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miércoles, 14 de mayo de 2014

El enemigo falla ante el pensamiento auténtico, afirma Raúl Antonio Capote, agente cubano infiltrado en la CIA


Raúl Antonio Capote, agente Daniel, de la inteligencia cubana

   A Raúl Antonio Capote, el agente Daniel de los órganos de la Seguridad del Estado cubano, no le faltan pruebas para afirmar que por viejas y nuevas vías, desde Estados Unidos no se renuncia a la obstinación de derrocar la Revolución Cubana.

   El oficial de la contrainteligencia se movió inquieto. ¿Tú piensas que la Seguridad eres tú nada más? Raúl Antonio Capote se acomodó en la butaca y no pudo evitar una sonrisa. «Yo era un inexperto —dijo al recordar uno de los momentos que lo marcaron como agente de la Seguridad del Estado—. No tenía experiencia, actuaba más por convicciones que por conocimiento».
   Capote —o el agente Daniel de la contrainteligencia cubana— estaba vestido con pulóver negro y un pantalón de mezclilla. Acaba de entrar a una de las oficinas del Comité Provincial de la Unión de Jóvenes Comunistas de Ciego de Ávila, y enseguida en la habitación llamó la atención por su corpulencia.
   Desde que fue desclasificado en el serial Las Razones de Cuba, su vida dio el segundo gran vuelco, porque el primero fue cuando aceptó trabajar para la Seguridad. Parte de esas vivencias, incluida la de su reclutamiento por la CIA bajo el seudónimo de Pablo, las ha contado en los lugares más diversos.
   Es esa la razón que lo ha traído a Ciego de Ávila, invitado por la UJC, y donde ha intercambiado con estudiantes, jóvenes trabajadores, intelectuales y periodistas sobre los temas más disímiles y con las preguntas más complejas sobre la Cuba del presente y sus dificultades.
   «Al dialogar —dijo—, debes estar dispuesto a oír y respetar un criterio distinto al tuyo, incluso si no coincide. El diálogo es un ejercicio de humildad, de aprendizaje y valentía para todos. Del que habla y de quien escucha».

La buena señal

   «Hay quienes se alarman cuando los jóvenes dan un criterio fuerte, expresó. Enseguida dicen que son inmaduros, que no tienen toda la información, que falta el trabajo político-ideológico... Yo me alegro cuando un joven plantea su inquietud. Y me pongo contento porque en ese muchacho veo a una persona que ha tomado partido ante lo mal hecho.
   Es una señal de que a él le preocupa su sociedad, y eso es bueno: solo con la inconformidad es posible el cambio. Un joven inquieto y crítico es un revolucionario en potencia. Por eso es importante el diálogo. Porque tengo la convicción de que de los inconformes surgen los verdaderos revolucionarios, y el intercambio es una forma de participar, de tomar partido».

—En Cuba se habla mucho del trabajo político-ideológico y hoy se conoce de la existencia de Génesis, un proyecto del Gobierno norteamericano para influir en la juventud cubana. ¿Qué es para ti hacer trabajo político-ideológico?
—El trabajo político–ideológico se trata, en lo fundamental, de dar información, comprometer a la gente, convocarla, confiarle tareas. Hacer las cosas bien y tener responsabilidad, porque donde hay un acto de negligencia, de indisciplina, no hace falta que el enemigo ponga un medio. Eso es lo primero que debemos pensar. Cuba se encuentra en una guerra real, frente a un adversario con una vasta experiencia y que jugó un papel decisivo en el derrumbe del campo socialista.
   «Quizá lo más difícil del trabajo político-ideológico sea lograr que la gente haga las cosas bien. Los cubanos somos excelentes en momentos límites. Somos los mejores a la hora de ser aguerridos. Lo que nos cuesta mucho es el esfuerzo diario, y eso nos perjudica».

El hombre ideal
—¿Cómo ocurrió tu entrada a la Seguridad del Estado?
—Fue en la década de 1980 en Cienfuegos. Yo era el vicepresidente de la Asociación Hermanos Saíz y tenía fama de rebelde. Mis compañeros eran gente inquieta, muy comprometida. Después de La Habana, la filial de Cienfuegos era una de las más grandes del país. Eran los tiempos de la construcción de la Electronuclear de Juraguá, había jóvenes de toda Cuba y hacíamos una cantidad tremenda de actividades. Entonces el enemigo pensó que yo era el hombre ideal por mi carácter rebelde.

—Cuando la Seguridad te propuso trabajar con ella, ¿aceptaste de inmediato o te tomaste un tiempo para meditar?
—Acepté al momento. Mi generación creció formada en la mística de la Revolución. Habíamos visto En silencio ha tenido que ser y otros seriales que contaban del trabajo de cubanos infiltrados dentro del enemigo, a quienes veíamos como héroes. Después de tanto tiempo y tantas cosas vividas, pienso igual que al principio: lo que hice no fue un sacrificio, sino cumplir con un elemental sentido del deber.

—El adversario es una novela tuya sobre un habanero que vive las dificultades del período especial. ¿Pensaste en algún momento que ese libro te podía poner en el punto de mira de la CIA?
—Uno escribe un libro y no tiene idea de su posible repercusión. Mucha gente pregunta si lo hice para que el enemigo se fijara en mí y la respuesta es no. El adversario es una novela que responde a inquietudes literarias auténticas y muy personales. Hice un libro de ficción, con un protagonista que vive en La Habana y observa las transformaciones de la sociedad cubana, las cosas malas y buenas. Lo que pasó es que los verdaderos confundidos fueron los del lado contrario. Me vieron como un escritor joven, crítico de la sociedad cubana, cuando en verdad lo que hacía era un homenaje a esos habaneros que pasaron por el período especial y no han perdido la fe en su país.

—Tú estuviste más de diez años como agente de la Seguridad Cubana. ¿Alguna vez cometiste un error en tu trabajo? ¿Pudieron descubrirte en algún momento?
—Bueno, el problema es que yo siempre me pasaba en lo que me pedían. Era lógico, tenía unos 20 años..., en mi cabeza había mucho de películas y libros de espionaje. Claro que cometí errores. Uno grande fue cuando tuve conocimiento de que se preparaba un plan que involucraba a los jóvenes artistas. Me hice el propósito de entrar al lugar y obtener el documento a cualquier precio.
«Y sí, logré la información; pero me gané un regaño tremendo: puse en riesgo la misión. Recuerdo que dijeron: “¿Tú crees que eres el único que hay en la Seguridad del Estado?” “¿Tú piensas que nosotros no tenemos la forma de enterarnos de lo que dicen esos papeles?”. Ese día interioricé que el trabajo de la Seguridad no es de una persona sino de muchos compañeros, que actúan de manera anónima y sin ánimo de reconocimiento».

Las «Inocencias» de Facebook
—Como agente de la Seguridad, ¿tuviste conocimiento de ZunZuneo u otro plan similar? ¿En qué consistían?
—En 2007 me entregaron el equipo Bgan con el cual se pretendía establecer comunicaciones seguras. El propósito era mirar al futuro del proyecto Génesis y crear una red inalámbrica conectada a teléfonos celulares y laptops. La capacidad del Bgan permitía cubrir toda La Habana con esa red de comunicación. Por las características del equipo, las conexiones no se podrían rastrear y se usaría para enviar mensajes y movilizar a miles de jóvenes en acciones contra la Revolución. Después, en 2008, la CIA y la Fundación Panamericana para el Desarrollo me solicitaron que consiguiera las guías telefónicas de todo el país y, sobre todo, que lograra conseguir una guía de teléfonos celulares para enviar mensajes a usuarios en Cuba.

—¿Cuál es el papel que juegan las redes sociales para desestabilizar la Revolución? ¿Cómo las utilizan?
—Miren, por un lado el Gobierno de Estados Unidos bloquea férreamente el acceso de los cubanos a las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones. No permiten a las empresas estadounidenses invertir ni venderle tecnología a Cuba. Luego sus mercenarios y medios de comunicación acólitos martillan el mensaje de que el Gobierno cubano «prohíbe» a su pueblo acceder a Internet e invita a los jóvenes a rebelarse contra el Estado que «les cercena» esa posibilidad. Es inaudito. Es el colmo de la falacia, porque ellos dominan más del 90 por ciento de los servicios de Internet y de comunicaciones en general, y no permiten que nos sirvamos de ellos, ni que compremos los medios para desarrollarlos.
«Es como si no se le permitiera al padre comprar comida para el hijo y después se le dijera al muchacho: “Mira qué malo es tu papá, que te mata de hambre”. Entonces crean redes ilegales, construyen plataformas y usan las redes sociales para desarrollar una guerra violenta en el terreno de las ideas».

—Cuba aún no cuenta con una red extendida de nuevas tecnologías de la comunicación, como otros países del mundo. Sin embargo, el Gobierno norteamericano apuesta a ellas para destruir la Revolución. ¿Cómo los servicios especiales norteamericanos utilizan las nuevas tecnologías para lograr sus propósitos en el caso de nuestro país?
—La idea de ellos, copiando experiencias como ZunZuneo, Piramideo y otras más, persigue aficionar a los jóvenes al uso de determinada plataforma o red social con mensajes deportivos, artísticos o triviales para luego, en un momento oportuno, usarlos para confundir y movilizar acciones contra el Gobierno.
«Hoy vivimos en un mundo tejido de satélites, redes, artefactos de todo tipo que hacen de la privacidad una quimera. Nada hoy es secreto para los servicios especiales del imperio. Ellos son los dueños de Internet, de la radio, la televisión, los periódicos. Hoy se espía a todas las personas, las empresas, los Gobiernos. ¿Quieren algo más demoniaco que Facebook, la mayor base de datos de la CIA? Allí regalamos cada día nuestros gustos, preferencias, sueños, amigos, amores, dolores, partidismo político. Facebook es una red infinita de información en manos de nuestros enemigos, una verdadera tela de araña a la que acudimos enternecidos, como los ratones al toque del flautista de Hamelín».

El golpe era en agosto
—Cuando la celebración del Tribunal Antiimperialista, durante el Festival Provincial de la Juventud y los Estudiantes en Ciego de Ávila, a los delegados les contaste que una intención de la CIA es captar al mediocre. ¿Cómo se entiende eso?
—Ese método está dirigido al gremio universitario y a los intelectuales cubanos. El enemigo siempre ha fallado al intentar captar personas con un pensamiento auténtico. Entonces volvía una pregunta: ¿cómo encontrar una gente que les fuera incondicional? La fórmula fue captar al mediocre. Por eso tratan de ubicar al profesor frustrado, con ansias de reconocimiento, con dificultades para publicar su obra científica. Luego le dan acceso a las mejores universidades, le cultivan el ego, abren el camino para que adquiera relevancia y así ese personaje quedará agradecido a quienes descubrieron su «talento».

—En ese mismo evento aseguraste que tuviste en tus manos el Plan Bush y las indicaciones para ponerlo en práctica. Alertaste que ese proyecto, que busca desmantelar el sistema político de la Revolución, no tenía nada de pacífico. ¿Qué viste para poder hacer esa afirmación?
—Mucha gente piensa que una agresión militar contra Cuba es cosa del pasado. Pero cuando uno lee el Plan Bush se da cuenta de que hay una serie de medidas que solo pueden aplicarse cuando un país está ocupado ¿Para qué se van a construir orfelinatos? Si la transición es pacífica, ¿de quién son los huérfanos que van a meter ahí? No mencionaban los muertos; pero tú descubrías que ellos sí tienen muy claro que muchas personas van a morir, porque van a encontrar una seria resistencia. En verdad, ellos nunca han renunciado a esa idea.

—¿La han intentado poner en práctica en estos tiempos?
—Sí, cuando la enfermedad de Fidel. Pensaron: la Revolución es Fidel y si él no está, aquello termina en una semana. Así decidieron poner en marcha una provocación. El plan comenzaría en agosto de 2006.

—¿Cómo se desarrollaría?
—La idea era implementar un golpe suave como tratan de hacer en Venezuela. Se realizarían protestas por grupúsculos contrarrevolucionarios en varias zonas de La Habana, para dar una imagen de caos, con el apoyo de los medios de comunicación internacionales. De esa forma se crearía una imagen de que había levantamientos masivos en las calles. Los enfrentamientos los fabricarían, como se hizo en Libia, donde el 80 por ciento de las imágenes presentadas fueron filmadas en estudio. Luego se pasaría a los golpes quirúrgicos, a los ataques a puntos muy específicos del país, hasta llegar a la escalada militar.

—¿Tenían alguna posibilidad de triunfo?
—El plan estaba muy bien pensado, pero tenía dos problemas muy serios. El primero era que subestimaba la capacidad de respuesta del pueblo cubano. El segundo, que todo lo apostaba a una persona, Darcy Ferrer, un médico integrante de la contrarrevolución, un verdadero pícaro con deseos de ganar dinero.

—¿Cuál era el papel de Darcy Ferrer en ese plan?
—Él debía protagonizar unas protestas en Centro Habana. Ese sería el detonante. Sería más mediático que otra cosa, y todos los medios de prensa internacionales estaban avisados. Los americanos se creyeron el cuento de Darcy y pensaron que, como él era médico, tenía gente que lo respaldaría y allí vendría el enfrentamiento. Eso es lo que presentarían al mundo. Ya las noticias internacionales hablaban de tensiones en Cuba. El coordinador de todo en Cuba era Drew Blackeney, un oficial de la CIA con fachada de diplomático de la Oficina de Intereses de los Estados Unidos. Cuando leí el plan, le advertí a Drew que aquello era una locura. Para disuadirlo empecé a decirle que podían matar a Darcy, y el hombre me escuchó en silencio. Al final habló con un pragmatismo, que me dejó boquiabierto. «No importa —dijo—, eso es lo mejor que nos podría pasar. Si a nosotros nos hace falta un mártir... Que lo maten».

La tarea pendiente de la profesora
—¿Por qué falló el plan?
—Todo ocurriría el 23 de agosto y fue una película. Drew lo despidió con abrazos: «Vas a liberar a tu país, serás un nuevo libertador». Darcy se apareció a pie en Casalta, una zona próxima al túnel de Quinta Avenida. Debía seguir para tomar un auto que lo llevaría a Centro Habana. Pero al llegar, lanzó unos volantes y volvió corriendo a casa de Drew. Dijo que aquello estaba tomado por el pueblo y no podía pasar. En verdad, lo único que había en Casalta era un viejito junto al quiosco de periódicos.

—La contrarrevolución cubana ha estado involucrada en varios escándalos, como el desatado por una Comisión del Congreso norteamericano al descubrir que una parte del presupuesto para desestabilizar la Revolución se utilizaba para lujos personales. En un espacio más privado, ¿qué dicen los funcionarios norteamericanos de esos escándalos?
—Ellos desprecian a la contrarrevolución. Le dicen los «todo por uno». Saben que es la oposición más barata y fácil de comprar en el mundo. Y aclaro: si es que a eso se le puede llamar oposición. En la Oficina de Intereses una vez reunieron a varios integrantes de la llamada prensa independiente para un curso por videoconferencia desde los Estados Unidos. Lo daría un señor de apellido Dalmau, profesor de la Universidad Internacional de la Florida. Aquello era patético. Esos «periodistas» improvisaban unos nombres de agencia de noticias en inglés que daba pena oírlos.
«Dalmau quería saber cómo ellos buscaban una noticia, y uno de ellos se paró, dijo que reportó cómo la policía le quitaba la mercancía a un vendedor de cloro. Le preguntaron dónde había verificado la información, y el susodicho permaneció en las mismas: lo de él era buscar la noticia, llamar a Radio Martí y punto. “Ya, eso es lo que yo hago”, insistía.
«El profesor quiso escuchar otro criterio, el de alguien con más oficio, y en la sala se paró otro. Se presentó como un periodista con ocho años de experiencia, formado por el gordo Raúl Rivero. “¡Ah, muy bien! —dijo Dalmau—; dígame: ¿para qué público usted escribe sus informaciones?”. El hombre respondió que para los norteamericanos e insistió en que él hacía igual que los demás: se montaba en la bicicleta y llamaba a Radio Martí. A pesar de tanta insistencia, nunca supo poner un ejemplo de noticia. “Lo mío es mandar la información para los americanos en Radio Martí”, repetía como un loro.
«Llega un momento en que Dalmau no aguantó la risa, aunque no era el único. En el salón había un cristal enmascarado y no dejaba ver lo que había detrás: otro salón con varios oficiales de la CIA, que tomaban té con bizcochos y se burlaban de lo lindo de aquella gente. Eso lo sé porque quien estaba con ellos, tomando el mismo té con los mismos bizcochos, era este servidor».

—Esta semana el Minint detuvo a un grupo de terroristas cubanos asentados en Miami, que tenía el propósito de atacar instalaciones militares. ¿Qué relación guarda este hecho con todo lo que has comentado sobre los planes contra la Revolución, a partir del uso de grupúsculos y de las nuevas tecnologías? ¿Cómo se complementan ambos tipos de acciones?
—La guerra cultural, la gran campaña en el terreno de las ideas que el imperialismo desarrolla contra Cuba, tiene la finalidad de desmovilzar, romper la unidad, construir en el país una masa de hombres y mujeres que no crean en la Revolución, que no crean en el futuro, personas que pasan de todo, individualistas, esclavos del consumismo, en fin, el ser frívolo, banalizado, que necesitan. Nos bombardean con sus íconos del mercado, con sus símbolos, pero no olvidemos que tras ellos vienen las bombas reales.
«Hombres como José Ortega Amador, Obdulio Rodríguez González, Raibel Pacheco Santos y Félix Monzón Álvarez, recién capturados en Cuba por planificar actos criminales, confesaron que ejecutaban órdenes de los bien conocidos terroristas Santiago Álvarez Fernández Magriñá, Osvaldo Mitat y Manuel Alzugaray, vinculados a Luis Posada Carriles, capo de la CIA.
«Estos actos forman parte de los planes contra Cuba: por un lado, la guerra en el terreno mediático, la subversión político-ideológica y, por el otro, como punto de remate, el crimen, el terrorismo. Eso no ha cambiado en 55 años. Cualquier semejanza con lo ocurrido en Ucrania, Venezuela, Siria y Libia no es pura coincidencia. Constituye un recordatorio para ingenuos, timoratos y francos traidores: EE.UU. no ha abandonado la violencia en sus planes para derribar a la Revolución, y los revolucionarios cubanos jamás abandonaremos la decisión de defenderla hasta las últimas consecuencias».

—¿Cuál fue el momento más difícil de tu trabajo en la Seguridad?
—Agosto de 2006. Darcy era una pieza importante del plan; pero la otra era yo. Cuando Darcy iniciara la protesta, yo debía presentarme ante la prensa extranjera, los grandes medios masivos de comunicación y pedir «ayuda» porque el país estaba en caos. Ese sería el puntillazo: solicitar al Gobierno de los Estados Unidos la intervención militar. Hablaría a nombre del pueblo cubano, en mi condición de intelectual y profesor universitario. Después vendría la campaña mediática y luego los ataques militares.
«Los medios de prensa estaban listos, y yo me encontraba en casa de Drew, aislado. No tenía cómo avisarle a mi gente, tampoco contaba con la indicación de cómo actuar. Yo pensaba en Darcy: ¿y si las cosas le salen bien a este tipo? Drew daba ánimos: “No te preocupes, todo saldrá bien”. Él me notaba un poco inquieto, pero era una simulación. Por dentro estaba tranquilo: la decisión ya había sido tomada. Si Darcy Ferrer formaba la protesta, cuando los norteamericanos me pusieran delante de los periodistas iba a gritar un Patria o Muerte que se les iba a caer la comunicación satelital. Y después que pasara lo que pasara. Estaba seguro de que un mensaje como ese llegaría a todas partes y dejaría clara la posición de los cubanos. ¿No me habían pedido que hablara a nombre de mi pueblo?».

Capote, ¿y cuándo supiste que te iban a desclasificar, que volverías a la normalidad? ¿Cómo se espera ese instante, con tranquilidad?
—Siempre supe que en algún momento todo se acabaría. Sin embargo, una cosa es saberlo y otra conocer que el día llegó. Cuando todo se hizo público yo estaba en una casa descansando. Me trataban con cariño; sin embargo, los minutos se volvían horas, no tenía hambre, tampoco me daba sed.
«El capítulo de Las Razones de Cuba en el que me presentaron como agente de la Seguridad, se estrenó en el teatro de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona. Al acabarse, la gente empezó a aplaudir, y cuando aparecí en el escenario aquello se fue abajo. Entre tantos aplausos, sentía como si me hubieran quitado un edificio de encima, hasta respiraba distinto. Fue quizá el momento más emocionante de mi vida: compartir esa felicidad con mis compañeros de trabajo, con mis alumnos, esos que siempre creyeron en mí como maestro, allí en mi Universidad, donde estudié, donde trabajaba desde hacía ya unos cuantos años, entre gente que quería y admiraba, fue tremendo.
«Una compañera se me acercó llorando y me preguntó: “Raulito, el día ese de la discusión por el Título de Oro, ¿ya tú eras de la Seguridad?”. Por supuesto que hubo cierta oposición a que se me otorgara ese título. Yo la escuchaba lejos, como aturdido. La miré y me eché a reír. Finalmente le toqué un hombro y le dije: “No sé, averígualo. Te lo dejo de tarea”. Creo que todavía lo está averiguando».

Tomado del sitio digital del diario cubano Juventud Rebelde

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