Yo nací el 1 de mayo de 1959, y cuando
apenas tenía un mes de nacido, el presidente de Estados Unidos, Dwight
Eisenhower, amenazó, por primera vez, con restringir el comercio con mi país -Cuba-, reducir
la cuota azucarera cubana, prohibir la inversión privada norteamericana y
eliminar todo tipo de ayuda económica.
Era la primera reacción injerencista de la
Casa Blanca, que no admitía que los cubanos decidieran construir una sociedad con
independencia de los edictos emanados en Washington.
Tenía 2 años y 9 meses de nacido, aún no
caminaba ni hablaba bien, cuando el presidente estadounidense, John F. Kennedy,
decidió firmar la
proclama presidencial 3447 que impuso formalmente el bloqueo sobre el comercio
entre Estados Unidos y Cuba. Su objetivo era presionar con energía, para
sacar del poder a un joven guerrillero llamado Fidel Castro, que decidió no
mirar al norte pidiendo permiso para gobernar.
La ordenanza entró en vigor el 7 de febrero
de 1962 y sin dudas, Estados Unidos pretendió matarme de hambre para castigar a
Fidel Castro. Así de sencillo, y ya han pasado 55 años, no soy un bebé, las
canas pintan mis barbas, y el criminal bloqueo económico, comercial y
financiero contra mi país sigue en pie.
Crecí, estudié, me preparé toda mi vida casi
bajo una amenaza de guerra, experimentando la impresionante sensación de vivir
en una pequeña isla del Caribe asediaba, amenazada, bloqueada con saña.
Tan cruel medida no logró matarme, ni pudo
rendir a mi pueblo, ni al joven guerrillero que le devolvió la dignidad a un
país que siempre fue traspatio neocolonial de Estados Unidos.
El mundo lleva más de dos décadas exigiendo
a Estados Unidos poner fin a tan aberrante política de exterminio contra un
pueblo noble, solidario y trabajador. Ojalá el presidente Barack Obama tenga la
sensibilidad y la valentía que hace falta para que sea recordado como un hombre
justo.
No pierdo la esperanza, aun cuando ya estoy
tocando las puertas de la vejez, de ver alguna vez a mi pueblo y a mi gente reír
tranquilos y construir con libertad, el proyecto social que elijan, sin que
nadie les dicte cómo deben edificar sus sueños.
No pierdo la esperanza, de ver enterrado el
bloqueo contra Cuba, como una de las medidas más crueles que se haya impuesto a
un pueblo alegre y amigo. No pierdo la esperanza, a pesar de la tozudez
de los enemigos de mi pueblo.
¡No
pierdo la esperanza!
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