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miércoles, 24 de octubre de 2012

Próceres cubanos: General Adolfo del Castillo, aniversario 115 de su caída en combate

   El general de Brigada del Ejército Libertador cubano Adolfo del Castillo y Sánchez, cayó en un desigual combate el 25 de octubre de1897 en la finca La Chorrera del Calvario. Nació en Sancti Spíritus, Las Villas el 1 de noviembre de 1864, hijo de un matrimonio de holgada posición, Antonio Marín del Castillo y Rita del Espíritu Santo Sánchez, los que en rasgo de patriótica rebeldía después de destruir su hogar y todas sus pertenencias se lanzaron a la manigua, cuando Adolfo tenía cinco años de edad.
   El padre respondiendo al llamado de la patria, se incorporó a las fuerzas comandadas por su hermano Honorato, quien tras pruebas evidentes de su patriotismo rindió vida por la libertad de la patria sojuzgada. Esta pérdida irreparable para la esposa hizo que abandonara la finca donde se encontraban, trasladándose para Sancti Spíritus y poco tiempo después abatida dejo de existir.
   Los hijos más pequeños se vieron acogidos por sus parientes y Adolfo fue recibido por su tía Doña María Sánchez Cañizares, quien pronto le tomo verdadero cariño. El muchacho que ya tenía 8 años de edad siempre en plenas travesuras apenas sabía leer y escribir, por lo que fue ingresado en un colegio de la ciudad, en el que se mantuvo muy poco tiempo para ponerse después bajo la dirección de Don María Obregón, quien tenía fama por su rectitud con sus alumnos.
   En el nuevo colegio algo aprendió porque a pesar de sus majaderías y poco amor al estudio, su inteligencia le permitió adquirir nuevos conocimientos. Su tía y padrino tuvieron que afrontar dificultades económicas y aprovechando la oportunidad uno de sus tíos lo llevo a una finca de las proximidades de la ciudad donde Adolfo no tuvo más remedio que trabajar en las faenas que le fueran encomendadas.
   En esos días un hermano de su padre acababa de llegar de la Argentina después de haber sufrido prisión, injustamente condenado por las autoridades españolas que lo tacharon de conspirador.
   Terminada la contienda iniciada el 10 de octubre de 1868 su tío decide llevárselo consigo a Guanabacoa con la esperanza de encaminarlo mejor. Estudió las asignaturas del bachillerato, graduándose no sin haber hecho sufrir a su tía por la viveza de su carácter e incansable trasnochador.
    Adolfo alegre y bullicioso se había convertido en jefe de los amigos que le seguían en sus diabluras. Gustaba de los deportes y en las prácticas de los mismos se hizo fuerte y ágil, esto con le beneplácito de su pariente y protector. A los 21 años de edad inicia los estudios de medicina hasta aprobar el 5to año de la carrera.
   El 5 de junio de 1890 contrajo matrimonio con María Felicia Fresneda y su tío se vio obligado a trasladarse a la ciudad de Remedios. Adolfo se quedó sin la sombra bienhechora de su tío, además de las nuevas obligaciones para el sostenimiento de su hogar. Por esa razón la carrera de medicina quedó truncada, por falta de recursos para seguir, después de 1890.
   Convencido de que ya en Guanabacoa no podría encontrar medios para cubrir las obligaciones de su hogar, determinó trasladarse en unión de su joven esposa a otro pueblo de la provincia de San Antonio de las Vegas.
   Inicia sus nuevas labores dando clases a los hijos del señor Martín Caruso en el Ingenio La Julia desde 1892, aunque los ingresos no llegaban a los cálculos que se habían hecho. El 13 de noviembre de 1893 les nació la única hija Zoila Rosa, que fue el principal motivo por su incansable lucha por la vida.
   Estaba al tanto de la labor conspirativa que desde la capital animaba Don Juan Gualberto Gómez, y por esta razón sabía que estaba próxima la guerra justa y necesaria predicada por José Martí. Llega a él la noticia del levantamiento de  Bartolomé Masó en Bayate, de Periquito Pérez en Guantánamo, así como el fracaso de Ibarra. Se da cuenta de que pronto estará sumado al Ejército Libertador.
  La invasión en marcha, seguía su ruta, destruyendo los obstáculos que las fuerzas españolas ponían en su camino. Ya había llegado a Provincia de La Habana luchando a sangre y fuego en Calmenate Melena del Sur y cuando deja de ser maestro, despide a sus discípulos dando por terminada su labor de educador, abraza a los suyos y besa con frenesí a la hija de su corazón para tomar las armas redentoras y ser como los otros paladín de la libertad del derecho y de la justicia.
   Era brava y erizada de dificultades, porque el enemigo estaba dispuesto a no dar cuartel a las fuerzas cubanas. Más el espíritu guerrero del general Antonio Maceo se había posicionado de los que le seguían serenos y confiados en la victoria final. Adolfo del Castillo se había convertido en uno de los jefes más temidos por su valor y su incasable batalla.
   De esa manera grado a grado había llegado a coronel, propuesto por el General José María Aguirre y cuando el Titán de Bronce, antes de pasar a su estupenda campaña de Pinar del Río, organizó la brigada del centro propuso que el jefe fuera Castillo con el grado de Brigadier.
   Fue el 2 de enero de 1896 cuando ingresó en las fuerzas que tenían como jefe Antonio Núñez quien en medio de su labor revolucionaria y a su reconocido prestigio e inteligencia le dio el grado de comandante, auguró de los grados que iba a conquistar luchando por Cuba libre.
   Páginas enteras de un libro serian necesarias para narrar las empresas guerreras del gran libertador, en aquella zona cuajada de fuerzas enemigas, tanto el como los valientes que le seguían se veían precisados a una movilidad constante y aniquiladora. Sin embargo lograr tener en continuo jaque a los jefes experimentados presentándole combate y venciéndolos muchos veces.
  El 12 de febrero de ese año ataca por sorpresa el pueblo de Madruga obteniendo armas y comestibles uniéndosele vecinos del lugar para engrosar sus fuerzas, tres días después en unión al Brigadier Pedro Díaz, Adolfo del Castillo ataca y entra en San Antonio de las Vegas, lugar donde había residido con su esposa e hija, otro tanto realizó en Jaruco tomando parte en el ataque dirigido por el General Maceo y en la ciudad de Güines fue también escenario de su arrojo y valentía.
   La inesperada y prematura muerte del maravillo caudillo el 7 de diciembre de 1896 en los campos de San Pedro produjo profundo desaliento en las filas de los libertadores, especialmente en la provincia de La Habana, pero el espíritu guerrero detiene a tiempo aquella penosa situación, batiendo con la firmeza de siempre al enemigo.
   En momentos tan críticos Adolfo del Castillo asumió el mando de la segunda división del 5to puesto quedando la provincia sujeta a su mandato y dirección, lo que se reconoce como una prueba del gran concepto que se le tenía por superiores y subalternos.
   Una de las obsesiones del general Castillo, es la de asaltar La Habana, sin otro fin que desconcertar a las principales autoridades españolas, lo que había de trascender al exterior de la isla.
   El 23 de octubre de 1897 se dirigió solo con tres compañeros a Babiney, estando en dicho pueblo tuvo la confidencia de que el alcalde de Managua y el cura se dirigían a la capital, este último montado en un caballo que había sido de Castillo, el que tuvo que abandonar en una tembladera.
   Aquello le molestó profundamente jurando que lo recuperaría, Decidido a tan riesgosa empresa, ordenó al comandante José Miguel Valle, que se le uniera con 4 hombres, formando así un partida de 7 todos a caballo.
   Rápidamente se dirigió a un lugar próximo a La Chorrera del Calvario, pero desconociendo que fuerzas enemigas, en número de unos 200 andaban por aquel mismo sitio.
   El práctico Manuel Delgado, conociendo que estaban metidos en una trampa, buscaba el modo de retirarse, si la desgracia se le venía encima.
   En esa crítica situación, Castillo, que se había puesto colérico con aquella su peculiar temeridad y confiado en que la buena estrella, que siempre le iluminaba se hizo la idea de recuperar el caballo, que ya una vez había perdido. Esto que realmente era una locura, lo llevó a enfrentarse con sus propios enemigos, ya advertidos por habérsele escapado un tiro.
   No vaciló ante el inminente peligro, se levantó en los estribos dispuestos a vender cara su vida y en el instante crucial, en que iba a disparar su rifle, uno de los españoles lo hizo primero, atravesándole el cuerpo por debajo del brazo.
   Así cayó el día 25 de octubre de 1897, el glorioso libertador, grande este entre los grandes de la patria. Agonizante sobre el verde césped, su cuerpo fue brevemente respetado, pero cuando se convencieron de que el temible guerrero estaba muerto, un cabo de apellido Carreño y Sánchez, le acometió cobarde y asesino, dándole 3 machetazos de triste recordación para el pueblo cubano.
   Sus compañeros habían podido escapar milagrosamente. Llevado el cadáver al Calvario, fue arrojado al suelo sin respeto de ninguna clase esperando órdenes superiores y cuando llegaron se le trasladó a la capital en una carreta, cubierto su cuerpo con sucios sacos de harina.
   Durante el trayecto al necrocomio, una turba insolente y similar a la que pidió la muerte a los estudiantes de medicina en el año 1871, iba gritando despiadadamente. Efectuada la autopsia lo condujeron al cementerio de Colón en el llamado carro de lechuza.
   En 1900, tercer aniversario de su triste y prematura desaparición, fueron exhumados sus restos, expuestos en los salones de la sociedad del Pilar, cubanísima y tradicional situación donde se le rindieron todos los honores que merecía. La iniciativa de dicho homenaje partió del gremio de Obreros del Mayor.
   Hoy en Guanabacoa, Villa en la que paso los años mozos, tiene su monumento sencillo y decoroso, levantado en un pequeño parque que lleva su nombre inolvidable. Y en el mismo lugar en que rindiera su preciosa vida, un grupo de compañeros de armas, amigos y admiradores, con patriótica peregrinación.
   Colocaron una tarja señalando el histórico sitio, el 21 de octubre de 1921. Después se erigió un modesto obelisco, para perpetuar su memoria.
   Han pasado muchos años de aquella inmensa desgracia, pero para los que aun cultivan esos valores espirituales, apegados a tradiciones patrias, esa figura extraordinaria, de verdadero perfil heroico, viven y vivirán eternamente en la conciencia y la razón de un pueblo agradecido.

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