“Un escritor juega con las palabras pero
juega en serio, juega en la medida en que tiene a su disposición las
posibilidades interminables e infinitas de un idioma”, decía el argentino Julio
Cortázar, fallecido hace 30 años en París, el 12 de febrero de 1984.
Y eso hizo siempre el autor de Bestiario
(1951) y Rayuela (1963) entre otras muchas obras que dejó como patrimonio de la
literatura latinoamericana. Jugar con las palabras para entregarnos sus inolvidables
narraciones, ejemplos de vida y esperanza.
Este argentino universal nació en Bruselas,
el 26 de agosto de 1914, y se le considera uno de los autores más innovadores y
originales de su tiempo, maestro del relato corto, la prosa poética y la
narración breve en general, y creador de importantes novelas que inauguraron
una nueva forma de hacer literatura en el mundo hispano, rompiendo los moldes
clásicos mediante narraciones que escapan de la linealidad temporal.
Debido a que los contenidos de su obra
transitan en la frontera entre lo real y lo fantástico, suele ser puesto en
relación con el realismo mágico e incluso con el surrealismo.
Vivió casi toda su vida en Argentina y buena
parte en Europa. Residió en Italia, España, Suiza y París, ciudad donde se
estableció en 1951 y en la que ambientó algunas de sus obras.
Con la presencia permanente de lo lúdico y
el humor, desarrolló una obra literaria única dentro de la lengua española. Sus
magistrales relatos sorprendieron con la introducción de lo fantástico en la
realidad cotidiana. Pero fue la explosiva novela “Rayuela” la que lo consagró a
escala internacional y se convirtió en una de las insignias del Boom
latinoamericano.
Cortázar buscó intensamente una renovación
del lenguaje y le quitó un manto de solemnidad a la literatura.
El escritor mexicano Carlos Fuentes lo
definió como “el Bolívar de la novela latinoamericana”. “Nos liberó
liberándose, con un lenguaje nuevo, airoso, capaz de todas las aventuras”.
Uno de sus primeros cuentos, “Casa tomada”,
fue publicado en 1946 nada menos que por Jorge Luis Borges, por entonces
secretario de redacción de la revista porteña Los Anales de Buenos Aires.
“Años después, en París, Julio Cortázar me
recordó ese antiguo episodio y me confió que era la primera vez que veía un
texto suyo en letras de molde. Esa circunstancia me honra”, indicaba Borges.
Al autor de “Historias de cronopios y de
famas” le tocó nacer y morir en Europa, en parte por ese azar que a su criterio
hacía mejor las cosas que la lógica. Y este año, además de recordar su muerte,
celebrará su llegada al mundo hace un siglo, el 26 de agosto de 1914 en
Bruselas, donde su padre desempeñaba una misión diplomática.
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