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martes, 23 de octubre de 2012

El Teatro Martí de La Habana, aniversario 35 del cierre de las puertas de uno de los más emblemáticos teatros habaneros

    Teatro Martí de la Habana, elegante y sencillo: así se resume la esencia del edificio neoclásico, inaugurado el 8 de junio de 1884 en las calles Dragones y Zulueta, con el apellido de su propietario, Irijoa. Y que ya en 1900 es designado, definitivamente, con el nombre del Apóstol de nuestra independencia patria.
   El 8 de junio de 1884 fue inaugurado por su constructor, Ricardo Irijoa, cuyo apellido llevó inicialmente el inmueble. Pero este vasco que fuera rico tres veces moriría en la pobreza, al extremo de que el 25 de enero de 1895 se ofreció en el propio teatro una función destinada a recaudar fondos para su viuda, la señora Felicia Crespo, “llena de hijos pequeñuelos”, según anunció la prensa. «El Coliseo de las cien puertas», como lo denominó el poeta bayamés José Fornaris, se inauguró con una función a beneficio del convento El Buen Pastor”, protagonizada por aficionados.
   Con posterioridad se ofrecieron bailes públicos y diversos espectáculos: desde compañías de bufos criollos y del circo de don Santiago Pubillones hasta zarzuelas, operetas, vodeviles y el estreno en Cuba de la ópera «La Boheme», de Giacomo Puccini. Durante 1896 los bufos habaneros de la compañía del empresario Generoso González, dirigida por el compositorJosé Marín Varona, empezaron a trabajar en el Martí.
   En su escenario se estrenaron «La mulata María», con música de Raimundo Valenzuela y el primer libreto de Federico Villoch, calificado luego «El Lope de Vega cubano» a causa de su vasta obra; y «Mefistófeles» de Ignacio Sarachaga y partitura de Rafael Palau.
   Enrique Pastoriza compró el teatro a los herederos de Irijoa en 1899 y a lo largo de varios meses se llamó Edén Garden. En 1900 lo rebautizaron con un apellido que lo dignificaría: Martí, y al siguiente año quedó inscripto en la historia nacional al servir de sede a la Asamblea Constituyente encargada de redactar la primera Carta Magna para la república cubana a estrenarse el 20 de mayo de 1902, y los candentes debates que originó la decisión del gobierno estadounidense de imponer como un apéndice a tal Constitución la Enmienda Platt, lo cual aprobó la mayoría de los delegados participantes en la reunión. En 1905 el Martí pasó a manos de José Cano de la Maza y su propiedad recayó en la señora Juana Cano de Font.
   Entre 1910 y 1914 sus carteleras anunciaron a las compañías de bufos cubanos de Alberto Garrido (padre) y de Arquímides Pous, y más tarde transcurrió la época de oro del coliseo gracias a la labor de empresarios como Julián Santa Cruz y Eulogio Velasco, quienes trajeron de España a Conchita Bañuls, Eugenia Zuffoli, Pilar Aznar, María Caballé, Rosita Clavería, Blanca Pozas, Consuelo Hidalgo, Enriqueta Serrano, Carmen Tomás, María Marco, Marieta y Eugenia Galindo, Augusto Ordóñez, Casimiro Ortas, Manolo Villa, Antonio Palacios y a la diminuta valenciana Consuelo Mayendía, que se adueñó del público al cantar el cuplé «Mala entraña».
   A partir de 1929 conocería aquel escenario la fiebre del tango que, con su pequeña tesitura y vestido de frac, desencadenó Paco Spaventa, al que siguieron Agustín Irusta, José Bohr, Charlo, Mercedes Simone, Azucena Maizani y, cuando el cine sonoro se apropió del teatro, las películas de Carlos Gardel.
   Ya en 1931 comenzó la temporada de teatro vernáculo de la Compañía de Manuel Suárez y Agustín Rodríguez, con Gonzalo Roig y Rodrigo Prats como directores de la orquesta y maestros concertadores, la cual se extendería durante más de un lustro y consolidó el arte lírico criollo mediante los estrenos de varias de sus más representativas obras: «Rosa la China», de Ernesto Lecuona; «Soledad», «Amalia Batista» y «María Belén Chacón», de Rodrigo Prats; y «Cecilia Valdés», de Gonzalo Roig.
   Se inscribieron en las carteleras de tan glorioso momento los nombres de Rita Montaner, Caridad Suárez, Miguel de Grandy, Hortensia Coalla, Maruja González,  Zoraida Marrero, Zoila Gálvez, Elisa Altamirano, Arturo Vila, Fernando Mendoza, Lolita Berrio, Consuelo Novoa, Luz Gil, Arnaldo Sevilla, Julito Díaz, Carmita Ortiz, Julio Richard, Julio Gallo, Humberto de Dios, Julita Muñoz, Alberto Garrido (hijo) y Federico Piñero, entre otros.
   Más tarde salvaron al Martí de un total languidecimiento las presentaciones de la agrupación artística española Cabalgata, y diferentes temporadas de teatro cubano que auspiciaron las compañías de Carlos Pous y José Sanabria o de Alberto Garrido (hijo) y Federico Piñero, así como el denominado Teatro Cubano Libre, fundado en el decenio de los cuarenta por el escritor Carlos Robreño y el empresario Julio Vega con la cantante y actriz María de los Ángeles Santana en calidad de máxima estrella.
   A raíz de la victoria revolucionaria de 1959, en el Martí se estrenó el sainete «El general huyó al amanecer», y seguidamente ocupó otra vez su cartelera la compañía de Carlos Pous y José Sanabria.
   Finalmente se instaló en su proscenio el grupo Jorge Anckermann, que contó con la dirección musical del maestro Rodrigo Prats, llevó a cabo las representaciones de piezas de Enrique Núñez Rodríguez y Eduardo Robreño, entre otros autores, y permitió a una nueva generación de espectadores ovacionar a dos inolvidables figuras del arte asociadas a los anales del Martí por las décadas que allí actuaron ininterrumpidamente: Candita Quintana y Alicia Rico.
   Desde hace algunos años es sometido a un complejo trabajo de remozamiento. Muchos habaneros esperan por su reapertura y el sonido de las tres “campanadas de la alegría” que durante varias décadas anunciaban el comienzo de las funciones diarias a un público siempre presto a llenar el coliseo y conceder cálidas ovaciones a los artistas.
   Alrededor de la arquitectura, forman un tejido los problemas humanos y las artes, sobre todo la escultura, la pintura y la música, opina Taboada. Titular de la Cátedra Gonzalo de Cárdenas de Arquitectura Vernácula, y asesor de la dirección de Arquitectura Patrimonial de la OHCH, resume que lo importante en la recuperación del patrimonio es tener en cuenta la esencia del lugar.
   Esta opinión se vincula con la explicación de Marilyn, de que la actual recuperación del Martí también tiene en cuenta la adecuación al teatro actual, “para que puedan venir las nuevas compañías”.
   Es así que la incorporación a la obra de un edificio anexo en la calle Zulueta, implica una nueva construcción que permitirá nuevas facilidades para la escenotecnia, los camerinos, las oficinas de dirección, y otros espacios necesarios, explica Taboada.
   Mientras, la proyectista general señala lo importante de llevar a todo el teatro temperaturas que se correspondan con nuevos tiempos en los que se hace necesario cerrar las puertas para que no entre el ruido de la calle; por lo que se instalarán en la azotea “grandes equipos de climatización”.
   Y en cuanto a lo tradicional, se refirió al gran uso de la madera en la carpintería y de la piedra en los muros. “Fachadas antiguas, puertas, ventanas, vitrales, todo hay que rehacerlo”, dijo. Al llegar al interior del teatro, se pudo apreciar la gran labor de rehacer los palcos de platea y balcones junto a las rejas que los separaban; además de las graderías —asientos corridos— en la tertulia.
   Especial interés existe en rehacer el telón pintado del escenario, de acuerdo con las referencias que se tienen. También está prevista la recuperación de los espaciosos jardines donde, a diferencia de los demás teatros, las personas disfrutaban de los intermedios a la sombra de la vegetación, los bancos, la cafetería. Por eso, recuerda Marilyn, el vestíbulo no es tan grande.
   Tantos detalles y complejidades le hacen exclamar: “Son muchas obras en una sola”. Y en la expresión está presente una gran voluntad de llevar adelante tan completa recuperación a partir de proyectos cuidadosamente terminados y el serio trabajo de la constructora Puerto Carena.
   En cuanto a la pregunta de en qué momento quedará todo terminado, opinó que aunque la voluntad es que sea lo antes posible, depende de muchos factores, pues se trata de una obra muy grande, que necesita materiales de primera, recursos económicos; más la propia complejidad de la obra.
   Y el gran espíritu para llevar adelante la labor lo volvió a poner de manifiesto cuando recordó que en una conversación con el historiador de la ciudad, Eusebio Leal, ambos coincidieron en que “piensan” al Martí ya terminado. “Incluso Leal se ve sentado en la platea” —dijo humorísticamente—.





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