cantante cubana Ivette Cepeda |
Terminado el vibrante concierto que ofreció
en el teatro La Caridad -en la ciudad de Santa Clara-, el pasado domingo 17 de
agosto, tuve la oportunidad de intercambiar con la cantante Ivette Cepeda, una
de las intérpretes más sobresalientes en la actualidad musical de la Isla.
Algunos admiradores casi no la dejaban
llegar al camerino, pero ella, con total sencillez, los complacía con fotos y
autógrafos. “¿Te gustó el concierto?”, le preguntaba a cada uno, y ellos
contestaban satisfechos y agradecidos por haberles regalado su bella voz.
Luego de retocar el maquillaje con la ayuda
de Manolito, su estilista, Ivette se preparó para la entrevista. Sonreía
serena, sin poses ni aires de diva, sino como una cubana más que se dedicó a
cantar.
Las expectativas de sus presentaciones en
Villa Clara fueron sobrecumplidas. La huella que dejó en las ciudades Sagua la
Grande, Remedios, Camajuaní y Placetas resultó profunda. Aunque ya había pisado
tierra villaclareña hace unas cuatro décadas como artista aficionada de la FEEM
(Federación Estudiantil de la Enseñanza Media), en esta ocasión llegó por
primera vez como profesional.
No aparenta tener 50 años ni le apena
decirlo. De su cuerpo emerge cierta energía que la hace joven y atractiva.
Gracias al proyecto Música sin Par, la antigua maestra llegó a nuestra
provincia para suerte del público que la admira y ama:
—Ivette,
usted empezó su carrera artística en cabaret como el Parisienne, del Teatro
Nacional, y otros. ¿Qué le aportó esa experiencia a su carrera musical?
—Yo
trabajé en varias producciones en cabarés, dentro y fuera de Cuba. Te diría que
cuando empecé le tenía terror a los micrófonos. Llevaba muchos años cantando al
lado del público, por las mesas, lo mismo en un lobby bar, un piano bar, una
parrillada que una piscina. Estaba acostumbrada a cantar a pecho, como dice la
gente. Además, era muy tímida cuando me paraba en un escenario.
Le agradezco al cabaré perder el miedo
escénico, aprender a bailar en una coreografía, no ser el centro y serlo cuando
te lo marcan. Es decir, condicionar un poco el protagonismo, porque no estoy
sola en escena, cada uno de los músicos que trabajan conmigo es tan importante
como yo. Igual me proporcionó la oportunidad, como mujer y artista, de cantar
temas trascendentes, y ponerme todos los brillos y lentejuelas que ya no me voy
a poner más en toda mi vida.
Hoy, mira, tengo un brillito (se toca el
tirante de brillos del vestido), y mi estilista me decía: ''Hace años que no te
ponías un brillito ni jugando''. Y es que trato de que el todo sea la música,
la canción, la emoción..., ese tipo de cosas es lo que más me importa hacer en
el escenario».
¿Tiene
otros familiares artistas?
—En mi
familia hay un músico importante, Electo Silva, primo de mi abuela. Él no me
quiere mucho (ríe), porque yo nunca he estudiado música, y dice que qué es eso
de ser cantante y no estudiar ni leer música, qué relajo es ese, y eso con él
no va.
Entonces,
¿es totalmente empírica?
—Sí. Yo
no me decidí por esta carrera en el momento en que pude haberlo hecho. Dos
veces tuve la oportunidad de escoger la música, pero me incliné por el
magisterio.
¿Les
cantaba a los alumnos?
—Mucho.
Y los ponía a cantar a todos ellos. Cuando era profesora, no cantaba, fíjate,
pero sí siempre preparaba dúos, solistas, coros, aquí y allá... Un día mis
alumnos me escucharon cantar y exclamaron: «¡Profe, usted canta!» (ríe). Pero
yo no cantaba.
¿Cuándo
decidió tomar otro camino fuera del magisterio?
—Por
los años 91 o 92.
Los
años duros del período especial...
—Sí,
tengo que decirlo, no me da pena confesarlo. En un momento determinado dejé de
dar clases, lo cual hice por 17 años. Creo que fui buena maestra, por lo menos
estoy consciente de que durante ese tiempo nada en mi vida fue tan importante.
Ojalá, lo he dicho algunas veces, yo lograra al cantar sentir la satisfacción
que sentía dando clases. Esa etapa de mi vida fue trascendental. Y doy muchas
gracias a Dios por haber tenido la oportunidad de haber sido maestra cuando
quise serlo. ¡Me entregué tanto!
Empecé como maestra primaria y luego de
profesora de Matemática en el Pedagógico; daba clases en las filiales adonde
nadie iba. Era pleno período especial, y eso me llevó a sentirme muy agotaba,
muy cansada».
¿Quién
le sugirió seguir otro camino?
—No,
no, yo dejé de dar clases por mí misma. Empecé a hacer pizzas, croquetas,
cualquier cosa. Pero nunca pensé en cantar como una opción.
¿Y cómo
llegó el cabaret?
—¡Ah!,
por el año 94, un amigo me llamó para que lo acompañara. Era profesor de
Música, como yo de Matemática, y a veces me iba para las descarguitas a la
cátedra de Música. Me dijo: «¡Ay!, chica, si tú me pudieras acompañar. Tengo
una opción de trabajo y mi cantante me falló. Sé que si tú me acompañas lo vas
a hacer bien». Me enseñó cuatro o cinco temas, no me sabía ninguna canción.
Después, me enamoré de la música. Era tan tímida y con tanto miedo escénico,
que nunca pensé pararme en un teatro. Cuando aficionada, a veces no había
cantado y ya estaba ronca por el temor.
Eso se me quitó poquito a poquito. Me fui
enamorando de esta carrera, que es muy sacrificada, aunque te da mucha
satisfacción con el público que pasa un momento feliz. Mira, yo no soy la mejor
del mundo y tendré miles de defectos como cantante, pero me alegra ver que la
gente en compañía nuestra pasa un rato agradable. Así lo siento».
¿Cómo
valora la música cubana actual? ¿La ve en peligro?
—No
tengo ánimo de criticar. Me alegra que haya jóvenes con talento, que tengan
oportunidades. Pero me gustaría que también estuviera esa otra parte, que vaya
cerrando el cuadro y haya un nivel de exigencia. La música cubana es un valor
de este país, que trascendió por lo menos cinco décadas en la meca de lo más
importante a nivel mundial. Sin embargo, hoy hay cosas que prefiero no
escuchar. Espero que el tiempo se las lleve pronto.
Mira, yo tengo una esperanza. Mi hijo, que
tiene 13 años, me habla de algunas cosas que yo soy capaz de apreciar en la música,
y lo guío. Ya los jóvenes van teniendo un sentido crítico, y ellos, que
pudieran ser los afectados al estar directamente vinculados con esas corrientes
musicales, las dejarán atrás porque la educación y la influencia del resto del
medio los llevarán a elegir mejor.
Ojalá sigan los nuevos proyectos, y los
jóvenes se impongan en la música con mejores resultados. ¿Sabes qué?, ese
choque de criterios que hay va a llevar a superarse a aquellos que ahora hacen
obras sin calidad. Porque talento existe..., y sabrosura».
¿Qué
novedades tendrá el próximo disco de canciones hechas para Ivette Cepeda?
—Ese
disco incluye muchas canciones interesantes. Se titula País. De 12 temas, 10
son inéditos. Haré géneros que no acostumbro como guaguancó, conga, salsa... Traigo
temas muy cotidianos, cercanos a la gente y a su vida diaria, a lo mucho que
representa la música en la vida de un cubano, tanto dentro como fuera de Cuba.
Ese país que llevas contigo adonde quiera que vas, definitiva o temporalmente,
casi siempre nos lo llevamos en forma de música.
La gente recuerda a su país a través de una
llamada a sus familiares, una carta o un correo. Pero sé, porque lo he vivido,
que cuando llega un sábado o un domingo en otra tierra, tú tienes algo que
quieres ofrecer a los amigos. Aparte del arroz moro, el pollo frito o el cerdo
que hagas —que a veces ni sabe igual—, lo que sigue teniendo el mismo sabor es
la música.
Las personas aprenden a bailar salsa contigo
y conoce a los Van Van; descubres a otros músicos que no conocías cuando
estabas en Cuba, pues aquí nunca supiste de ellos, porque no tenías esa
nostalgia, esa sed que sientes cuando estás fuera de Cuba».
Música
sin Par es un proyecto surgido en la provincia para llevar lo mejor de la
música a los pueblos, y en el que usted fue incluida. ¿Qué opinión tiene al
respecto?
—A mí
parece que el proyecto de Música sin Par es excelente. Me siento superhonrada y
superorgullosa de que me hayan incluido. Yo no creía que el trabajo que hago
estaba tan valorado para ser convocada al lado de artistas importantes de este
país. Y que esa música llegue a los pueblos más intrincados, donde me decían:
«¡Ay, pero yo nunca pensé que te iba a ver aquí!». Eso me llena de orgullo,
porque, ¿qué artista que le guste su trabajo no quiere ir a una provincia, un
pueblo?
Oye, canté en el medio de un parque y creo
que nunca me había sentido tan satisfecha como persona, como en ese momento. Vi
a todos los personajes de un pueblo, personas de todas las edades, mayores,
niños pequeñitos. Eso me colmó de una felicidad tremenda. Me dije: ''Qué
orgullosa estoy de mi trabajo''. La gente participando. No, no, ¡increíble! Si
no estuviera cantando, nunca hubiese tenido esa satisfacción tan grande. Este
proyecto de Música sin Par se corona con lo mejor, con la gloria, porque las
personas asimilan las canciones».
¿Cómo
se sintió con el público del teatro y con Villa Clara?
—Me voy
malcriada cantidad. Me sentí tan feliz, porque el público cuando una sale, ya
te recibe con un aplauso... Me voy feliz, satisfecha como persona. Creo que en
esta provincia la gente tiene el corazón más grande que a lo que una está
acostumbrada a ver por ahí. Es un público que se crece, me impulsa, me motiva,
me roba... Siento que la voz no me alcanza para darlo todo.
Tomado del
sitio digital del periódico Vanguardia
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