Por Miguel
Fernández Martínez
Hoy desperté más tarde de lo que
regularmente lo hago a diario. Ni siquiera sentí el despertador que me molesta
e interrumpe siempre en el último capítulo de mis sueños.
Me quedé en la cama tratando de descubrir unos
raros círculos verdosos que se desdibujaban en el blanco y desvencijado techo
que me cubre de la lluvia y el frio.
¿Serán
cronopios?, pensé, mientras estiraba mis huesos crujientes y adoloridos. Y fue
que recordé que este 26 de agosto estarías cumpliendo, querido Cortázar, tus
primeros cien años de vida eterna.
Como no te conocí y nunca supe donde vivías,
me antojé de ir al cementerio de Montparnasse para festejar en ese lugar medio
snobista, donde desde hace años te tomas un descanso de este incomprensible
mundo de los vivos.
Para nadie es un secreto las tertulias
escandalosas con tus vecinos de barrio –digo, de bóvedas- donde entre vinos y
cigarrillos se burlan de los transeúntes cabizbajos que pasean las calles del
cementerio.
Te imagino escuchando los últimos poemas de
Tristan Tzara, las historias de Beckett, las polémicas filosóficas de Sartre y
Simone, o las tristezas de Vallejo.
Claro que fue imaginario, casi surrealista
mi viaje a Paris en calzoncillos. Como no tengo ni visa ni dinero para viajar
hasta allí, saqué boletos en mi cama, cerré los ojos, obvié a aeromozas y
aduaneros y me vi en la Ciudad Luz, buscándote para compartir un café en la
puerta del teatro de Champs-Élysées, donde alguna vez tuviste el majadero
capricho de inventar esa palabrita que hoy repiten hasta el cansancio todos los
pseudo-intelectuales que jamás han sabido leer Rayuela como sugeriste.
De todos modos tú eres el Cronopio mayor, el
grandísimo Cronopio, así que será un placer me acompañes a escuchar la trompeta
de Armstrong, y le pediremos que cante Hello Dolly solo para nosotros dos,
aunque él no entienda que carajo hace el gran Cortázar paseando por París con
un desconocido periodista cubano.
Ayyy… Julio Florencio, el negro maravilloso
no sabe que por ti aprendí a dibujar fuera del margen de mis libretas de
apuntes, que fuiste tú el que me enseñó a escribir poemas sin rima y que si
puedo deambular verde y húmedo en mis silencios nocturnos, fue por leerte hasta
el desvelo en mis años juveniles.
Por tu culpa todavía me siento, muchas
veces, como un Horacio Oliveira, vagando por los puentes (el del río Almendares
es el más cercano) buscando a una amante que no es Maga ni me hace caso, y que
solo la escucho hablando en la radio cada mediodía.
No me preguntes por qué te he seguido hasta aquí.
Hace 53 años viniste por última vez a mi Cuba y se te olvidó llevarme de regalo
unas marugas, y como castigo me leí tus libros, y me dejaste descubrir que eres
uno de los autores más innovadores y originales de tu tiempo.
Contigo descubrí que lo real y lo
fantástico, se entremezclan en ese realismo mágico, casi surrealista, que nos
deja seguir soñando sin desanudar las botas.
¡Cuánta falta nos haces en estos tiempos
difíciles!
Por eso no me levantaré de la cama.
Sencillamente porque no me da la gana, y brindaré con un té de hojas de naranja
por tu glorioso centenario, Julio Cortázar, amigo.
La
Habana, 26 de agosto 2014
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