por convicciones que por
conocimiento».
Capote —o el agente Daniel de la
contrainteligencia cubana— estaba vestido con pulóver negro y un pantalón de
mezclilla. Acaba de entrar a una de las oficinas del Comité Provincial de la
Unión de Jóvenes Comunistas de Ciego de Ávila, y enseguida en la habitación llamó
la atención por su corpulencia.
Desde que fue desclasificado en el serial
Las Razones de Cuba, su vida dio el segundo gran vuelco, porque el primero fue
cuando aceptó trabajar para la Seguridad. Parte de esas vivencias, incluida la
de su reclutamiento por la CIA bajo el seudónimo de Pablo, las ha contado en
los lugares más diversos.
Es esa la razón que lo ha traído a Ciego de
Ávila, invitado por la UJC, y donde ha intercambiado con estudiantes, jóvenes
trabajadores, intelectuales y periodistas sobre los temas más disímiles y con
las preguntas más complejas sobre la Cuba del presente y sus dificultades.
«Al dialogar —dijo—, debes estar dispuesto a
oír y respetar un criterio distinto al tuyo, incluso si no coincide. El diálogo
es un ejercicio de humildad, de aprendizaje y valentía para todos. Del que
habla y de quien escucha».
La
buena señal
«Hay quienes se alarman cuando los jóvenes
dan un criterio fuerte, expresó. Enseguida dicen que son inmaduros, que no
tienen toda la información, que falta el trabajo político-ideológico... Yo me
alegro cuando un joven plantea su inquietud. Y me pongo contento porque en ese
muchacho veo a una persona que ha tomado partido ante lo mal hecho.
Es una señal de que a él le preocupa su
sociedad, y eso es bueno: solo con la inconformidad es posible el cambio. Un
joven inquieto y crítico es un revolucionario en potencia. Por eso es
importante el diálogo. Porque tengo la convicción de que de los inconformes
surgen los verdaderos revolucionarios, y el intercambio es una forma de
participar, de tomar partido».
—En
Cuba se habla mucho del trabajo político-ideológico y hoy se conoce de la
existencia de Génesis, un proyecto del Gobierno norteamericano para influir en
la juventud cubana. ¿Qué es para ti hacer trabajo político-ideológico?
—El
trabajo político–ideológico se trata, en lo fundamental, de dar información,
comprometer a la gente, convocarla, confiarle tareas. Hacer las cosas bien y
tener responsabilidad, porque donde hay un acto de negligencia, de
indisciplina, no hace falta que el enemigo ponga un medio. Eso es lo primero
que debemos pensar. Cuba se encuentra en una guerra real, frente a un
adversario con una vasta experiencia y que jugó un papel decisivo en el
derrumbe del campo socialista.
«Quizá lo más difícil del trabajo
político-ideológico sea lograr que la gente haga las cosas bien. Los cubanos
somos excelentes en momentos límites. Somos los mejores a la hora de ser
aguerridos. Lo que nos cuesta mucho es el esfuerzo diario, y eso nos
perjudica».
El
hombre ideal
—¿Cómo
ocurrió tu entrada a la Seguridad del Estado?
—Fue en
la década de 1980 en Cienfuegos. Yo era el vicepresidente de la Asociación
Hermanos Saíz y tenía fama de rebelde. Mis compañeros eran gente inquieta, muy
comprometida. Después de La Habana, la filial de Cienfuegos era una de las más grandes
del país. Eran los tiempos de la construcción de la Electronuclear de Juraguá,
había jóvenes de toda Cuba y hacíamos una cantidad tremenda de actividades.
Entonces el enemigo pensó que yo era el hombre ideal por mi carácter rebelde.
—Cuando
la Seguridad te propuso trabajar con ella, ¿aceptaste de inmediato o te tomaste
un tiempo para meditar?
—Acepté
al momento. Mi generación creció formada en la mística de la Revolución.
Habíamos visto En silencio ha tenido que ser y otros seriales que contaban del
trabajo de cubanos infiltrados dentro del enemigo, a quienes veíamos como
héroes. Después de tanto tiempo y tantas cosas vividas, pienso igual que al
principio: lo que hice no fue un sacrificio, sino cumplir con un elemental
sentido del deber.
—El
adversario es una novela tuya sobre un habanero que vive las dificultades del
período especial. ¿Pensaste en algún momento que ese libro te podía poner en el
punto de mira de la CIA?
—Uno
escribe un libro y no tiene idea de su posible repercusión. Mucha gente
pregunta si lo hice para que el enemigo se fijara en mí y la respuesta es no.
El adversario es una novela que responde a inquietudes literarias auténticas y
muy personales. Hice un libro de ficción, con un protagonista que vive en La
Habana y observa las transformaciones de la sociedad cubana, las cosas malas y
buenas. Lo que pasó es que los verdaderos confundidos fueron los del lado
contrario. Me vieron como un escritor joven, crítico de la sociedad cubana,
cuando en verdad lo que hacía era un homenaje a esos habaneros que pasaron por
el período especial y no han perdido la fe en su país.
—Tú
estuviste más de diez años como agente de la Seguridad Cubana. ¿Alguna vez
cometiste un error en tu trabajo? ¿Pudieron descubrirte en algún momento?
—Bueno,
el problema es que yo siempre me pasaba en lo que me pedían. Era lógico, tenía
unos 20 años..., en mi cabeza había mucho de películas y libros de espionaje.
Claro que cometí errores. Uno grande fue cuando tuve conocimiento de que se
preparaba un plan que involucraba a los jóvenes artistas. Me hice el propósito
de entrar al lugar y obtener el documento a cualquier precio.
«Y sí,
logré la información; pero me gané un regaño tremendo: puse en riesgo la
misión. Recuerdo que dijeron: “¿Tú crees que eres el único que hay en la
Seguridad del Estado?” “¿Tú piensas que nosotros no tenemos la forma de
enterarnos de lo que dicen esos papeles?”. Ese día interioricé que el trabajo
de la Seguridad no es de una persona sino de muchos compañeros, que actúan de
manera anónima y sin ánimo de reconocimiento».
Las
«Inocencias» de Facebook
—Como
agente de la Seguridad, ¿tuviste conocimiento de ZunZuneo u otro plan similar?
¿En qué consistían?
—En
2007 me entregaron el equipo Bgan con el cual se pretendía establecer comunicaciones
seguras. El propósito era mirar al futuro del proyecto Génesis y crear una red
inalámbrica conectada a teléfonos celulares y laptops. La capacidad del Bgan
permitía cubrir toda La Habana con esa red de comunicación. Por las
características del equipo, las conexiones no se podrían rastrear y se usaría
para enviar mensajes y movilizar a miles de jóvenes en acciones contra la
Revolución. Después, en 2008, la CIA y la Fundación Panamericana para el
Desarrollo me solicitaron que consiguiera las guías telefónicas de todo el país
y, sobre todo, que lograra conseguir una guía de teléfonos celulares para
enviar mensajes a usuarios en Cuba.
—¿Cuál
es el papel que juegan las redes sociales para desestabilizar la Revolución?
¿Cómo las utilizan?
—Miren,
por un lado el Gobierno de Estados Unidos bloquea férreamente el acceso de los
cubanos a las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones. No
permiten a las empresas estadounidenses invertir ni venderle tecnología a Cuba.
Luego sus mercenarios y medios de comunicación acólitos martillan el mensaje de
que el Gobierno cubano «prohíbe» a su pueblo acceder a Internet e invita a los
jóvenes a rebelarse contra el Estado que «les cercena» esa posibilidad. Es
inaudito. Es el colmo de la falacia, porque ellos dominan más del 90 por ciento
de los servicios de Internet y de comunicaciones en general, y no permiten que
nos sirvamos de ellos, ni que compremos los medios para desarrollarlos.
«Es
como si no se le permitiera al padre comprar comida para el hijo y después se
le dijera al muchacho: “Mira qué malo es tu papá, que te mata de hambre”.
Entonces crean redes ilegales, construyen plataformas y usan las redes sociales
para desarrollar una guerra violenta en el terreno de las ideas».
—Cuba
aún no cuenta con una red extendida de nuevas tecnologías de la comunicación,
como otros países del mundo. Sin embargo, el Gobierno norteamericano apuesta a
ellas para destruir la Revolución. ¿Cómo los servicios especiales
norteamericanos utilizan las nuevas tecnologías para lograr sus propósitos en
el caso de nuestro país?
—La
idea de ellos, copiando experiencias como ZunZuneo, Piramideo y otras más,
persigue aficionar a los jóvenes al uso de determinada plataforma o red social
con mensajes deportivos, artísticos o triviales para luego, en un momento
oportuno, usarlos para confundir y movilizar acciones contra el Gobierno.
«Hoy
vivimos en un mundo tejido de satélites, redes, artefactos de todo tipo que
hacen de la privacidad una quimera. Nada hoy es secreto para los servicios
especiales del imperio. Ellos son los dueños de Internet, de la radio, la
televisión, los periódicos. Hoy se espía a todas las personas, las empresas,
los Gobiernos. ¿Quieren algo más demoniaco que Facebook, la mayor base de datos
de la CIA? Allí regalamos cada día nuestros gustos, preferencias, sueños,
amigos, amores, dolores, partidismo político. Facebook es una red infinita de
información en manos de nuestros enemigos, una verdadera tela de araña a la que
acudimos enternecidos, como los ratones al toque del flautista de Hamelín».
El
golpe era en agosto
—Cuando
la celebración del Tribunal Antiimperialista, durante el Festival Provincial de
la Juventud y los Estudiantes en Ciego de Ávila, a los delegados les contaste
que una intención de la CIA es captar al mediocre. ¿Cómo se entiende eso?
—Ese
método está dirigido al gremio universitario y a los intelectuales cubanos. El
enemigo siempre ha fallado al intentar captar personas con un pensamiento
auténtico. Entonces volvía una pregunta: ¿cómo encontrar una gente que les
fuera incondicional? La fórmula fue captar al mediocre. Por eso tratan de
ubicar al profesor frustrado, con ansias de reconocimiento, con dificultades
para publicar su obra científica. Luego le dan acceso a las mejores
universidades, le cultivan el ego, abren el camino para que adquiera relevancia
y así ese personaje quedará agradecido a quienes descubrieron su «talento».
—En ese
mismo evento aseguraste que tuviste en tus manos el Plan Bush y las
indicaciones para ponerlo en práctica. Alertaste que ese proyecto, que busca
desmantelar el sistema político de la Revolución, no tenía nada de pacífico.
¿Qué viste para poder hacer esa afirmación?
—Mucha
gente piensa que una agresión militar contra Cuba es cosa del pasado. Pero
cuando uno lee el Plan Bush se da cuenta de que hay una serie de medidas que
solo pueden aplicarse cuando un país está ocupado ¿Para qué se van a construir
orfelinatos? Si la transición es pacífica, ¿de quién son los huérfanos que van
a meter ahí? No mencionaban los muertos; pero tú descubrías que ellos sí tienen
muy claro que muchas personas van a morir, porque van a encontrar una seria
resistencia. En verdad, ellos nunca han renunciado a esa idea.
—¿La
han intentado poner en práctica en estos tiempos?
—Sí,
cuando la enfermedad de Fidel. Pensaron: la Revolución es Fidel y si él no
está, aquello termina en una semana. Así decidieron poner en marcha una provocación.
El plan comenzaría en agosto de 2006.
—¿Cómo
se desarrollaría?
—La
idea era implementar un golpe suave como tratan de hacer en Venezuela. Se
realizarían protestas por grupúsculos contrarrevolucionarios en varias zonas de
La Habana, para dar una imagen de caos, con el apoyo de los medios de
comunicación internacionales. De esa forma se crearía una imagen de que había
levantamientos masivos en las calles. Los enfrentamientos los fabricarían, como
se hizo en Libia, donde el 80 por ciento de las imágenes presentadas fueron
filmadas en estudio. Luego se pasaría a los golpes quirúrgicos, a los ataques a
puntos muy específicos del país, hasta llegar a la escalada militar.
—¿Tenían
alguna posibilidad de triunfo?
—El
plan estaba muy bien pensado, pero tenía dos problemas muy serios. El primero
era que subestimaba la capacidad de respuesta del pueblo cubano. El segundo,
que todo lo apostaba a una persona, Darcy Ferrer, un médico integrante de la
contrarrevolución, un verdadero pícaro con deseos de ganar dinero.
—¿Cuál
era el papel de Darcy Ferrer en ese plan?
—Él
debía protagonizar unas protestas en Centro Habana. Ese sería el detonante.
Sería más mediático que otra cosa, y todos los medios de prensa internacionales
estaban avisados. Los americanos se creyeron el cuento de Darcy y pensaron que,
como él era médico, tenía gente que lo respaldaría y allí vendría el
enfrentamiento. Eso es lo que presentarían al mundo. Ya las noticias
internacionales hablaban de tensiones en Cuba. El coordinador de todo en Cuba
era Drew Blackeney, un oficial de la CIA con fachada de diplomático de la
Oficina de Intereses de los Estados Unidos. Cuando leí el plan, le advertí a
Drew que aquello era una locura. Para disuadirlo empecé a decirle que podían
matar a Darcy, y el hombre me escuchó en silencio. Al final habló con un
pragmatismo, que me dejó boquiabierto. «No importa —dijo—, eso es lo mejor que
nos podría pasar. Si a nosotros nos hace falta un mártir... Que lo maten».
La
tarea pendiente de la profesora
—¿Por
qué falló el plan?
—Todo
ocurriría el 23 de agosto y fue una película. Drew lo despidió con abrazos:
«Vas a liberar a tu país, serás un nuevo libertador». Darcy se apareció a pie
en Casalta, una zona próxima al túnel de Quinta Avenida. Debía seguir para
tomar un auto que lo llevaría a Centro Habana. Pero al llegar, lanzó unos
volantes y volvió corriendo a casa de Drew. Dijo que aquello estaba tomado por
el pueblo y no podía pasar. En verdad, lo único que había en Casalta era un
viejito junto al quiosco de periódicos.
—La
contrarrevolución cubana ha estado involucrada en varios escándalos, como el
desatado por una Comisión del Congreso norteamericano al descubrir que una
parte del presupuesto para desestabilizar la Revolución se utilizaba para lujos
personales. En un espacio más privado, ¿qué dicen los funcionarios
norteamericanos de esos escándalos?
—Ellos
desprecian a la contrarrevolución. Le dicen los «todo por uno». Saben que es la
oposición más barata y fácil de comprar en el mundo. Y aclaro: si es que a eso
se le puede llamar oposición. En la Oficina de Intereses una vez reunieron a
varios integrantes de la llamada prensa independiente para un curso por
videoconferencia desde los Estados Unidos. Lo daría un señor de apellido
Dalmau, profesor de la Universidad Internacional de la Florida. Aquello era
patético. Esos «periodistas» improvisaban unos nombres de agencia de noticias
en inglés que daba pena oírlos.
«Dalmau
quería saber cómo ellos buscaban una noticia, y uno de ellos se paró, dijo que
reportó cómo la policía le quitaba la mercancía a un vendedor de cloro. Le
preguntaron dónde había verificado la información, y el susodicho permaneció en
las mismas: lo de él era buscar la noticia, llamar a Radio Martí y punto. “Ya,
eso es lo que yo hago”, insistía.
«El
profesor quiso escuchar otro criterio, el de alguien con más oficio, y en la
sala se paró otro. Se presentó como un periodista con ocho años de experiencia,
formado por el gordo Raúl Rivero. “¡Ah, muy bien! —dijo Dalmau—; dígame: ¿para
qué público usted escribe sus informaciones?”. El hombre respondió que para los
norteamericanos e insistió en que él hacía igual que los demás: se montaba en
la bicicleta y llamaba a Radio Martí. A pesar de tanta insistencia, nunca supo
poner un ejemplo de noticia. “Lo mío es mandar la información para los
americanos en Radio Martí”, repetía como un loro.
«Llega
un momento en que Dalmau no aguantó la risa, aunque no era el único. En el
salón había un cristal enmascarado y no dejaba ver lo que había detrás: otro
salón con varios oficiales de la CIA, que tomaban té con bizcochos y se
burlaban de lo lindo de aquella gente. Eso lo sé porque quien estaba con ellos,
tomando el mismo té con los mismos bizcochos, era este servidor».
—Esta
semana el Minint detuvo a un grupo de terroristas cubanos asentados en Miami,
que tenía el propósito de atacar instalaciones militares. ¿Qué relación guarda
este hecho con todo lo que has comentado sobre los planes contra la Revolución,
a partir del uso de grupúsculos y de las nuevas tecnologías? ¿Cómo se
complementan ambos tipos de acciones?
—La
guerra cultural, la gran campaña en el terreno de las ideas que el imperialismo
desarrolla contra Cuba, tiene la finalidad de desmovilzar, romper la unidad,
construir en el país una masa de hombres y mujeres que no crean en la
Revolución, que no crean en el futuro, personas que pasan de todo, individualistas,
esclavos del consumismo, en fin, el ser frívolo, banalizado, que necesitan. Nos
bombardean con sus íconos del mercado, con sus símbolos, pero no olvidemos que
tras ellos vienen las bombas reales.
«Hombres
como José Ortega Amador, Obdulio Rodríguez González, Raibel Pacheco Santos y
Félix Monzón Álvarez, recién capturados en Cuba por planificar actos
criminales, confesaron que ejecutaban órdenes de los bien conocidos terroristas
Santiago Álvarez Fernández Magriñá, Osvaldo Mitat y Manuel Alzugaray,
vinculados a Luis Posada Carriles, capo de la CIA.
«Estos
actos forman parte de los planes contra Cuba: por un lado, la guerra en el
terreno mediático, la subversión político-ideológica y, por el otro, como punto
de remate, el crimen, el terrorismo. Eso no ha cambiado en 55 años. Cualquier
semejanza con lo ocurrido en Ucrania, Venezuela, Siria y Libia no es pura
coincidencia. Constituye un recordatorio para ingenuos, timoratos y francos
traidores: EE.UU. no ha abandonado la violencia en sus planes para derribar a
la Revolución, y los revolucionarios cubanos jamás abandonaremos la decisión de
defenderla hasta las últimas consecuencias».
—¿Cuál
fue el momento más difícil de tu trabajo en la Seguridad?
—Agosto
de 2006. Darcy era una pieza importante del plan; pero la otra era yo. Cuando
Darcy iniciara la protesta, yo debía presentarme ante la prensa extranjera, los
grandes medios masivos de comunicación y pedir «ayuda» porque el país estaba en
caos. Ese sería el puntillazo: solicitar al Gobierno de los Estados Unidos la
intervención militar. Hablaría a nombre del pueblo cubano, en mi condición de
intelectual y profesor universitario. Después vendría la campaña mediática y
luego los ataques militares.
«Los
medios de prensa estaban listos, y yo me encontraba en casa de Drew, aislado.
No tenía cómo avisarle a mi gente, tampoco contaba con la indicación de cómo
actuar. Yo pensaba en Darcy: ¿y si las cosas le salen bien a este tipo? Drew
daba ánimos: “No te preocupes, todo saldrá bien”. Él me notaba un poco inquieto,
pero era una simulación. Por dentro estaba tranquilo: la decisión ya había sido
tomada. Si Darcy Ferrer formaba la protesta, cuando los norteamericanos me
pusieran delante de los periodistas iba a gritar un Patria o Muerte que se les
iba a caer la comunicación satelital. Y después que pasara lo que pasara.
Estaba seguro de que un mensaje como ese llegaría a todas partes y dejaría
clara la posición de los cubanos. ¿No me habían pedido que hablara a nombre de
mi pueblo?».
—Capote,
¿y cuándo supiste que te iban a desclasificar, que volverías a la normalidad?
¿Cómo se espera ese instante, con tranquilidad?
—Siempre
supe que en algún momento todo se acabaría. Sin embargo, una cosa es saberlo y
otra conocer que el día llegó. Cuando todo se hizo público yo estaba en una
casa descansando. Me trataban con cariño; sin embargo, los minutos se volvían
horas, no tenía hambre, tampoco me daba sed.
«El
capítulo de Las Razones de Cuba en el que me presentaron como agente de la
Seguridad, se estrenó en el teatro de la Universidad de Ciencias Pedagógicas
Enrique José Varona. Al acabarse, la gente empezó a aplaudir, y cuando aparecí
en el escenario aquello se fue abajo. Entre tantos aplausos, sentía como si me
hubieran quitado un edificio de encima, hasta respiraba distinto. Fue quizá el
momento más emocionante de mi vida: compartir esa felicidad con mis compañeros
de trabajo, con mis alumnos, esos que siempre creyeron en mí como maestro, allí
en mi Universidad, donde estudié, donde trabajaba desde hacía ya unos cuantos
años, entre gente que quería y admiraba, fue tremendo.
«Una
compañera se me acercó llorando y me preguntó: “Raulito, el día ese de la
discusión por el Título de Oro, ¿ya tú eras de la Seguridad?”. Por supuesto que
hubo cierta oposición a que se me otorgara ese título. Yo la escuchaba lejos,
como aturdido. La miré y me eché a reír. Finalmente le toqué un hombro y le
dije: “No sé, averígualo. Te lo dejo de tarea”. Creo que todavía lo está
averiguando».
Tomado del
sitio digital del diario cubano Juventud Rebelde
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