por Miguel Fernández Martínez
Da pena, en estos tiempos en que el mundo está saturado de tensiones, que el “prestigioso” diario estadounidense The Washington Post se convierta, de golpe y porrazo, en un reducto de la Guerra Fría y disponga de sus páginas –y del prestigio de su Consejo Editorial-, para contribuir, desde la mentira y la manipulación, a difundir calumnias y falsedades.
Da pena, en estos tiempos en que el mundo está saturado de tensiones, que el “prestigioso” diario estadounidense The Washington Post se convierta, de golpe y porrazo, en un reducto de la Guerra Fría y disponga de sus páginas –y del prestigio de su Consejo Editorial-, para contribuir, desde la mentira y la manipulación, a difundir calumnias y falsedades.
El pasado 20 de octubre, el Washington Post publicó un editorial titulado Cuba should not be rewarded for denying freedom to its people (Cuba no debe ser recompensado por negar la libertad a su gente), atacando al gobierno cubano, y cuestionando los esfuerzos de otros, incluso desde dentro de Estados Unidos por conseguir poner fin al criminal bloqueo comercial, económico y financiero que Washington impone a la isla desde 1962.
Su conejillo de Indias fue el joven político español Ángel Carromero, quien el 22 de julio de 2012, estuvo involucrado en un
accidente de tránsito que le costó la vida a dos ciudadanos cubanos - Oswaldo Payá, y Harold Cepero-, que viajaban en el automóvil conducido por el español.
Pero, ¿por qué The Washington Post, y el equipo de editores que dirige Fred Hiatt y que ahora pretende erigirse en paladín de la verdad, no dice cómo ocurrieron los hechos desde el principio?
¿Qué
hacía Ángel Carromero en Cuba?
Medios cubanos explicaron que Carromero, en
el momento del accidente en Cuba en 2012, era el vicesecretario General de
Nuevas Generaciones, sector juvenil del Partido Popular (PP) de España, un
hombre cercano al expresidente español José María Aznar, y a Esperanza Aguirre,
presidenta de la Comunidad de Madrid, afiliados ambos a las políticas
anticubanas.
Viajó a Cuba junto al ciudadano sueco Jens Aron Modig, líder del Partido Demócrata Cristiano Sueco, y presidente de su Liga Juvenil, y antes de llegar a la isla sostuvieron reuniones con el Instituto Republicano Internacional (IRI).
La visita a Cuba de ambos personajes –aunque The Washington Post no menciona a Modig-, no fue por propia iniciativa, sino como parte de una operación organizada por Anikka Rigo, jefa de la Sección de Relaciones Exteriores del Partido Demócrata Cristiano Sueco, con el objetivo de traer financiamiento al minúsculo y contrarrevolucionario Movimiento Cristiano Liberación, que presidía Oswaldo Payá, uno de los fallecidos en el accidente; y de asesorar la constitución de una organización juvenil asociada a este.
Con ese propósito, el diputado del PP, Presidente de Nuevas Generaciones, miembro del Comité Ejecutivo Regional del PP y ex Asesor de Aznar, Pablo Casado Blanco, había instruido a Carromero ponerse en contacto con la española Cayetana Muriel Aguado, residente en Suecia y también del Partido Demócrata Cristiano Sueco, de la que recibió instrucciones, el dinero a entregar y un teléfono celular programado con los números necesarios.
Posteriormente, Carromero contactó al sueco Modig mediante Facebook y luego se conocieron en un restaurante madrileño.
Las
supuestas “dudas” de The Washington Post
Según el editorial publicado en The
Washington Post, Cuba “no hecho nada para disipar la niebla de la sospecha de
que aún persiste sobre la muerte de Payá y Cepero” y “exigen” al gobierno de La
Habana, la apertura de una investigación internacional que esclarezca los
hechos ocurridos en una carretera del oriente cubano en julio de 2012.
Cuba lleva 55 años soportando las acusaciones maliciosas y las difamaciones que generan los grandes monopolios mediáticos de la prensa mundial, regidos desde Washington. Ya nada asusta al pueblo cubano cuando de mentiras se trata.
Muchas han sido las toneladas de tinta y papel empleados para tratar de desacreditar a Cuba, a su Revolución y a su pueblo, pero esta vez el The Washington Post no lo ataca a Cuba, sino que pone en entredicho a la justicia española.
Carromero es un mitómano empedernido, que dice una cosa en Cuba, otra en España y otra en Estados Unidos. Es un vil mentiroso que anda buscando protagonismo y al no conseguir apoyo en su propio país, no tuvo más remedio que restregar su conciencia con lo más retrógrado de la emigración cubana en Miami, y los calenturientos que en Washington quieren seguir jugando a eliminar por hambre a los cubanos.
Evidentemente el The Washington Post le dio el minuto de gloria y fama que Carromero necesitaba, aunque para conseguirlo tuviera que repetir mil veces las mentiras que dice.
La Audiencia Nacional española, que vio en detalles el caso y las alegaciones de Carromero, reconoció legalmente el juicio celebrado en Cuba contra Carromero, y en el que fue condenado por homicidio imprudente.
A su vez, el juez Eloy Velasco, de la Sección Segunda de lo Penal de la Audiencia española declaró sin lugar la querella presentada por la esposa y la hija de Oswaldo Payá, por supuesta complicidad de las autoridades cubanas en el accidente.
Llama la atención, que estas dos señoras fueron las que originaron el rumor de un supuesto segundo automóvil involucrado en el accidente, aun cuando no habían podido tener contactos con Carromero por encontrarse detenido en el lugar de los hechos.
Tanto la esposa como la hija de Payá, de la manera más deshumanizada, trataron de convertir este trágico hecho, en un evento político, sin respetar siquiera la muerte de un ser querido, algo que ahora The Washington Post enarbola como punta de lanza para atacar a Cuba.
La
irracionalidad de The Washington Post a la hora de mirar a Cuba
Lo grotesco de esta nueva falacia
guerrerista de The Washington Post contra la pequeña isla caribeña, es tratar
de castigar a Cuba con el mantenimiento del bloqueo económico, comercial y financiero, que firmó el expresidente John F. Kennedy en 1962, esperanzado que con esa
política de presión sacaría del poder al comandante Fidel Castro y con él, todo
vestigio del proceso revolucionario que se desarrollaba en la Mayor de las
Antillas.
The Washington Post, como en los viejos tiempos imperiales, asume que eliminar tan cruel práctica, condenada por 188 países de todo el mundo, sería una “concesión”, como si el pueblo cubano fuera un vasallo arrodillado a los pies del amo del Norte.
Cuba y su gente saben que es una auténtica libertad, míster Hiatt. No será su Consejo Editorial quién venga a dar lecciones de independencia y soberanía a los cubanos, y muchos menos sugerirles que se vean en el espejo de los que vendieron su alma por unas pesetas.
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