Acabo de comerme la tradicional docena de uvas, acompañadas de un largo trago de Faustino VII, un Rioja español que recién me regaló un amigo en Navidades. Y pedí un deseo, 12 veces repetido en la añeja costumbre de Año Nuevo, un deseo que me sacude en la distancia: estar en Cuba.
Voy siguiendo las notas
que en Twitter y en Facebook van colgando mis amigos y cuánto visitante a la
blogosfera esté de paso en estos primeros minutos del 2012, pero me detengo
nervioso a ver los mensajes que vienen de la isla.
El fotógrafo Tony Hernández,
en mayúsculas, dejaba un mensaje en Facebook que decía: ¡Esto es lo más grande
del mundo: qué rico es sentirse cubano!, mientras anunciaba que la cubanísima cerveza
Cristal helaba de fría.
También en Facebook leí
casi un grito de combate salido del teclado de Rosa Báez, cuando escribía: ¡Por
#Cuba y con #Fidel carajo que viva la revolucioooooooooon!, junto a los mensajes
del periodista Cristóbal Álamo, desde Sancti Spiritus, y otros cientos de
textos festejando el año nuevo y las 53 primaveras de la Revolución Cubana.
En Twitter estaban de
fiesta el @CubanitoenCuba, @LaGuantanamera, @leruizm, @LaPolillaCubana, @CalixtoLlanes, @TinaModotti71, entre muchos “twitteros” que también
daban vivas a su Revolución y a su Socialismo. Y me contagiaron en medio de esa
fiesta de pueblo.
Me llama la atención que no veo a estas horas del Nuevo Año en las redes sociales, a los cultores del odio contra Cuba. Están en silencio al ver caer una nueva hoja del almanaque de
la historia que los condenó a vivir irremediablemente revolviéndose en sus
propios jugos.
Ahora mismo hubiera
querido estar cerca del Malecón habanero y ver los fuegos artificiales y los
cañonazos de saludo que regaló la batería de la fortaleza de San Carlos de La
Cabaña, o en cualquier calle cubana festejando con los míos.
Ahora mismo siento un
orgullo infinito de ser cubano. Por eso pedí un único deseo en esta Noche de Año Nuevo: estar en Cuba.
Ya puedo ir a dormir tranquilo.