el autor, en Moscú- septiembre 2019 |
Moscú
es una de esas grandes ciudades que siempre está en la agenda de viajes de
muchas personas alrededor del mundo, incluso, de las que te obligan a planear
un regreso anticipado aun cuando no terminas de despedirte de ella
En la
capital de Rusia puedes respirar los cambios, la modernidad, el afán por
mantener la imagen de una mega urbe reconocida por siglos, pero, sobre todo, te
brinda la opción única de descubrir su mejor tesoro: los moscovitas.
Lo que
más impresiona a un forastero es la disciplina ciudadana, el orden, la
pulcritud de una ciudad que enseña sus mejores galas a cada paso, que se erige
majestuosa en una mezcla —casi perfecta— de historia y contemporaneidad, y que
la convierten en un referente inevitable entre las más importantes urbes del
planeta.
Desandar
sus calles es un reto que te permite entender los misterios de Moscú, mucho más
allá de lo que se pueda leer, escuchar e incluso estudiar en los libros de
historia.
Con sus
casi 900 años tejiendo leyendas, la más importante ciudad rusa abre sus venas
al visitante y se deja recorrer sin desespero, como quien siempre espera tu
llegada, para regalarte la bienvenida a las márgenes del río Moscova.
No
quedan dudas que Moscú es un perenne espectáculo a la vista de quienes la
visitan, ya sea si decides llegar a la Catedral de San Basilio, construida en
el siglo XVI, y muy cerca de las murallas del Kremlin; o si te detienes frente
a la catedral de Cristo Salvador, demolida en 1931 y devuelta al entorno
histórico moscovita en la década de 1990, o simplemente si deambulas por la
calle Arbat, una de las más antiguas de la capital rusa.
Porque
Moscú es exactamente eso, una acumulación de memorias ensartadas en cada rincón
que visitas, incrustadas en los adoquines que pisas, en el aire que respiras,
donde modernidad y tradición se abrazan en impresionante armonía.
Ciudad
acostumbrada a sacudirse las crisis, el Moscú de hoy sigue creciendo de las
manos y el empeño de sus habitantes, y regala hospitalidad y calor humano a
quienes lleguen a sus puertas.
Este
cronista recorrió 9.582 kilómetros desde la calidez del Trópico caribeño, hasta
el otoño ruso para ver y sentir de cerca a esta ciudad que, recordando el
título de la memorable película de Vladímir Menshov, "no cree en
lágrimas".
(Publicado
originalmente en Sputnik)
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