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lunes, 16 de enero de 2012

Rubén Martínez Villena sigue con el párpado abierto, a 78 años de su muerte fecunda


A los 78 años de la muerte de este patriota, podríamos repetir el verso de Nicolás Guillén: Ahora que ya no existe su voz, es cuando nos golpean las sienes sus palabras
«Yo moriré prosaicamente, de cualquier cosa: el hígado, el estómago, la garganta o el pulmón (...)», así escribió el poeta y el luchador que ahora evocamos. Y murió de tuberculosis.
Donó sus pulmones a la lucha. El 17 de septiembre de 1930, en carta desde Moscú a su esposa Asela Jiménez, afirmó: «Mi último dolor no es el dejar la vida, sino dejarla de modo tan inútil para la revolución y para el Partido. ¡Qué dulce debe ser morir asesinado por la burguesía, se sufre menos, se acaba pronto, se es útil para la agitación revolucionaria!».
Hablamos de Rubén Martínez Villena, en el aniversario 78 de su muerte, en el sanatorio La Esperanza, en La Habana, el martes 16 de enero de 1934. Fue un gran cubano, uno de los más representativos del pensamiento y el actuar revolucionario del siglo XX: poeta y comunista, autor de La pupila insomne y de Cuba, factoría yanqui.
Pero Rubén Martínez Villena se olvidó del poeta para crecer en el hombre:
«El pulmón que me quedaba, ya está listo, así que cuando haya un poco de frío, adiós Rubén», confesaba a un amigo.
Trabajó arduamente en la preparación del IV Congreso Nacional Obrero de la Unidad Sindical y su clausura coincidió con su fallecimiento, a los 35 años. Y como dormimos la tercera parte de la existencia, aunque él robó muchas jornadas de lucha al sueño, había vivido solo poco más de tres décadas entonces.

Antes había manifestado: «Se debe morir de un tiro entre las masas y no por quiebra del corazón». De ahí que en la URSS, donde fue recluido para atender su enfermedad pulmonar en un sanatorio del Cáucaso, dijera, en abril de 1932: «Si de todas maneras tengo que morir, me voy a Cuba a luchar contra la tiranía de Machado».
Sufre una congestión pulmonar y se ve obligado a recluirse en la Quinta de dependientes. Sin haberse restablecido del todo, se reintegra a la lucha. Puso su saber de abogado al servicio de los trabajadores.
Se enfermó a fines de 1927 y no se ocupó de su salud, sino de la salud de la patria. Por eso Juan Marinello, intelectual y combatiente comunista, dijo que su objetivo «no era ganar vida, sino ganar muerte». Es decir, luchar y llevarse la inmortalidad.
Era la etapa de 1927, en que ingresa al Partido Comunista, redacta y firma la Declaración del Grupo Minorista, forma parte de la Liga Antiimperialista y funge como abogado de Mella. Tiene una entrevista con el dictador Gerardo Machado, donde mostrándole su desprecio profundo, lo marca para la historia con el sobrenombre de Asno con garras.
Fue en verdad, como se ha dicho: consejero, asesor, abogado de los trabajadores y puntal ideológico de los marxistas. Comunista de grandes sentimientos. Vaya un solo ejemplo:
Con 23 años, a mediados de 1922, cuando cuidaba a su madre enferma, amarraba un hilo fino de su muñeca a la de ella, para despertar al más mínimo movimiento. Amó mucho a su madre María de los Dolores de Jesús Manuel de Villena y del Monte.
Aunque la tisis minaba su organismo, logró llevar a cabo la huelga del 20 de marzo de 1930, que demostró la fuerza de la clase obrera.
Cuando las cenizas de Julio Antonio Mella llegaron a La Habana, habla por última vez a las masas desde el balcón de la Liga Antiimperialista de las Américas. Y aún tiene energías para participar en la organización del IV Congreso de la Unidad Sindical y murió cuando concluyó ese encuentro.

Primeros pasos vitales
Rubén nació en Alquízar, La Habana, el 20 de diciembre de 1899, asistido por una comadrona a la que denominaban La catalana. Desciende por la línea materna del Infante Don Juan Manuel, príncipe de Villena, nieto de Fernando III, llamado El santo, y sobrino de Alfonso X, El sabio. Al respecto dijo que eran «demasiados títulos para un solo comunista».
Cursó sus primeros estudios en la Escuela Pública 37 del Cerro y siguió estudiando en el Instituto de La Habana. En 1916 ingresó en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana y en 1919, sin haberse graduado, empieza a trabajar en el bufete de Fernando Ortiz, donde conoce a Pablo de la Torriente Brau. Frecuenta la tertulia literaria del Café Martí, a la que asiste una nueva generación de poetas cubanos.
En 1922 empiezan a gestarse las luchas del movimiento universitario. Participa en protestas estudiantiles y de las masas populares, en las que descuella la Protesta de los Trece en contra del fraude cometido por el Gobierno de Alfredo Zayas en la compra del Convento de Santa Clara.
Tras un período de prisión, vuelve a la lucha y funda con su grupo de intelectuales la Falange de Acción Cubana, para instaurar, como dijera él: la república de Martí. Poco después se integra a la Asociación de Veteranos y Patriotas que tenía como objetivo la lucha política contra ese citado gobierno.
Sustrae dinamita de las canteras de Camoa y viaja luego a la Florida, Estados Unidos, donde se entrena como aviador con el propósito de bombardear el Palacio Presidencial. Fracasado el movimiento, es detenido y encarcelado. Al regresar a Cuba se entrega a la labor literaria y participa en el I Congreso Revolucionario de Estudiantes, donde conoce a Mella y colabora junto a él en la Universidad Popular José Martí.

De hombre común, a ser excepcional
Raúl Roa, el Canciller de la Dignidad, escribió sobre Rubén lo siguiente: «Si su palabra fulgurante remueve e ilumina, sorprenderá su agilidad y resistencia en los juegos de volley ball. Con pasmoso dominio analizaba la marcha de la pelota en las Grandes Ligas y sabía tanto de las proezas de Adolfo Luque en el box y de Miguel Ángel González en el home, como de los batazos descomunales de Babe Ruth y los relampagueantes robos de bases de Ty Cobb. Y cuando la orquesta alquilada estremecía la fronda del jardín con sus ritmos criollos, bailaba airosamente en una losa, el danzón».
«Hace falta una carga para matar bribones, para acabar la obra de las revoluciones (...)», escribió en rotundo poema en alejandrinos.
Y Fidel le respondió a distancia: «Desde aquí te decimos, Rubén: el 26 de Julio fue la carga que tú pedías».
Villena logró fortalecer el Partido Comunista —como dijo Fabio Grobart, dirigente comunista— «y de pequeño y raquítico, lo convirtió en un Partido de masas».

Huelga contra el asno con garras
«Decían que no habría huelga, y hay huelga. Decían que yo no hablaría y estoy hablando», fueron sus palabras en la noche de marzo de 1930, en el local del Centro Obrero, en la calle habanera de Dragones 104.
El paro de más de 24 horas, al que se suman más de 200 000 trabajadores de todo el país (entonces cifra respetable) es una bofetada en pleno rostro al tirano Machado, quien había declarado jactanciosamente que en su gobierno ninguna huelga duraría más de 15 minutos.
Prefirió Rubén el combate —diría también el periodista y poeta Luis Suardíaz— a una vida larga y apacible. No se consagró a utopías irrealizables, previó el triunfo popular de enero de 1959, encabezado por Fidel, y estaba convencido del triunfo del socialismo en su patria y en el mundo».
Sus pupilas se quedaron fijas en la muerte. Fue tendido en el Salón de los Torcedores y frente a él desfilaron durante horas miles de mujeres y hombres del pueblo que, como huérfanos, se dolían de esa inmensa pérdida.
Se gradúa en Derecho Civil y Público mucho tiempo después que sus compañeros de aula, con notas de sobresaliente, el 4 de julio de 1922.
El doctor Gustavo Aldereguía, quien cuidó al poeta en su convalecencia, afirmó que Villena y Mella eran dos vidas paralelas. «El primero era todo pensamiento y se hizo todo acción. El segundo era todo acción y se hizo todo pensamiento. Rubén Martínez Villena era más espíritu que cuerpo. No era el atleta que fue Mella, pero soltaba destellos de gigante y no se le podía asustar ni con el músculo, ni con la voz, y mucho menos con el ingenio».
Villena y Mella representan en la historia de Cuba la hermandad de los intelectuales revolucionarios con el proletariado combativo. Nunca pasarán al olvido sus proféticas palabras: «No quiero que se apaguen mis ojos sin que hubieran recogido la visión del paisaje heroico».
En la revista Social de febrero-marzo de 1936, Nicolás Guillén escribiría sobre Rubén: «...Ahora que ya no existe su voz, es cuando nos golpean las sienes sus palabras: “Tengo el impulso torvo y el anhelo sagrado /de atisbar en la vida mis ilusiones de muerto./ ¡Oh, la pupila insomne y el párpado cerrado./ Ya dormiré mañana con el párpado abierto”».

Tomado de archivos de Juventud Rebelde

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