Hace unos días, en un sitio de intercambio
de ideas en internet entre algunos blogueros cubanos, se discutió hasta la
saciedad acerca de ese controvertido y ambiguo concepto que muchos enarbolan
pero que casi nadie logra explicar y que responde a la etiqueta de “libertad de
expresión”.
La discusión, por momentos agria, llegó al
punto de reclamar la instauración de códigos de ética y cuántas normas protejan
la identidad de los “opinadores”, cuando en realidad lo que se discutía era
acerca de la inclusión en una nueva revista que aborda el fenómeno de los
internautas isleños, de un trabajo de investigación generado en una de las
facultades de la Universidad de La Habana, que categoriza de “intelectual” a un
connotado contrarrevolucionario, con larga de data de mentiras, ofensas y
agresiones morales a su propio pueblo.