por Miguel Fernández
Martínez
Una de las frases más recurrentes en la Cuba de los últimos años es
“relájate, que no pasa na´”, algo así como una respuesta popular ante la desmedida
y amenazante indisciplina social que se genera diariamente en las calles y
barrios de nuestras ciudades, y la peligrosa falta de una contundente respuesta
por parte de las autoridades.
A los que pasamos de los cincuenta, nos
resultan chocantes determinadas actitudes que se van enraizando -como la hierba
mala a la tierra- en nuestra
cotidianidad, y que muchas veces suceden en las narices de los que deben,
en teoría y por obligación, cuidar por la seguridad y tranquilidad ciudadana.
Ya nadie se escandaliza cuando ve personas
vociferando palabras obscenas en plena vía o en un transporte público y
tampoco nadie se alarma cuando hombres de cualquier edad, deambulan por las
calles y usan los ómnibus semidesnudos, camisetas al hombro y en short y
sandalias.
No sorprende ver paredes de edificios
públicos, ascensores, y ¡hasta monumentos históricos!, garabateados
grotescamente con mensajes que van desde
declaraciones de amor, hasta autodefiniciones personales como: “Yurisvandelys,
el caliente de Pogolotti”, o “Maria Karla, la sabrosona del Cerro”.
Tampoco asombra ver personas irresponsables
–a la vista de todos- botando basura fuera de los contenedores; vecinos que
prefieren lanzar desde ventanas y balcones las bolsas con deshechos –que incluyen
desde comidas hasta heces fecales-, o los ya comunes “buzos” que van de cuadra
en cuadra buscando materiales “reciclables” y dejando una estela de basura
regada por donde pasan.
O la nueva moda cubana, que no se encasilla
en edades o sexos, de andar con el teléfono celular en mano, escuchando música
a todo volumen, sin usar los adecuados audífonos que permita respetar al
prójimo que va sentado junto al musicalísimo oyente.
A esta se incluyen, una manada de
“románticos” conductores de ómnibus que obligan a los pasajeros a escuchar sus
estridentes selecciones musicales –a pesar de las disposiciones del Ministerio
de Transporte, que ni se aplican ni se cumplen-, lo que impide en momentos hasta
conversar con la persona que está a tu lado.
ESCANDALOSOS
MUSICALES: UNA PLAGA SIN CONTROL
Pero hoy me detendré en uno de los grupos
más letales que pululan en nuestras ciudades: los escandalosos musicales que se
aprovechan de cualquier oportunidad –y si no, se la inventan- para colocar sus
potentes bocinas en la acera o en balcones, y descargar su algarabía “musical”
para que lo escuche todo el vecindario, sin importarle en lo más mínimo que los
vecinos deseen escuchar otro tipo de música, ver televisión, conversar en
familia o sencillamente, descansar.
Ya es difícil encontrar una sola calle
cubana que esté libre de este flagelo y tampoco la hora del día o la noche es
impedimento para las tertulias reguettoneras que pueden durar tantas horas con
resistan nuestros DJ ambulantes.
Sesiones interminables de música que se
prolongan por seis y siete horas continúas, obligando a vecinos y parroquianos
a recogerse en sus hogares, puertas y ventanas cerradas, intentando salvarse de
la demostración de poder e irreverencia ciudadana que nos ofrecen casi a diario
esta nueva y “alegre” pléyade de marginales que cada día gana más terreno en nuestro entramado social.
¿INDOLENCIA O
PERMISIVIDAD?
Lo que resulta incomprensible es el auge que
estos elementos adquieren cada día en nuestra sociedad, sin que tengan una
respuesta, sino legal o jurídica, por lo
menos de parte de las diferentes instituciones estatales y organizaciones
políticas, sociales y de masas que están presentes en cada uno de nuestros
barrios.
Todos nos preguntamos, casi atónitos –a
veces impotentes- de qué sirven la
Ley 81-1997, de Protección del Medio Ambiente, que en su
capítulo I, artículo 147, prohíbe “emitir, verter o descargar sustancias o
disponer desechos, producir sonidos, ruidos, olores, vibraciones y otros
factores físicos que afecten o puedan afectar a la salud humana o dañar la
calidad de vida de la población”.
O nos preguntamos a diario por qué no se
aplica debidamente el Decreto-Ley 200-1999, que en su artículo 11 regula las
contravenciones y sanciones por generación de ruidos.
En primer lugar, es a la policía a la que corresponde hacer cumplir las leyes e
imponer, profiláctica o represivamente, el orden y la disciplina.
Desdichadamente, vemos que muchas veces eso no ocurre, y desatienden las
llamadas de quejas de vecinos o sencillamente, pasan en sus autos patrulleros
por nuestras calles, como si no escucharan el ruido que molesta –y en ocasiones atormenta- a una
buena parte del vecindario.
En otras ocasiones, tampoco vemos aparecer
al delegado del Poder Popular, ni al presidente del Comité de Defensa de la Revolución (CDR), ni a
la delegada de la
Federación de Mujeres Cubanas (FMC), ni a los representantes
de la Asociación
de Combatientes, o alguno de los integrantes de los núcleos zonales del Partido
Comunista de Cuba (PCC), que enfrenten a estos transgresores de la ley que en muchas oportunidades, se
sienten absolutamente impunes.
ESCANDALIZANDO EN LA CONCRETA
Desde hace unos meses, visito a un amigo que
vive en la habanera calle Maloja, a unas cuadras de la céntrica esquina de
Infanta y Carlos III, donde se ha destapado una serie de DJ callejeros,
avecindados en esta calle, que poco a
poco se han ido convirtiendo en una plaga agresiva y peligrosa, dispuestos a
romperle el tímpano a quien se arriesgue a mantener sus ventanas o puertas
abiertas.
Uno de ellos, quizás el más sui generis de
los musicalizadores de la barriada, que vive en el segundo piso de uno de los
edificios ubicados a medianía de cuadra, coloca al máximo nivel de volumen su
reproductor de música, y baja a sentarse con algunos amigos y amigas en la
esquina de la cuadra- a unos 50 metros de su
vivienda-, para entre rones, cervezas y risas, disfrutar del escándalo musical.
Otro vecino de esta misma cuadra, mucho más
osado, coloca una potente bocina instalada sobre un trípode y conectada a un
amplificador de volumen, justo en la acera en la entrada del edificio donde
vive, y “disfruta” difundir estrepitosamente su música, en ocasiones hasta
altas horas de la madrugada y por periodos que puede superar las seis horas de
“angustia”.
Lo peor de estas historias que, de alegres,
pueden convertirse en aberrantes, es que en esos momentos no aparece nadie que
sea capaz de llamar al orden y a la cordura a los responsables de estas
acciones que atentan contra la disciplina, la convivencia y el respeto a la
comunidad.
Varios vecinos cuentan que en ocasiones no
se ve pasar a un infante de la policía por la zona del escándalo –que se
escucha a varias cuadras por la intensidad del sonido- y en otras, el auto policial
pasa tranquilamente sin detener la marcha, como si nada ocurriera.
¿A DÓNDE VAMOS A
PARAR?
“No sé a dónde iremos a parar con esto”, me
dice un vecino atribulado que me pide no publique su nombre por temor a
represalias de los nuevos “dueños del barrio”.
“A veces pienso que nos están dejando estas
historias para que las resolvamos nosotros mismos, y el problema nos lo
busquemos nosotros -me comenta- pero con esa gente no se puede conversar porque
se hacen los molestos y ofendidos y uno termina buscándose problemas con
ellos”.
SOLUCIONES
DISIPLINARIAS O SOMETIMIENTO A LA MARGINALIDAD
¿Qué va a suceder con estos nuevos
personajes? Verdaderamente, nadie sabe. Cada día son más en nuestras calles y
poco o nada vemos que se haga para atajarlos y frenar sus acciones claramente
antisociales y nuestra prensa debe tomar
partido, dando voz a los afectados, y señalando con el dedo
acusador la raíz de estos males.
No hay dudas que debe ser una tarea de
todos, pero con las instituciones que tienen como tarea imponer orden y
disciplina social y aplicar lo que la justicia prevé para estos casos,
imponiendo sanciones más severas a quienes persistan en violentar la paz
ciudadana.
Tan importante como reanudar relaciones
diplomáticas con Estados Unidos, buscar vías de expansión de nuestros recursos
turísticos y naturales, abrirse a nuevas formas de trabajo, y reformular
nuestros derroteros económicos, es proteger la tranquilidad ciudadana y poner
en retirada a los violadores de la ley,
que de paso nos van imponiendo a la fuerza nuevas y negativas formas de
comportamiento y convivencia, que nada tienen que ver con nuestras más
legítimas tradiciones.
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