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domingo, 10 de mayo de 2020

Moscú sin lágrimas, entre la modernidad y la tradición

el autor, en Moscú- septiembre 2019

Moscú es una de esas grandes ciudades que siempre está en la agenda de viajes de muchas personas alrededor del mundo, incluso, de las que te obligan a planear un regreso anticipado aun cuando no terminas de despedirte de ella

En la capital de Rusia puedes respirar los cambios, la modernidad, el afán por mantener la imagen de una mega urbe reconocida por siglos, pero, sobre todo, te brinda la opción única de descubrir su mejor tesoro: los moscovitas.
Lo que más impresiona a un forastero es la disciplina ciudadana, el orden, la pulcritud de una ciudad que enseña sus mejores galas a cada paso, que se erige majestuosa en una mezcla —casi perfecta— de historia y contemporaneidad, y que la convierten en un referente inevitable entre las más importantes urbes del planeta.

Desandar sus calles es un reto que te permite entender los misterios de Moscú, mucho más allá de lo que se pueda leer, escuchar e incluso estudiar en los libros de historia.

Con sus casi 900 años tejiendo leyendas, la más importante ciudad rusa abre sus venas al visitante y se deja recorrer sin desespero, como quien siempre espera tu llegada, para regalarte la bienvenida a las márgenes del río Moscova.

No quedan dudas que Moscú es un perenne espectáculo a la vista de quienes la visitan, ya sea si decides llegar a la Catedral de San Basilio, construida en el siglo XVI, y muy cerca de las murallas del Kremlin; o si te detienes frente a la catedral de Cristo Salvador, demolida en 1931 y devuelta al entorno histórico moscovita en la década de 1990, o simplemente si deambulas por la calle Arbat, una de las más antiguas de la capital rusa.


Porque Moscú es exactamente eso, una acumulación de memorias ensartadas en cada rincón que visitas, incrustadas en los adoquines que pisas, en el aire que respiras, donde modernidad y tradición se abrazan en impresionante armonía.

Ciudad acostumbrada a sacudirse las crisis, el Moscú de hoy sigue creciendo de las manos y el empeño de sus habitantes, y regala hospitalidad y calor humano a quienes lleguen a sus puertas.

Este cronista recorrió 9.582 kilómetros desde la calidez del Trópico caribeño, hasta el otoño ruso para ver y sentir de cerca a esta ciudad que, recordando el título de la memorable película de Vladímir Menshov, "no cree en lágrimas".

(Publicado originalmente en Sputnik)

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