Luis Almagro, secretario general de la OEA |
Por Miguel Fernández Martínez
Una vez más, la Organización de Estados Americanos (OEA), reafirmando su condición de “ministerio de colonias”, sirve de plataforma para engendrar un artero golpe contra la constitucionalidad en Venezuela, en abierta componenda con la ultraderecha reaccionaria.
La
patria de Bolívar es hoy el objetivo más inmediato de los golpistas que buscan
“apoyo” internacional en la OEA, y de paso, justificar ante la opinión pública
el derrocamiento de un gobierno legítimamente electo por el pueblo, pero que no
sigue las pautas democráticas que se dictan desde el Departamento de Estado en
Estados Unidos.
A la
cabeza de la macabra componenda antivenezolana va Luis Almagro, secretario
general de esta organización, tomado de la mano con los representantes de los
grupos más reaccionarios de la derecha opositora de ese país suramericano, cuya
principal culpa es intentar construir un proyecto social de independencia y
soberanía a favor de los más necesitados.
En
las últimas semanas, la OEA se convirtió en un puesto de mando estratégico
donde se está fraguando el golpe de Estado contra el gobierno bolivariano que
encabeza el presidente Nicolás Maduro, y donde se reúnen los representantes de
los gobiernos derechistas del continente, para tratar de silenciar la voz de
Venezuela y estrangularla políticamente.
Para
ello, insisten en buscar las excusas necesarias que permitan la aplicación de
la Carta Democrática Interamericana, una herramienta "diplomática"
que provocaría el aislamiento de Caracas de la comunidad internacional, y de
paso, dejar libre el camino a los que desde dentro, intentan hacerse del poder
por la fuerza.
A
pesar de la digna posición de un grupo de países –El Salvador, Bolivia, Haití,
Ecuador, República Dominicana, y Nicaragua, entre otras- los grupos de poder
que pululan en el seno de la OEA siguen insistiendo en echar andar a andar la
maquinaria golpista, a pesar de los llamados hechos por el Vaticano y otras
naciones que abogan por un diálogo entre venezolanos.
La
OEA acumula un amplio dossier de acciones ilegales contra los pueblos de
América que decidieron tomar rumbos diferentes a los pautados por Washington, y
ha ofrecido silencio cómplice a medio centenar de golpes de Estado ocurridos en
este hemisferio en los últimos 60 años.
Jamás
la OEA condenó los cuartelazos contra Jacobo Arbenz en Guatemala, ni el
encabezado por Alfredo Stroessner en Paraguay, ambos en 1954; ni los
derrocamientos de João Goulart en Brasil, en 1964, y Salvador Allende, en Chile,
en 1973.
Fue
precisamente la OEA quien aisló a Cuba en 1962, cumpliendo órdenes de la Casa
Blanca, para tratar de aislar y derrocar a la naciente Revolución cubana.
Tampoco denunció la intentona golpista en
Venezuela contra Hugo Chávez, en 2002, ni los golpes parlamentarios en
Paraguay, contra el presidente Fernando Lugo, en 2011, y contra Dilma Rouseff,
en Brasil, en 2016.
Si avaló las invasiones a Guatemala, en 1954;
la frustrada invasión mercenaria contra Cuba, en 1961; a República Dominicana,
en 1965, y a Granada, en 1983, todas emprendidas desde y por orden de Estados
Unidos.
Ahora el objetivo es Venezuela y para ello se
afilan los dientes los aliados continentales de Washington, bajo el manto
injerencista de la OEA, que no perdonan a los pueblos que deciden marchar
unidos y soberanos.
Venezuela y el mundo siguen alertas. El golpe
de Estado está en marcha. Y vale recordar las palabras del argentino Julio
Cortázar cuando aseguró que “estamos en las horas de los chacales y las hienas.
Los chacales vienen por nuestras riquezas, las hienas por lo que sobre del
festín”.
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